10 Minutos
Hace 20 minutos me dijeron que llegaba en 10 y aquí estoy, aun sentado esperando a quien parece a estas alturas ser el rey de la inoperancia, por quien sabe cuánto tiempo más.
No es que yo sea demasiado exigente en relación a los horarios o la puntualidad, pero la afirmación capaz de posicionar a Einstein en el Olimpo de los genios, sobre eso de que el tiempo es relativo, en este momento más que nunca, me parece de plena vigencia.
Para quien espero, puede que sean solo unos minutos, pero para mí, quien espera, se me ha hecho una eternidad, sobre todo porque cada vez que pregunto, la respuesta es la misma; «llamó y dijo que está por llegar». Raro. Sobre todo, porque nunca ha sonado el teléfono.
Es reconocida la impuntual puntualidad sud americana en que 20 minutos de diferencia y a veces más, dependiendo de la posición de poder de quien tenga el atraso, están dentro del rango considerado como aceptable.
Sé que la supervisión en cualquiera sea el proceso, es indispensable para que exista el orden adecuado y el control indispensable, pero el problema es cuando hay demasiados pianistas para un solo piano; el tiempo requerido se estira, se estira hasta el infinito.
¿Eficiencia?
De que eficiencia me hablan cuando el tiempo del otro no importa y solo los intereses unipersonales priman ante cualquier decisión. Puede que bajo este concepto individualista se logre llegar a un nivel de bienestar aceptable, aceptable para el medio en el cual quien los obtenga se desenvuelva, donde su entorno tenga un escaso desarrollo de posibilidades, pero es indesmentible el hecho de que, si el entorno está bien, sin duda el punto de partida ya tendrá ciertas ventajas comparativas en relación a otras realidades.
Si los demás están bien y se pone el foco en tal idea, sin duda se podrán tener legitimas aspiraciones de un mejor bienestar.
Bajo ningún punto de vista se trata de llevar una vida de austeridad extrema en que los bienes materiales obtenidos se donen para causas altruistas. No se trata de un frio materialismo tan en boga en estos días, sino de simples gestos, actitudes sencillas, comportamientos adecuados no solo para el ego, respeto mutuo…
Volviendo al tiempo, si yo me atraso estoy abusando de la disposición del otro, prácticamente una falta de respeto.
Me corrijo; ¡Una falta de respeto!
Si no se controla, puede transformarse en un efecto dominó y acumulativo para las otras actividades que se deban desarrollar durante el día, llegando a niveles kafquianos.
Nadie puede disponer del tiempo del otro, su bien más preciado y por demás, tan escaso. Solo recordemos esa sensación de desagrado que tuvimos cuando al llegar a la hora, el otro no lo hizo.
Cuando es por circunstancias de fuerza mayor, es explicable y de hecho se debe explicar, pero cuando se transforma en un habito de vida, solo retrasa el desarrollo, tanto propio como el de los demás.
La puntualidad vale la pena y aunque pueda ser complicada, vale la pena.
En 10 minutos tengo una cita y pretendo llegar 5 minutos antes.
¡Amén!