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39 Festival de Almada, algunos medios y remedios

El verano está en su pleno apogeo y el calentamiento global del planeta se puede experimentar en carne propia. En Galicia y en otros lugares, inusuales temperaturas récord y tormentas eléctricas esporádicas, de alto voltaje, que originan incendios monumentales. Otros son provocados por la rapiña humana o por la falta de cuidado. Varias guerras que no son noticiables y que, por tanto, desconocemos, se suman a la más famosa, la de Ucrania, porque afecta directamente a nuestros bolsillos. Ésta nos importa más, por proximidad y porque que va a aumentar las tasas de pobreza, en unos casos y, en otros, frenar nuestro afán compulsivo de consumo. Todo esto sin acabar de salir de la pandemia, porque el virus sigue campando a sus anchas. Hasta aquí, nada que no sepas. Lo que no sabemos, ni tú ni yo, son los remedios.
A veces, los teatros se pueden convertir, además de en un refugio, en un espacio para vislumbrar posibles (re)medios para frenar un poco toda esta gravedad, todo este peso, todo el estrés que genera la hiper producción, que convierte aquello que denominamos “bienes de consumo” en males del consumo, incluidos los llamados “productos culturales y artísticos” o “industrias culturales” y sus aparatos de marketing estandarizador.
El 39 Festival de Almada, uno de los referentes fundamentales dentro del panorama de festivales de artes escénicas de Europa, nos brindó la posibilidad, en varios espectáculos, de sentir cómo la inocencia, la sencillez, la tranquilidad, el des-endiosamiento, el humor, la solidaridad, los ritos primigenios, la belleza más allá de los cánones mercadotécnicos y el ejemplo de los animales, pueden constituir un camino, un medio. Quizás un remedio.
La inocencia y la dulzura de los cuerpos y formas rudas de las personas del rural de Cerdeña (Italia) y Trás-os-Montes (Portugal), representando sus rituales con las máscaras más antiguas de Europa, en Selvagem de Marco Martins, es un ejemplo que trasciende lo etnológico.
También el ritual, aliado a la exuberancia dancística, y asociado a un tribalismo que reinventa lo mítico, puede ser el ejemplo servido por Hands do not touch your precious Me de Wim Vandekeybus, Olivier de Sagazan y Charo Calvo, Cía. Última Vez (Bélgica). La transfiguración de lo humano, da la individualidad del rostro, a través de la pintura, el barro, la paja, como máscaras, en un éxtasis que parece pugnar por una reinvención necesaria.
El des-endiosamiento de William Shakespeare, de la reverencia que se le tiene al texto y a la literatura, y también al amor, en su enajenación y egoísmo, en Noite de Reis de Peter Kleinert, con la Companhia de Teatro de Almada, es otro ejemplo. Porque ni Shakespeare ni el amor de quien quiero que me quiere no me quiere y quien no quiero querer me quiere, nos va a salvar. Y mucho menos aún los compartimentos estancos de género en las relaciones afectivas y sexuales. Definiciones, las de género, limitantes, igual que puede serlo el texto, la palabra, según cómo se tome. Velahí el desafío que nos pone en escena Peter Kleinert, en la comedia musical Noite de Reis.
La tranquilidad y el intercambio distendido de los técnicos de escena, de los artesanos de los teatros, sin las ansiedades, inseguridades y divismos de los artistas, en Renacimiento de La Tristura (Madrid), es otro ejemplo. Pararse a observar la actuación de los aparatos lumínicos y de la maquinaria escénica y dejar que la vida se cuele sin apurarla.
La neutralización de la obra humana, que se pretende siempre útil, provechosa y de progreso, por vía del humor y del absurdo, en Aucune Idée, de Christoph Marthaler, con el Théâtre de Vidy-Lausanne (Suíza), en su transgresión de las reglas y figuras retóricas de la comedia, es otro ejemplo.
El divertimento malabar, con naranjas y sandías, de Smashed2 de Sean Gandini y Kati Ylä-Hokkala (Inglaterra), que nos devuelve a la fascinación infantil y a las batallas de niños/niñas, relativizando lo grave, es otro ejemplo. Con el elenco repartiendo fruta al final del espectáculo.
Los relatos sobre Pasolini en Museo Pasolini de Ascanio Celestini (Italia), con la distancia de la exposición en la narración oral, o de Miguel de Molina, en la representación del testimonio directo en Miguel de Molina al desnudo, de Ángel Ruiz, La Zona (Madrid), son ejemplos contra la barbarie fascista. Ejercicios de memoria histórica. Igual que Eu sou a minha própria mulher, de Doug Wright, con dirección de Carlos Avilez con el Teatro Experimental de Cascais, que nos acerca a la vida de Charlotte, una persona transgénero que vivió en tiempos del régimen nazi.
La oposición frontal al poder, al fascismo, a la ultraderecha, a la Iglesia, a los clichés culturales limitadores, a la miseria, a los tabús, en la rapsodia musical de Fado dans les veines de Nadège Prugnard, Magma Performing Théâtre (Francia), puede ser otro ejemplo.
También la denuncia directa a las mafias contemporáneas capitalistas, en el caso del expolio realizado al pueblo Mapuche por el empresario Luciano Benetton, en la Patagonia argentina, en Tierras del Sud de Laida Azkona Goñi y Txalo Toloza-Fernández (Francia y Chile). Documentos trasladados directamente al escenario, en una instalación plástica realizada delante de nuestros ojos, para trazar una especie de metonimia, simbólica visual, que nos acerque lúdicamente a la dureza de lo expuesto.
Todo lo que tenemos que aprender de los animales, de su estar, de sus tiempos, de su sana despreocupación, de su presentismo. Un presente afirmado que también destella en la danza contemporánea, en las acrobacias circenses, en la ruptura de muros y paredes grises, en las tareas de pintar de blanco, con trazos simples, la ambición plasmada en la verticalidad de las fachadas del progreso, que ahora se desmoronan. Igual que se desmoronan los trajes que impiden la libre expresión de una pareja, en una de las escenas más bellas de Falaise, de Baro d’evel (Toulouse, Francia). Un espectáculo multi y transdisciplinar fascinante, entre actrices y actores todoterreno, un caballo blanco y dieciocho palomas. Un vagabundo, interpretado por el increíble Guillermo Weickert, abre la pieza danzando con las palomas y el caballo, apacible y despreocupado, la cierra. Por el medio, la invitación a tomar ejemplo del estar animal, de volver la vista a lo básico. No es mala idea. Y más aún cuando viene acompañada de una belleza que cruza humor con asombro y sorpresa.
Fuera del orden y del confort aislantes, esa animalidad que nos reconecta y nos abre, y que es la hendidura que se asoma en la obra Em casa, no zoo de Edward Albee, representada emocionantemente por Teatro dos Aloés (Amadora, Portugal), con dirección de Jorge Silva.
Y la vulnerabilidad y la soledad, envueltas en la belleza formalista de Robert Wilson y Lucinda Childs, en I was sitting on my patio this guy appeared I thought I was hallucinating, una pieza de 1977, recreada por el Théâtre de la Ville de París. Un díptico que se despliega en dos partes simétricas, una, variación de la otra. Un texto muy sugerente y una actuación, de Christopher Nell, en la primera parte, y Julie Shanahan, en la segunda, que consiguen darle temperatura humana a una coreografía y una composición visual de una estilización extraordinaria. Lo más sofisticado conteniendo el temblor básico.
Y más acá de los espectáculos, la cariñosa e impecable acogida por parte de todo el equipo humano del Festival de Almada. Un equipo integrado por personas que aman el teatro y que saben de teatro. Los reencuentros con colegas y amistades. El lujo de conocer y aprender de dos mujeres sabias, como Teresa Cayolla Porto y Maria José Carvalho Albarran, testimonio vivo de muchas ediciones del festival y conocedoras de esas historias del teatro, de la cultura, la lengua y la política portuguesas, que no se pueden encontrar en ningún libro y cuya aventura es fascinante. Velahí otro medio y, al menos para mí, otro remedio en estos tiempos tan… difíciles de definir.


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