40 Festival Internacional de Teatro y Danza Contemporáneos de Badajoz
“EL VIAJE HACIA ALGUNA PARTE”, UN DOCUMENTAL AMBIGUO SOBRE EL TEATRO EXTREMEÑO
«El viaje hacia alguna parte«, documental sobre el teatro extremeño abrió la 40 edición del Festival de Teatro de Badajoz en el López de Ayala. Un reportaje basado en entrevistas del cineasta Antonio Gil Aparicio que, al parecer, no había salido airoso en su propuesta inicial ante tan complicado reto de crear un debate sobre la situación extremeña de las artes escénicas. Porque el resultado de tal empeño se observa desviado hacia una gacetilla visual -de una hora- sobre algunos episodios de los 30 últimos años de teatro en la región, alumbrando un homenaje a la veterana compañía Suripanta Teatro (donde trabaja su mujer como actriz). Todo un montaje amable con la Administración (patrocinadora) y con un despliegue de más de 50 personajes y personajillos -políticos y artistas- extremeños, opinantes limitados de sueños, deseos, ilusiones, desilusiones y esperanzas de un mundo teatral muchas veces ingrato.
En esta aventura, que me recordó en algunas ocasiones a la obra “Esperando a Godot” mientras en mi cabeza sonaba insistente la canción de “Cómicos” de Víctor Manuel(“De nada vale el camino, que nos marcaron ayer…”), el cineasta extremeño se inspira en la novela “El viaje a ninguna parte” de F. Fernán Gómez (un éxito de los años 80 llevado al cine y al teatro), que retrata con humor, melancolía y humanidad el decadente viaje -en plena época franquista- de una compañía ambulante haciendo teatro por los pueblos de la España profunda. Sin embargo, la contundencia lírica y simbólica del título de la novela en el documental de Gil Aparicio, sustituida por «El viaje hacia alguna parte«, titulo tal vez tomado de la novela de Wilson Sloan o del espectáculo homenaje de muchas compañías asturianas a Fernán Gómez (que este verano fue en las calles de Candás preámbulo del XXVII Salón de Teatro Costumbrista Asturiano), resulta ambiguo. No veo que responda debidamente como crónica del cambio de los tiempos, a una forma de funcionamiento teatral en la democracia con nuevas actividades y de ejercer la profesión.
El documental, fragmentado con imágenes de plano fijo y yuxtapuestas, que mezcla en las entrevistas consideraciones relevantes, provenientes de los artistas o dramaturgos más expertos (tales como Moirón, Murillo, Mediero), con consideraciones de otros teatreros, llenas de ingenuidades (de artistas jóvenes, que en la Escuela de Teatro de Extremadura es vergonzoso que no recibieran nociones del teatro hecho en la región), redundancias (aquellas de “Papá, quiero ser artista”) y perogrulladas (de muchos cantamañanas teatrales de turno y de siempre), es toda una muestra aburrida de una visión chapucera de la realidad teatral extremeña.
El problema de Gil Aparicio es su craso desconocimiento de la historia del teatro en Extremadura. El documental falla en su contenido con la elección de primer montaje del Centro Dramático de la Junta –“El crimen de Don Benito”, donde el cineasta dio sus primeros pasos teatrales- y de las representaciones de los camiones-escenarios por los pueblos. Ambos eventos, que, al parecer, ha considerado como hitos, son los que le han servido para elaborar la trama del documental. Actividades que, sin embargo, constituyeron una gran decepción teatral por múltiples causas (que se pueden leer en las hemerotecas), sobre todo en la programación inadecuada de los camiones (hecha por Laly Mártinez, una funcionaria inepta) que durante todo ese periodo dio muchos dolores de cabeza a las compañías y espantó a bastante público. El documental ignora lamentablemente otros eventos más importantes de la historia del teatro extremeño.
Se recogen opiniones de dos políticos, de Rodríguez Ibarra y de un director de Promoción Cultural. El primero, habló de sus reuniones en la finca La Orden con los artistas –es el único presidente autonómico que lo ha hecho- interesándose por promocionar el teatro. Algo digno de agradecer ya que se pusieron en marcha muchas iniciativas de los artistas. Otra cosa fue después la organización de estas actividades por sus políticos culturales, que tuvo muchos altibajos. El segundo, de cuyo nombre no quiero acordarme –que afortunadamente duró dos años- no podía decir nada interesante, pues su gestión fue un desastre, cargándose eventos y actividades por los pueblos que habían puesto en marcha con éxito sus antecesores políticos Jaime Naranjo y Pepe Higuero.
La parte simpática del documental se percibe en la participación de Suripanta Teatro, ilustrando con el proceso de la puesta en escena su divertido espectáculo “Los Pelópidas”. Sin su actuación el documental sólo hubiese sido “atractivo” para los artistas participantes, más o menos en función de los minutos o segundos que aparecen en escena.
José Manuel Villafaina