Críticas de espectáculos

58 Festival de Teatro Clásico de Mérida/Ayax/Sófocles-Murillo

Emocionante Ayax

 

La representación del texto «Ayax» en el Teatro Romano fue una idea acariciada por Miguel Murillo, después del éxito extremeño de «Golfus de Emérita Augusta» en 1983. Recuerdo que el dramaturgo escribió entonces una versión libre -a partir de una innovadora visión satírica de la tragedia de Sófocles- que rechazó Monleón, director del Festival en 1984, objetando que era un texto inadecuado para el Festival. Lo paradójico fue que aquel director había recomendado hace pocos años uno de los dos «Ayax» que se han visto en el Festival, un montaje de pequeño formato del grupo griego Attis Theatre que era justamente una relectura muy irónica de la tragedia, con una mezcla del heroísmo convencional y elementos de «cabaret» para manifestar la idea de la guerra como espectáculo. Y que se dio de bruces en el Anfiteatro por una mala disposición del escenario. No obstante, Murillo ha escrito para esta ocasión –y para mi sorpresa- una inédita e interesante versión de la obra del griego, en la que demuestra su genio para recrear la tragedia clásica en estado puro, transmitiendo las escenas de tan rica condición literaria con un pálpito arrasador de imágenes intensas y los diálogos poéticos con vibrante emoción.

La propuesta de Murillo brinda en el contenido de la tragedia las posibilidades de una «lectura» más actual con una interpretación política sobre ese fondo épico del ciclo troyano de confrontaciones, donde Sófocles construye su tragedia de altura teológica y profundidad moral. A la interpretación religiosa que el autor griego da a la cólera de Ayax, contraponiendo a los dos protagonistas del drama (a Ayax, como la representación de la soberbia y el desconocimiento, y a Ulises, como encarnación de la prudencia y la mesura), el autor extremeño precisa que la actitud violenta del héroe procede de la enajenación y degradación inmisericorde a que ha sido sometido en el ámbito divino y humano de los poderosos: una diosa desdeñada (Atenea) que le engaña y droga como una ramera, los jueces que amañaron su voto quebrando la relación leal que exige una alianza solidaria en el combate, un aliado (Ulises) que hace trampa y se convierte en cínico enemigo y un ejército de camaradas (Agamenón y Menelao) que lo amenazan son motivos suficientes de conmoción interior en Ayax, que asume el suicidio ante la perspectiva de una vida despojada de honor.

En el espectáculo, Denis Rafter nos muestra una estructurada línea clásica de puesta en escena, que se agradece después de tantas «innovaciones» frustradas de los últimos años. Logra la sobriedad y belleza característica de la tragedia imprimiendo un lenguaje estético altamente elaborado en el ejercicio de la palabra, en un espacio consumado de coreografías y de simbolismos recreados por figuras estéticas (como un unicornio que simboliza el alma de Ayax) o de distanciamiento (dado en el personaje de Calcas, adivino de la guerra de Troya, para subrayar el anti-belicismo de la propuesta) en torno a ese de fatalismo que sopla sobre el personaje en cuestión. Destaca el trabajo que ensambla los diferentes componentes artísticos: música, vestuario clásico, ambientación escenográfica y luminotécnica con el énfasis del impacto visual de los efectos especiales, que se adaptan correctamente al espacio con el ritmo y la intensidad gradual del clímax. Y su técnica depurada sobre una atmósfera creada, tanto en los monólogos como en los coros que logran una excelente elocuencia y fuerza dramática.

En la interpretación, se observo un elenco con rigurosa entrega. La compañía Teatro del Noctámbulo estuvo compuesta por actores extremeños que funcionaron en su conjunto con modestia, decoro y templanza. Destacaron José Vicente Moirón (Ayax) desbordante de vitalidad dramática, con su cuerpo y voz llenos de energía en todos los registros y ese fuego arrebatado evocador de la emoción trágica. Elena Sánchez (Tecmesa) aportando sensibilidad a las escenas tiernas e inquietantes de su sufrido personaje, Fernando Ramos (Ulises), muy seguro en su rol de astuto y con excelente dicción, Gabriel Moreno (Teucro), orgánico en las discusiones que crecen en violencia replicando a los Atridas. Isabel Sánchez (Atenea), con dominio escénico en su inicio, aunque no logra mantener el personaje como diosa caprichosa y perversa todo el tiempo. Y el coro de marineros de Salamina –José M. Pizarro, Jesús Manchón, Araón Lobato, David Gutiérrez y Camilo Maqueda con sus potentes voces (sobraba la incoherencia del personaje femenino).

También, los adecuados trajes de Maite Álvarez, la magnifica caracterización y maquillajes de Pepa Casado. Y los efectos del fuego en el rito funerario de Reyes Abades que culminaron con resplandor y belleza el final de una función, que el público siguió –durante dos horas sin descanso- con silencio religioso.

José Manuel Villafaina


Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba