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El espectáculo del fútbol y el del teatro

No cabe duda que el fútbol es un gran espectáculo, especialmente promocionado en todo el globo terráqueo, incluso en épocas oscuras, como la de la dictadura, o en países de escasa democracia. El espectáculo del fútbol, sobre todo el masculino, no rasca ideológicamente como puede rascar el del teatro o la danza. El fútbol femenino estuvo prohibido en diferentes países como los EEUU hasta los años 40 y en otros sigue estándolo. Por tanto, sí que existe ideología en el espectáculo futbolístico, igual que en cualquier otro. Debe de haber, entonces, una especie de doxa, según la cual fútbol y masculinidad, dentro de la tradición cisheteropatriarcal, son unidad indisoluble. Quizás por eso los jugadores de élite, que son protagonistas de lucrativos anuncios publicitarios y mueven enormes cantidades de fans, siempre, en la esfera social, se muestran dentro del canon heterosexual. Mueven opinión y promueven valores entre la juventud. Siempre los vemos con sus chicas diez y sus coches de alta gama. Eso está dentro de la doxa del fútbol más difundido, espectacularizado e influyente.

En muchos tratados de estética y filosofía, desde la antigüedad, se considera la libertad y la verdad, conceptos fascinantes y complejos, como condiciones imprescindibles del arte. Yo acredito en esos conceptos, como valores rectores en la creación escénica que aspira a ser arte. Por eso, en función de esos valores y, evidentemente, de otros criterios técnicos, me atrevo a concluir que existen espectáculos que no son arte y otros que sí.
¿Es el fútbol un arte?

Si sigue una ortodoxia contraria a esos conceptos, en mi opinión, no lo es. Lo mismo que puede acontecer con el teatro o la danza, cautivos de parámetros más comerciales y populistas que de la expresión intrínseca y coherente a las pulsiones de libertad, verdad y, aún me atrevo a añadir otra, creatividad e innovación.

Sin embargo, aun no siendo un entendido en fútbol, estoy seguro de que en el campo ha habido y hay jugadas que son auténticas obras de arte. Pienso en el ejemplo del denominado “gol del siglo”, marcado por Diego Maradona, en un encuentro de finales de la Copa Mundial de Fútbol 1986, entre Argentina e Inglaterra, cuando el genio argentino, empezando dentro de su propio campo, eludió a cinco jugadores ingleses antes de anotar el gol que le dio la victoria a su equipo. Minutos antes, el propio Maradona había marcado otro polémico gol, cuando golpeó el balón con su puño izquierdo, en un salto increíble delante del guardameta inglés. Maradona declaró después que el tanto lo había marcado “un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios”. Frase que ya pertenece al mito fraguado alrededor del personaje arquetipo Diego Maradona y que la prensa definió como “la mano de Dios”.
En el panteón de los dioses de la era de los medios de masas, el fútbol, ciertamente, es un dios, igual que lo es el dinero.

¿Y qué acontece cuando un espectáculo como el fútbol es visto desde otro espectáculo como la danza o el teatro?

Cesc Gelabert, en 2015, en el Teatre Nacional de Catalunya, presentaba ‘FOOT-BALL’, sobre linóleo iluminado de verde, y con una pantalla de fondo en la que se proyectaban las mejores jugadas del Barça, que inspiraban la coreografía de esta pieza de danza contemporánea. La segunda parte del título, “ball”, es baile en catalán. En este caso, la danza, nos mostraba la dimensión más artística y estética del fútbol.

Pero la primera obra teatral que recuerdo que juega con el fútbol es ‘¡Oé, oé, oé!’ (1994) del asturiano Maxi Rodríguez, publicada con prólogo de Jorge Valdano, compañero de Maradona en aquel mítico partido del Mundial del 86 y después entrenador del Tenerife y del Real Madrid, en la época en la que Maxi se atrevía a meterle el diente al fútbol en la obra citada.
El dramaturgo asturiano anota, entre los detonantes para ponerse a escribir su obra: “[…] en todos los periódicos aparecían fotos de cientos de personas pasando la noche a las puertas del estadio Sánchez Pizjuán. Ávidos de conseguir localidades para el partido de fútbol contra Dinamarca, se habían desplazado allí cuatro días antes y dormitaban junto a una taquilla arropados con la bandera de España. Se decía en el artículo que por una entrada la gente estaba dispuesta a pagar precios astronómicos. Y todo eso, entre turuta y bocata, en la ciudad de este país donde hay mayor índice de parados…”
En este caso, el teatro, nos ponía delante el drama de la miseria que se esconde debajo de ese enganche de la afición. El fútbol, quizás, como droga para olvidar, como anestesia.

Recientemente, el Centro Dramático Galego, CDG, y Ainé Producciones han estrenado ‘Recortes, caneos e outras formas de driblar’ (Salón Teatro. Compostela, 29/09/2022) [Recortes, regates y otras formas de driblar], a partir de textos del periodista Nacho Carretero, en la dramaturgia de José Luis Prieto y con la dirección de Tito Asorey.

Para este espectáculo, el propio Nacho Carretero, así como el showman de la televisión gallega Xosé Antonio Touriñán, que protagoniza la obra, figuran como productores. Del mismo equipo, también con Asorey a la dirección y Prieto a la dramaturgia, fue el gran éxito de la adaptación teatral de ‘Fariña’, el libro sobre el narcotráfico gallego de Carretero, que consiguió también un enorme éxito con la serie de ficción televisiva del mismo nombre.
Hay, una vez más, varios ingredientes para hacer de ‘Recortes, caneos e outras formas de driblar’ un espectáculo que triunfe en taquilla: el tema del fútbol y, encabezando el cartel, un actor que es una de las caras más populares de la televisión gallega. Pero ambas circunstancias no son, en este caso, trampas o recursos oportunistas, sino dos bazas pertinentes y honestas.

El fútbol es un fenómeno social lleno de luces y sombras, que merece el análisis dramático y no me parece a mí que sea fácil enfrentarse a semejante asunto. Creo que es un reto y un riesgo del que el CDG y Ainé han salido bien parados. Por otro lado, Xosé A. Touriñán es un “seareiro”, un forofo del fútbol y, al mismo tiempo, un showman con una auténtica vis cómica, con solventes dotes actorales. De lo mejor del espectáculo es verle desprovisto de personajes caricaturescos y, sentado en la grada escenográfica, dirigirse al público para hacernos confidencias acerca de su afición futbolística.

Touriñán se desnuda, en esos momentos, del recurso al chiste, al gag costumbrista, o a los estereotipos y caricaturas que le podemos ver en la tele, para mostrarse en el cuestionamiento de algunos aspectos de esa pasión. Es muy curioso el tema, porque como pasión, en el fútbol hay también algo de amor, de relación íntima que, al mismo tiempo, es muy social. Por eso Touriñán, compartiendo momentos de pensamiento y análisis sobre su pasión futbolística, abre cuestiones que van de lo personal a lo público, de lo íntimo a lo político.

‘Recortes, caneos e outras formas de driblar’ se formula como un espectáculo coral, de grupo, pero, en realidad, en mi opinión, la línea principal que sostiene la dramaturgia es la revisión y cuestionamiento de diferentes aspectos controvertidos del fútbol por parte de un forofo que, al mismo tiempo, es un teatrero.

Además de Touriñán, el elenco se completa con Manuel Cortés (actor de Chévere), Christian Escuredo (gran actor de musicales, protagonista de ‘Priscilla’, ‘33, el Musical’ o ‘Ghost’), Xoán Fórneas (actor de cine y audiovisual. ‘Acacias 38’ de TVE; ‘La línea invisible’ de Movistar+), Isabel Garrido (joven actriz, igual que Escuredo, se formó en la ESAD de Galicia, y ya ha trabajado en teatro y audiovisual, con papeles en series como ‘Acacias 38’ o ‘El desorden que dejas’ de Carlos Montero) y Sergio Zearreta (actor muy versátil, que hemos visto en obras dirigidas por Ana Vallés, como ‘Acto seguido’ (2003) e ‘Historia natural’ (2005) de Matarile o ‘Illa Reunión’ (2006) del CDG; con Voadora en ‘Súper 8’ (2010), ‘Tokio 3’ (2012) o ‘A tempestade’ (2014); en musicales como ‘A ópera dos tres reás’ (2011) de Brecht en el CDG, o ‘Galicia canibal’ (2012) de Antón Reixa, ambos dirigidos por Quico Cadaval; etc.)

Todo el elenco interpreta a diferentes agentes relacionados con el fútbol, la afición, los jugadores, el entrenador (Manuel Cortés), el árbitro (Xoán Fórneas), el capitán (Christian Escuredo), el presidente del club deportivo (Cortés), el jugador famoso que está en el armario y debe mantener el secreto (Escuredo), el activista pacifista (Sergio Zearreta), la futbolista activista del fútbol femenino (Isabel Garrido), que también representa a Maradona cuando aparece y se cuela en el sueño de Touriñán, para llevarle de viaje por los bajos fondos y las mafias futbolísticas, donde podrá observar las trampas, los apaños que hacen del deporte otra cosa.

Los personajes de quita y pon, más en un simulacro paródico que en una interpretación realista, funcionan casi como alegorías, que representan, de una manera clara, ideas: el poder omnímodo de los presidentes de los grandes clubes, por encima de los gobernantes; el árbitro como chivo expiatorio; la afición y el fanatismo simple; jugadores, virilidad y homofobia; la entrega total y la disciplina militar, inculcada caricaturescamente por el entrenador; etc.

Para ello se alternan monólogos de uno de los personajes y reacciones del coro, ya sea de jugadores o de aficionados. También escenas a dúo, como alguna entre Maradona y Touriñán, o entre el Presidente del club y su Secretario. Y sobre todo números de comedia musical, en los que resaltan las voces de Christian y de Sergio, con gran lucerío y coreografías simples, para cantar goles y otras gracias futboleras.

Mi colega Roberto Pascual, en su colaboración sobre artes escénicas en el programa ‘Zigzag’ de la TVG2, comentaba que, en algunos momentos, había algo en el espectáculo que le recordaba a la Panorama o a la París de Noia, orquestas de verbena muy conocidas en Galicia, por sus versiones de éxitos comerciales, con mucha pirotecnia lumínica, sonora y coreográfica. Y sí, aquí, en este espectáculo sobre el fútbol, también hay mucha pirotecnia escénica, en la tradición de las orquestas de pachanga de las verbenas. Esa parte de show para contrarrestar los momentos de análisis y cuestionamiento o los discursos críticos. También para reflejar ese lado populista y verbenero que tiene la fiesta del fútbol.

Evidentemente, el teatro no es un libro de ensayo y tampoco, por mucho que lo intentemos, un documental para profundizar en los matices de asuntos tan complejos a tantos niveles, como es el caso que nos ocupa. Por eso creo que es un acierto el enfoque verosímil y, seguramente, verídico, de un aficionado que se hace algunas preguntas y decide compartirlas con el público, a través de un espectáculo teatral lo más entretenido posible.

¿Y qué imagen me traslada a mí del fútbol esta propuesta teatral? Pues la de una pasión que mueve masas y que resulta difícilmente controlable y pensable. Una pasión que, como otras, se escapa, en ciertos aspectos, de lo políticamente correcto, e incluso de lo ético. Y en lo que atañe a la afición, hasta podría considerarse una debilidad disfrazada de fortaleza. El deporte debe de ser otra cosa, ¿no?, y el arte quizás también. Quizás.

P.S.- Artículo relacionado:

“Para flipar, mejor la Fariña teatral”. Publicado el 6 de enero de 2020.


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