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Entre las luces de Vigo, la de N.E.V.E.R.M.O.R.E. de Chévere

Este año me ha tocado volver a estar en el jurado de los Premios de la Crítica de Galicia, en la modalidad de Artes Escénicas. En 2019 también estuve y me quedé muy satisfecho, porque fue el año en que, por primera vez en la historia de estos prestigiosos galardones, llevaba el Premio una coreógrafa, Rut Balbís. Aquel premio era una alegría por los méritos artísticos de la ganadora, pero también una suerte de justicia histórica, o de compensación simbólica, por todo el tiempo en el que la danza estuvo, y continúa estando, marginada en nuestra cultura.

En los XLV Premios de la Crítica de Galicia 2022, en la modalidad de Artes Escénicas, un jurado compuesto por la actriz Rosa Álvarez, la directora de la Mostra Internacional de Teatro Cómico e Festivo de Cangas, María Armesto, el actor Xosé Leis, la actriz Sabela Hermida Mondelo y los dramaturgos y colegas del Consejo de Redacción de la erregueté (Revista Galega de Teatro), Esther F. Carrodeguas y Ernesto Is, escogimos como finalistas al creador Diego Anido, a la compañía de títeres Tanxarina y a la pieza N.E.V.E.R.M.O.R.E. del Grupo Chévere, siendo esta última la que alcanzó el Premio.

N.E.V.E.R.M.O.R.E. no solo es un espectáculo de teatro documental con una dosis autobiográfica o de autoficción, porque los propios miembros del grupo participaron, como activistas, en la denuncia y en los trabajos contra aquella catástrofe ecológica, generada por el hundimiento del petrolero Prestige. Además, se trata de un evento artístico de gran relevancia sociopolítica. N.E.V.E.R.M.O.R.E fue una coproducción del Centro Dramático Nacional del Estado y estuvo en algunos de los teatros principales, como el Lliure, movilizando emociones y pensamientos.

Más allá de esa revisión del momento histórico, en el que el buque Prestige se hunde y de todas las implicaciones que eso supuso, el gran hito, desde mi punto de vista, es la consecución de la emoción estética. La factura plástica del dispositivo escénico y la riqueza del espacio sonoro, en esa dimensión siempre tan lúdica, crítica y humanista, que caracteriza los trabajos de Chévere, son los ingredientes que nos enseñan a conjugar ética con estética. Un mérito aún mayor, el de la emoción estética, si se tiene en cuenta la carga política, en lo que atañe a la memoria histórica, cuando se cumplen, justamente, 20 años de aquel nefasto suceso.

Todo lo que podemos disfrutar y aprender con N.E.V.E.R.M.O.R.E es algo que tenemos que agradecer. En mi opinión, en general, las artes escénicas, cuando funcionan, nos iluminan, nos hacen crecer a muchos niveles.

Este sábado 19 de noviembre, cuando salíamos del Centro Social Afundación de Vigo, donde se celebraba la gala dos Premios de la Crítica de Galicia, comenzaban a vallar las calles del núcleo de la ciudad para otro gran espectáculo, protagonizado por Abel Caballero, el alcalde, el encendido de las luces de la Navidad.

Un espectáculo de masas, gracias a la enorme promoción que el Ayuntamiento de Vigo le ha dado, a través de todos los medios de comunicación y de la publicidad que ha puesto en muchas ciudades del Estado español.

A eso de las 19h., yo, que vivo en el centro, intentaba ir a entrenar al gimnasio. Pero, para ello, debía esquivar el camino directo, por el Sireno y Príncipe, y buscar una ruta alternativa. Aun así, había policía y voluntariado cortando el paso a los peatones también en las calles adyacentes. Por lo cual tuve que hacer un buen rodeo. Supongo que todo el centro estaría abarrotado de gente y, por razones de seguridad, ya no dejarían pasar a ninguna persona más. Pero, ya se sabe que, en estas ocasiones, nadie te informa ni te da explicaciones, toca obedecer y punto. A eso ya nos acostumbraron con algunas de las prohibiciones genéricas durante los confinamientos de la pandemia y todos los protocolos que se aplicaban sin reflexión ni cuestionamiento. Aunque su aplicación pudiese ser contraproducente, ilógica o incluso ridícula. Por ejemplo, una persona caminando sola en medio de un monte con una máscara, para no contagiar ni ser contagiada por la vegetación y los animales del bosque. ¿Se trata de dar luz o de burrificar?

Así que iba yo para el gimnasio, haciendo un rodeo, y observando cómo muchas personas y familias, bajo la lluvia, corrían para poder llegar a tiempo al espectáculo del encendido de las luces. Por la megafonía ya se escuchaba hablar al protagonista. Tuve tiempo de escuchar una frase en castellano: “Vigo, os queremos”, que me llenó de vergüenza ajena. Miles de personas abarrotando el centro de Vigo, bajo la lluvia y al frío, escuchando aquel discurso de grandes valores estéticos y éticos y esperando a que se encendiesen miles de luces eléctricas (11 millones de luces) encima de sus cabezas. Miles de personas haciéndose fotos con adornos de plástico recreando clichés de la Navidad y la ciudad convertida en una especie de parque temático.

Toda la gran promoción institucional y de los medios de comunicación, que no les prestan a las artes escénicas, puesta en este espectáculo de luces y clichés. Una sobredosis que invita a la gente a venir a Vigo, a pasmar e a consumir.

Difícil pensar con tal sobredosis de luces y decibelios. Quizás porque pensar y consumir no acaban de casar del todo y la apuesta que se hace desde arriba es que consumamos. Miles de personas, este sábado, en Vigo, haciendo lo que se les indica, celebrando la gran fiesta del consumo.

El sistema económico y de bienestar parece que aún no ha encontrado otro modo de garantía más que este, tan lesivo a nivel intelectual y ecológico. Pido disculpas por escribir lo que pienso, pero a mí, que me gustan las luces y la fiesta como a cualquiera, esta apoteosis y este desequilibrio me parecen un monumento al mal gusto y una paletada. Creo que el sello de prestigio y atracción de una ciudad civilizada y avanzada, quizás, debería ser otro. Sería maravilloso que las luces no solo fuesen vatios de potencia cegándonos el entendimiento y manteniéndonos en una alegría superficial, basada en el consumo.

Sería hermoso que el espectáculo de las luces también alimentase nuestra sensibilidad y que las endorfinas generadas, en vez de anestesiar nuestro espíritu crítico lo animasen, haciéndonos crecer. Algo semejante a lo que hace N.E.V.E.R.M.O.R.E., en esa demostración de que la estética y la ética pueden caminar juntas para hacernos felices desde el conocimiento.


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