Perdido en el relato
Hace un buen rato que ando perdido en el relato. No encuentro otra cosa que rotondas. Si agotamos las vitaminas sintéticas que van configurando el mejunje determinante de las salidas exculpatorias o complacientes, nos podemos encontrar con un esqueleto que se sostiene en tres o cuatro tirantes horizontales, porque los verticales están todos torcidos, rotos o ya no son nada más que rémoras de los viejos que todavía son capaces de escribir ética, sin hace y con acento. No esperen nada propositivo. Tampoco nada más que un denuedo convaleciente. Quizás una pluma volando con un mensaje cifrado para evitar otro compromiso más allá de lo inevitable.
El relato de los demás, especialmente de instituciones, apoderados, biempensantes, acomodaticios y suplicantes, es en estos momentos, un simple garabato, que se debe comprender responde a las necesidades contractuales, vitales, a la indiferencia o a la desigualdad de caracteres. No lo entiendo. Ni me esfuerzo en comprenderlo más allá de lo obvio, de lo que es imprescindibles para poder aparcar la bici en lugares seguros. Lo malo, es que no acabo de metabolizar de manera sana mi relato de los hechos. De mi vida, de mis obras, de mis actos, de mis deseos, de mis amores y desamores, de la amistad como vínculo con la trascendencia y con la familia como estación término con unas vías que ya no conectan con otras realidades futuras y se desvanecen hasta perder el paralelismo con el pasado.
Estoy a punto de rendirme. Ante la evidencia de la inutilidad del esfuerzo. Ante el ambiente político irrespirable, ante la realidad chocante de lo existente, lo que se hace, lo que se aplaude, lo que se obvia y lo que queda siempre en el esfuerzo de los demás. Me voy a rendir ante bancos, cajas, instituciones, meteorólogos, sistemas sanitarios, viticultores y dueños de almazaras, para no mencionar a pesebristas de la verborrea de lo privado con la subvención pública más escandalosa, los programadores y programadoras por la Gracia de Dios que han vuelto a renacer de manera sorprendente, a los cultivadores de rosas negras y a quienes se dedican a convertir las ilusiones de jóvenes actrices y actores en abusos de poder de todo orden.
Mi rendición es formal, un poco táctica, muy estratégica, ya me han demostrado que son más, más organizados, mejor armados de leyes, prebendas, amistades, consultorías y currículos compartidos, pero desde la más absoluta declaración de Integración, voy a mantener mi República de los santos inocentes, de las esperanzas rotas, de la obsesión por unas Artes Escénicas liberadas de tanto mamoneo. Somos pocos, seguramente hay muchas más almas durmientes esperanzo el momento, pero el año 2023, viene después del 2022. Y no digo más. Tengo que revisar la medicación, pero será para mantener las señas de identidad sin tener que doblegarme ante nadie más que a quién a mí me de la gana, o me convenga hacerle creer que lo consigue o me venza violentamente.
Este relato está perdido, no tiene valor en el mercadeo actual. NI en el futuro. Es lo más parecido a un testamento apócrifo. La soledad va a ser la misma, los que se creen que tienen el poder, lo ejercen de manera totalitaria. Y lo hacen en beneficio propio y de los suyos. En todos los ámbitos. En la Cultura me duele más. Es menos obvio, pero más corrosivo. Lo demás no es ni ruido. Es bochorno. Me influye, lo siento, hay luces al amanecer que no anuncian nada bueno, pero ahí es donde tengo el callo muy hecho fruto de la edad, de la experiencia, del análisis de ida y vuelta.
No me llames iluso porque tenga una ilusión. Ni viceversa.