Y no es coña

Los días y las horas

Sensaciones compartidas por generaciones que nacieron analógicas: qué rápido pasa un año; qué despacio pasan algunos días; qué lento pasa a veces un minuto en un teatro. Empecé el año asistiendo a la última representación de un montaje ambicioso, brillante por momentos, una suerte de declaración de principios sobre las vicisitudes en las que se desarrolla la actividad profesional de las compañías de teatro, la obsesión en que se vive la necesidad de actuar, de crear, de hacer, con un objetivo no deseado: sobrevivir.
Morboria es una de esas compañías históricas, respetadas por la profesión que en este montaje se presenta con más de una docena de intérpretes, actrices, actores, músicos y técnicos, lo que la convierte en algo inusitado ya que estos amplios repartos no son habituales en estos momentos ni en las compañías institucionales. Detalle que les honra y que hace de su obra “Del teatro y otros males que acontecen en los corrales”, una muestra de una vocación irremediable, una manera de ser y estar en el Teatro, buscando la dignificación más allá del aplauso y el éxito, es decir, la honestidad, el trabajo, la cohesión y tantas palabras que encierran conceptos que durante un tiempo fueron fundamentos de la propia manera de Hacer Teatro.

Queda claro que estos fenómenos de no renuncia a unos principios, de contribuir desde la iniciativa privada a mantener un nivel de interés cultural, artístico, donde la memoria y la historia de la literatura dramática no se pierda por los desagües de la inmediatez y el adanismo, lo representa de la misma manera otra compañía de larga trayectoria, Morfeo Teatro, que ofrece en El Matadero “La sumisión y el porvenir está en los huevos” una obra de Eugène Ionesco que, cuando menos, tiene el valor de indagar en un lenguaje, no solamente verbal, absurdo, desmembrado, sino que lo lleva a la puesta en escena, a la propia interpretación, asunto que hay que destacar ya que significa un estudio, una propuesta plasmada en una puesta en escena que contribuye a que se entienda esos tiempos donde se escribían esos textos y su relación con los públicos actuales desde un respeto absoluto, tanto a lo que fue como a lo que es el teatro, algo vivo y contemporáneo por su simple mecánica de convivencia en un espacio y un tiempo.

Otra cuestión es acercarse a “Lectura fácil” de Cristina Morales, tras conocer la novela, es decir cargado de imágenes provocadas por la lectura de un texto bronco, que en la adaptación de Alberto San Juan mantiene en las protagonistas parte de esa violencia pero añadida a la expresión física, a la corporalidad con un elemento que me produce una duda ya que al ser en ocasiones actrices o actores con una manifiesta capacidad diferente, mis aplicaciones de análisis de valoración artística quedan distorsionados, o fuera de servicio, por lo que tendré que reflexionar mucho más y aprender a ver estas realidades escénicas cada vez más habituales para apreciar en toda su profundidad estas actuaciones. El montaje del CDN es duro, pero bien resuelto en todos sus pasajes, el aprovechamiento de los momentos de la narración más singulares, ayudan a hacerse una visión global, y las espectadoras acaban apreciando las denuncias, las necesidades de esas personas que forman parte de un grupo humano del que apenas tenemos noticias.

Estuvieron dos días para acabar el año en el Teatro del Barrio, La Ruka Teatro con “La vida es otra cosa”, cuatro actrices para contarnos historias de mujeres con mucha energía, muy buenas intenciones, pero desajustes dramatúrgicos que no impiden que su claro mensaje sobre el suicidio en mujeres fruto de otras violencias más silenciosas, en algo parecido a una acción de apoyo mutuo. Aplauso por todo lo que proponen, ya que existe una puesta en escena, un vestuario, una estrategia de dirección y unas interpretaciones que a veces se ven asfixiadas por su propia necesidad de urgencia interpretativa. Con la capacidad de todo el equipo el proyecto crecerá en términos positivos y de eficacia.

Pero la vida no siempre es así de gratificante con el veedor de teatro y sufre en ocasiones decepciones inesperadas. En primer lugar, con “El Cascanueces” de Blanca Li en los Teatros del Canal, que entiendo no está a la altura de su trayectoria y de sus posibilidades. Un montaje muy embarullado, de una estética confusa tirando a un feísmo que no podemos asegurar sea buscando o simplemente fruto de un conjunto de elementos que no acaban de encajar en la medida que se espera de este tipo de producción institucional.

Y en otra plano, al decepción me llegó viendo “La Florida” escrita y dirigida por Víctor Sánchez Rodríguez, en las Naves del Matadero y que contando con un reparto solvente, la propia estructura dramatúrgica parece encerrarse en sí misma y al intentar utilizar lenguajes narrativos de muy difícil plasmación escénica como es la de un policía que cuenta la historia, describe situaciones y personajes, todo se va diluyendo y pese al esfuerzo de todos, se va quedando en algo poco atractivo, incluso anodino, aunque se use el trazo grueso porque parece que no acaba de rematarse ninguna de las historias planteadas de una manera adecuada.

A veces juntarse a la salida de un teatro con viejos compañeros de fatigas teatrales, ayuda a remover la memoria, ese saco de recuerdos que en esas ocasiones parece importante se plasmen en un documento, no sea que se pierdan sin que nadie las aproveche. Intentaremos retomar ese impulso, mientras nos quede esa capacidad de buscar en el fondo de nuestras vidas teatrales vividas intensamente.


Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba