Tiempo concentrado
Es un buen momento para pensar en el tiempo, los años que se acumulan como en un efecto cinematográfico en donde se resbalan como hojas de calendario, y de pronto llegamos al final de la película. Invocamos a Perogrullo al afirmar, el tiempo pasa. El teatro concentra tiempo en un espacio, en la escena. Ahí ocurre una secuencia de instantes puros, de silencios significantes, de vida condensada hasta el obscuro final o la caída del telón. El teatro es presente absoluto, aquí y ahora. Seres vivientes en una dimensión que conecta a los espectadores con otra.
Así aparece Antígona, para defender con sus uñas y dientes el derecho cósmico por encima de la voluntad tiránica, es la rebelde sentenciada en Irán, la perseguida en Afganistán que afianza su ser en el sacrificio, presencia de hace 2500 años que hoy en el escenario reivindica su voluntad, cuando la actriz que la encarna declara… yo Antígona soy voluntad y sacrificio… la tragedia revive ahí.
En escena aparece el moro de Venecia, Otelo el africano, aristócrata que sucumbe ante la insidiosa envidia del reptil venenoso llamado Yago; Desdémona, la irreprochable, a la que alcanza la maldición de un padre. La pasión de los celos en el foro son de hoy, la manipulación ocurre en estos días primeros del 2023 con igual vigor que el día de su creación… Otelo, burlado por su ceguera comete un feminicidio escénico.
Invoquemos al demonio en el foro para despertar el temor del espectador, es Fausto quien invoca, Mefistófeles que acude para perderlo, es la Celestina que lo convoca para sus impuros designios en la caída de Melibea. Por cierto que esa maravillosa obra, La Celestina de Fernando de Rojas, nunca fue estrenada en su tiempo por la fuerza de su personaje y argumento, y fue hasta el siglo XX cuando subió a escena liberada de la prisión del texto, siempre con el mismo vigor y potencia. Y todo ocurre hoy, en el tiempo sin tiempo que condensa el teatro.
Esperando a Godot, el poema dramático de Becket es una interpretación de tiempo, pues el que espera mira siempre el implacable segundero. Y ahí está ese par de vagabundos —nosotros, los espectadores—, mirando el devenir del silencio, la desconcertante escena Becketiana que invita a la reflexión sobre el transcurrir y la esperanza fallida. Escena en la escena, para mirar como avanza un reloj en una lógica impecable de palabras huecas. Y cada vez que la obra se inicia nosotros estaremos a la espera de que algo ocurra, al unísono con los vagabundos. Presente absurdo y absoluto de quien espera la llegada de Godot.
Por eso ir al teatro es una experiencia con el tiempo en todas sus dimensiones y facetas. Podría decirse lo mismo de otras expresiones, por ejemplo el cine. En efecto, sólo que la pantalla es bidimensional y su tiempo está fijo, pasado permanente, reflejo de una época, sin posibilidad de transformación, a menos que se haga un remake, pero ya es otra experiencia. El teatro no es así, en la sala se respira el aire de ese momento, pero se vive un drama anclado en otro tiempo, el amor de Melibea la adolescente víctima de su pasión, de Julieta víctima de rencores sociales, Antígona el mito de la rebelión femenina. Quizá en la música aspiremos al mismo principio. Pero el interprete no es un personaje, el actor se inviste de aquellos diálogos y es otro, se transforma para estar aquí, frente a nuestros ojos.
Estar en escena es entrar al espacio de tiempo sin tiempo. Sacralizado, investido de presencias, contacto entre realidad e ilusión. El actor como oficiante de un rito perdido en el tiempo. Pisar la escena es entrar en el territorio del mito, por eso nos impacta, nos hace representar durante un instante a nuestro propio personaje en los momentos en que por casualidad lo pisamos. Observar la potencia de la platea vacía.
Cuando entres a un teatro, piensa que llegas a un túnel del tiempo, especialmente si es una sala con abolengo, tu experiencia cotidiana conectada con un pasado vigoroso que se abre a ti para conectarte con otros mundos.
Hipotético lector, te deseo mucho teatro para este 2023, con fuerza para asistir a verlo y talento para gozarlo.
París, enero de 2023