Pasado, presente y futuro
Aprender a estar en el presente es una práctica de la conciencia fundamental para el teatro, el actor debe tener su atención plena cuando se encuentra sobre las tablas, debe estar en estado de alerta, como un animal salvaje cuando se pasea por la ribera del río; y eso nos repetían varios de los maestros de cuerpo mientras hacíamos entrenamientos actorales. Cuando subía a los escenarios recuerdo experimentar un nivel de conciencia mucho más profundo en comparación con la que me gobernaba en la vida cotidiana. Y siempre me pareció asombroso.
Inclusive la psicología dice que la depresión es exceso de pasado y la ansiedad exceso de futuro, lo que nos vuelve a traer al presente como el lugar oportuno para equilibrar tales fuerzas en pugna. Mucho tiempo después empecé a practicar yoga. Y el yoga, también insiste en el estar en el aquí, en el ahora, a través de la respiración. Y tanto para uno como para otro, y otro, aprender a estar en el presente puede ser difícil, puede tomar años.
Y de repente, como sociedad nos aferramos a que el presente es lo único que cuenta, lo único que tenemos, aun cuando estar en el presente es casi un oxímoron de lo puro efímero que resulta.
No estaría diciendo esto si no quisiera relacionarlo con el estar en la vida, en este mundo y en esta época. Y es que hoy uno se encuentra por todos lados la idea de que el presente es lo único que importa. Tanto es así, que las nuevas generaciones tienen una pésima relación con la ideal del pasado y del futuro, sobre todo con la del futuro. Y esta pérdida de relación, de valoración de tales horizontes temporales, me preocupa.
Me pregunto si acaso ¿no estaremos abusando de la idea de que el presente es lo único que cuenta? ¿Cuáles son los efectos en nuestras vidas de este exceso de presente? ¿No estaremos aplanando una visión más compleja de la vida humana?
Ese malestar me da cada vez que me topo con alguien cuya postura hacia el futuro se jacta de que no hay futuro, de que no existe, de que quién sabe… Y sí, obvio. Pero es que pensar en el futuro es ejercitar la imaginación. Y nuestra imaginación también es una brújula. Lo que me frustra es la evidencia de que no hay el mínimo interés por diseñar una visión, es decir, por imaginar un futuro. Y quizás esa apatía también tenga relación con el terror que produce el fracaso, es decir, que esa visión y esas expectativas no se cumplan. Por lo tanto, lo mejor es no imaginar nada. Excepto en los casos de las personas ansiosas, a las que más bien se les va la mano.
Entre más cuarentona se hace una, más va aprendiendo que en la vida no pasan siempre las cosas que uno quiere, que uno espera, y pasan otras que uno no quiere pero que tocan. Y no por eso hay que tirar la brújula de la imaginación a la basura. Y atribuirle a la brújula un mal funcionamiento.
Por otro lado, están aquellos que, de antemano, niegan y reniegan sobre el valor de la idea del pasado, porque tampoco existe. Entonces, se sacan los ojos, al estilo de Edipo, para perder la perspectiva histórica del mundo, de la cultura, de la humanidad. Solo que, en vez de convertirse en sabios, el efecto es el contrario. Y si supieran cuánto conocimiento hay en la historia y en la memoria. “Somos enanos en los hombros de un gigante” decía Bernardo de Chartres.
Despojarnos de una sana relación con el pasado y el futuro, solo nos empobrece. Nos hace más autómatas, más planos y hasta cobardes. Por eso creo que la apuesta debe ser otra, debe ser el aprender a entramar una adecuada relación de correlaciones entre el pasado, el presente y el futuro, en vez de elegir las omisiones. En fin…
Domingo 12 de marzo del 2023.