Divina comunicación
El escribir se me ha vuelto una necesidad para expresar desde banalidades, hasta pensamientos que considero un poco más importantes. En realidad, siempre he tenido la necesidad imperiosa de comunicarme con otros, y cuando digo otros, no hago ningún tipo de distinción entre los integrantes de mi familia, un colega de trabajo, alguien en el ascensor, la cajera del supermercado o incluso, con quien me hace un llamado telefónico equivocado.
En el primer versículo del Evangelio de Juan, se puede leer “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Más claro echarle agua.
Si asumimos que el verbo, entendido como las palabras que permiten comunicarnos entre los seres humanos, es sinónimo de Dios, incluso el agua estaría de más.
La lengua es más larga que el brazo cuando en una mesa se quiere alcanzar un aderezo situado 3 lugares más allá, y también puede ser más afilada que cualquier cuchillo.
Como todo en la vida, nada es ni tan tan, ni muy muy, todo depende de cómo, cuándo y para que se use.
Un texto puede ser tan horrendo como una condena a muerte o tan bello como la carta de un niño pequeño a sus padres. Ni hablar de un poema de amor escrito en ese momento de desequilibrio físico químico que es la pasión o una declaración de guerra de una mega potencia a un pequeño país sub desarrollado para robarle sus recursos naturales.
Las palabras en si mismas no son ni buenas ni malas, sino que su carga emocional dependerá exclusivamente del cómo, cuando, por qué, para qué o quién las diga o escriba.
Bien pueden servir para comenzar una experiencia total de beneficios impensados o para terminar con lo que se pensaba eterno, pero que duró más allá de lo humanamente soportable.
Las palabras pueden ser tan transparentes como una noche de luna llena a orillas del mar o tan obscuras como ese mismo mar pretendiendo tragarse una embarcación con sus olas de tormenta. Su sonido puede ser tan dulce como el más prohibido manjar para diabéticos o el más amargo trago antes de un adiós.
Como suele suceder en el periplo vital, nada es, al mismo tiempo que podría serlo.
En la comunicación, al igual que un síndrome, su complicación radica en el cumulo infinito que intervienen en su definición.
Puede ser tan directa como la de un jefe a la de un sub alterno o tan compleja como la de un esquizofrénico tratando de explicar sus demonios, y en ninguno de los dos casos, la comunicación puede existir, si las partes comprometidas no ponen voluntad en transmitir y recibir el mensaje.
La orden puede ser tan compleja que quien la reciba no la entienda y parezca desobediencia o los fantasmas puedan ser tan familiares que, aunque las palabras sean incoherentes, el receptor empatice.
No soy lingüista, comunicador o académico de la lengua, pero no se debe ser un experto en el área como para entender que solo una comunicación efectiva nos puede llevar a tener una vida plena.
“Y dios dijo…” divina comunicación, al menos para los millones de fieles esparcidos por la faz de la tierra.