Oración de un ignorante
No soy nada, no puedo querer ser nada,
aparte de eso tengo en mí todos los sueños del mundo.
La Tabaquería, Fernando Pessoa
Odio los monólogos como espectáculo teatral, me parecen la confesión de un fracaso de relación, o una traición a la escena compartida. Reconozco que hay excelentes piezas-monólogo: ‘La más fuerte’ de Strindberg, ‘La voz humana’ de Jean Cocteau o ‘Sobre el daño que causa el tabaco’ de Anton Chejov, pero prefiero las obras más complejas. Mi fobia no alcanza a los monólogos insertos en una pieza; ¿cómo podríamos entender ‘Hamlet’, ‘Don Juan’, ‘La Vida es Sueño’, entre otras obras, sin sus soliloquios?
Todo este preámbulo surge después de haber visto la obra ‘Mary said what she said’ anunciada así en inglés en la cartelera parisina, con la promesa de ver en escena a Isabelle Huppert en una creación de Robert (Bob) Wilson. El todo con la producción del Teatro de la Ville. Pero, porque hay un pero, se trata de un largo monólogo que pretende ser un oratorio sin canto, un recitativo largo como una escena sin movimiento, un recital sobre la accidentada vida de María Estuardo. Música de fondo a lo largo de la hora y media del monólogo, con matices poco explícitos y una voz acelerada de la recitante a la que muchas veces cubre el sonido. Además con micrófono inalámbrico como si se tratara de una grabación.
Lo presentí cuando me percate de que se trataba de un monólogo sobre la vida de la reina mártir, me sabía abocado al aburrimiento por la tendencia manierista de Bob Wilson, pero mi previsión resultó tímida, el resultado rebasó mis fuerzas, y a pesar del talento real sobre escena de Isabelle Huppert, caí en un melancólico aburrimiento.
Leo el programa de ‘Mary said what she said’ y quedo pasmado. Conceptos grandilocuentes, argumentación sesuda, frases ditirámbicas, para resaltar la ‘grandeza del proyecto’. Como muestra pongo un ejemplo, sólo uno para no abrumar al lector; es un fragmento que traduzco del francés lo más literalmente posible. Es la presentación de Robert Wilson por el director del Teatro de la Ville Emmanuel Demarcy-Mota: ‘El esplendor de su universo sabe dejar pasmadas, hasta hoy, a todas las generaciones de espectadores, aquellos que conocen al dedillo la historia, como aquellos que descubren por primera vez sus penumbras y resplandores soberanos, la belleza plástica, la gestualidad única, la emisión de las voces, la dramaturgia… Todo aquello que hace que él, Robert Wilson, haya reinventado la idea misma de espectáculo’. Y así de ampuloso el resto del programa que presenta a los participantes.
Repito, lo único que vale la pena es el trabajo de Isabelle Huppert sometida a un laberinto de formalidades de apariencia estética que ahogan su indudable talento y su fuerza dramática, y la petrifican en escena.
Así que queda excluido gritar: ‘El rey está desnudo’, so riesgo de pasar por un ignorante, un insensible, en pocas palabras, por un tonto. Y sin embargo este crítico se presenta ante ustedes como un ignorante: Este monólogo es pretencioso y pedante, lo dice con el derecho de quien pagó su entrada como cualquier hijo de vecino y no tiene porque responder al compromiso de una invitación. No pretendo tener razón, pero temo que este tipo de experiencias ahuyenten del teatro a los jóvenes. El aburrimiento germinaba en la sala.
Y sin embargo al final del espectáculo el público aplaudió con furia, como liberado de la hipnosis, tal vez fascinado por la presencia de la Huppert. Ovación de pie para celebrar un objeto falso. A veces presiento que al público parisino le gusta irse a aburrir al teatro, que confunden la aburrición con la profundidad de un proyecto.
París, mayo de 2023