Y no es coña

Entre la forma y el fondo

Con mucha asiduidad, de Argentina nos llega alguna de las propuestas teóricas y prácticas de mayor enjundia dentro del campo de las Artes Escénicas. En este principio de temporada, al menos la madrileña, la presencia de obras que llevan total o parcialmente esa denominación de origen es notable. Y son personalidades teatrales de primer nivel que, además de sus legados escénicos, tienen pensamiento propio que arropa sus trabajos o que proporcionan miradas profundas al propio oficio. Uno de estos días leo a uno de estos profesionales señalar que la diferencia del teatro argentino es que importa más el cómo que el qué. Y se dispara mi incertidumbre crónica.

Soy confeso y profuso conocedor del teatro argentino contemporáneo de los treinta últimos años. Por activa y por pasiva. En ARTEZ cada número desde hace décadas, Jorge Dubatti escribe sus “Postales argentinas” donde se tiene el rastro fehaciente de ese teatro, aunque él lo focaliza en Buenos Aires su mapeo. Voy (iba) regularmente a Buenos Aires, Rosario o Córdoba. En esta ciudad hasta he dirigido dos espectáculos. Conozco una pequeña parte del propio hecho desde la dificultad del teatro independiente. Por lo tanto, tengo opinión fundada.

Intento colocarme fuera de lo tangencial, y el discurso entre o sobre forma y fondo, llega con momentos de enjundia desde mitades del siglo veinte. Algunos quedamos atrapados ante una advocación en la que se nos decía que toda expresión artística tiene en su forma una traslación de su fondo. O dicho de manera lineal, ética-estética-política. Por lo tanto, el cómo es consecuencia del camino emprendido por el qué. La idea previa desde la que se pone en marcha toda creación artística lleva ya parte del contenido que en su desarrollo se va cuajando en una forma que debe ser coherente con su contenido No hablo de obligaciones, sino de condiciones apropiadas para su análisis y consideración de su obra terminada.

Quienes vemos muchas obras de teatro al cabo del año, en diferentes países, con producciones de diversa entidad económica y organizativa, podemos aplicar estas herramientas de análisis con más posibilidades de encontrar en esa variedad puntos de confirmación o rechazo a nuestras visiones de partida. En todos los casos, aplicar estos conceptos ayudan a entender mejor el objetivo final. Es muy difícil encontrar excesivas contradicciones entre forma y fondo. Es bien cierto que, ante ciertos textos clásicos, el cómo puede servir para camuflar o rebajar algo el qué, pero una obra de teatro es un compendio de factores y elementos que deben tener una coherencia interna, una coordinación de los elementos para que lo exhibido provoque en el receptor suficientes impulsos para la reflexión antes o después de las emociones.

Por esto y por otras cosas quisiera añadir algo sobre los que opinamos de manera ritual sobre estos asuntos. Y voy a señalar una coincidencia que me abre nuevos campos de curiosidad y es que la semana pasada los luminosos compañeros de este diario digital, Borja Ruiz y Afonso Becerra analizaron, cada uno desde una perspectiva diferente, lo que el proceso teatral tiene de colaborativo. A veces hay que partir de obviedades para repensar el propio oficio. Una obra de teatro, la que sea, desde un unipersonal o la ópera más compleja, es un compendio de artes y oficios, de unas capas que van pintando un lienzo, donde todos y cada uno de los intervinientes aportan la cantidad de información para que la espectadora pueda descifrar todo lo que se le propone.

El sistema productivo y de mercadotecnia actual ha ido individualizando el reclamo publicitario, ya sea en la autora, la directora o una de las intérpretes principales. Es la parte externa, la de debilitación de la obra artística para convertirla en un producto de mercado. Es lo mercantil sobre lo cultural. Por eso hay que acostumbrarse de manera activa a poner en valor el total de las personas que intervienen en un hecho teatral, por mínimo que sea, de antes, durante y después del mismo. Es un acto de justicia colaborativa. Y de manera tangencial forma parte del discurso integrador de forma y fondo.


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