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Jon Fosse, Premio Nobel

El jueves de la semana pasada, 5 de octubre, fiestas de San Froilán, Lugo, recibimos una muy buena noticia: el dramaturgo noruego Jon Fosse recibió el Premio Nobel de Literatura 2023.

Además de tener una importante producción narrativa, Fosse es reconocido internacionalmente por su literatura dramática. En Galicia no tenemos ninguna de sus obras traducidas y tampoco hemos podido verlas en ninguno de nuestros escenarios. Sin embargo, lleva años entrando en las clases de Dramaturgia de la ESADg (Escuela Superior de Arte Dramático de Galicia) y no es un desconocido para nosotros. En mi caso, incluso, es un referente profundo en mi escritura dramática, porque desde que conozco su obra, tanto leyéndola como viéndola interpretada fuera de Galicia, me ha impresionado la musicalidad rítmica en la forma en la que los diálogos están estructurados y ordenados, su capacidad para generar atmósferas existenciales, que trascienden el individuo y que trabajan con la parte más misteriosa de las relaciones humanas. También la ambigüedad en la concepción de los personajes y de las situaciones, en lo que algunos críticos han llamado «minimalismo Fosse», la forma en que la intimidad acaba siendo el núcleo del mundo y la clave de lo que nos mueve, ese lugar secreto y vulnerable, la intimidad. Pero, sobre todo, lo que más me atrae de la dramaturgia de Jon Fosse es cómo los mecanismos rítmicos ordenan las tensiones, que impulsan el significado de sus obras, más que el significado real de las palabras y los giros del discurso. La forma en que esa articulación de tensiones rítmicas, en las relaciones entre los personajes, construye significado a partir de lo no dicho, más que de lo dicho.

También me reconforta comprobar que se trata de un dramaturgo que, hasta donde yo sé, no sigue las tendencias en boga promovidas por festivales y direcciones artísticas, como la moda del teatro documental o el frenesí de la llamada «autoficción», ni recurre al oportunismo temático, por ejemplo, ahora todo el mundo a hacer piezas sobre la guerra, o a preparar piezas sobre mujeres para el mes de marzo, siguiendo el dictado de efemérides e instituciones. Es, por el contrario, hasta donde yo sé, insisto, un creador libre y con voz propia. En este sentido, me llamó la atención una de sus respuestas en una entrevista, en la que parece centrarse en la importancia de la escucha y la porosidad a la hora de escribir: «Cuando escribo bien, tengo la sensación muy clara y distintiva de que lo que estoy escribiendo ya está escrito. Está en algún lugar ahí afuera. Sólo tengo que escribirlo antes de que desaparezca».

Creo que la primera vez que vi algo de Jon Fosse en escena fue en la sorprendente producción de Patrice Chéreau en Aviñón, allá por 2011, de ‘Je suis le vent’, con dos actores británicos y en inglés: ‘I Am the Wind’, en la que dos personajes aparentemente indeterminados se (re)encuentran en un lugar igualmente indeterminado, encima de una pequeña plataforma rectangular inestable en medio del agua, una especie de Vladimir y Estragón de ‘Esperando a Godot’ de Samuel Beckett. ‘Je suis le vent’ fue también una de las partituras de acción que utilicé para las prácticas de análisis en mi tesis doctoral ‘O Ritmo na dramaturxia. Teoría e práctica’ (UAB, 2015).

También recuerdo haber visto ‘O filho’ del Teatro da Rainha (Caldas da Rainha. Portugal), dirigida por Fernando Mora Ramos, en 2019, en el Teatro Nacional São João do Porto. Y sé que, en el país vecino, Artistas Unidos de Lisboa han publicado y puesto en escena algunas obras de teatro, la última: ‘Foi assim’, en el Teatro da Politécnica este mismo año 2023, dirigida por António Simão.

Al margen de lo comentado, el hecho de que el Premio Nobel vaya a parar a un dramaturgo que, además, escribe en una lengua que no es mayoritaria, porque el nynorsk es uno de los estándares oficiales del noruego, que sólo lo hablan unos cinco millones de personas, es una alegría para los dramaturgos y dramaturgos del estándar de la lengua gallega.
Al día siguiente de anunciarse la feliz noticia, el viernes 6 de octubre, llevé a las clases de Dramaturgia algunas de las obras de Jon Fosse que tengo en casa, para que los alumnos pudieran echarles un vistazo y tener un libro de este dramaturgo en sus manos. Nadie del primer curso de Dirección Escénica y Dramaturgia conocía su trabajo. Les pregunté qué podían apreciar en los textos que les acaba de pasar, y una estudiante comentó que parecía poesía, por la forma en que estaban dispuestas las palabras en las páginas.

Terminé la clase recordándoles que la carrera de Dramaturgia es la única, dentro de las especialidades de la ESADg (Interpretación, Escenografía, Dirección Escénica), que puede conducir al Premio Nobel, que no te conceden por ser actor, directora de escena o escenógrafa. No sé si la broma surtió algún efecto, sin embargo, resulta relevante en un contexto como el nuestro, en el que la dramaturgia, a pesar de ser la madre de cualquier espectáculo teatral, parece lo invisible, lo olvidado y lo menos considerado. Por eso, premios Nobel recientes como Harold Pinter, Elfriede Jelinek, Dario Fo, Samuel Beckett, o más lejanos en el tiempo, como Maurice Maeterlinck o Jacinto Benavente, pueden agitar un poco ciertos prejuicios.


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