Son sus labios sangre, Ancestras
Rezo en su oscuridad. Ecos de nombres. Ecos definidos por nombres que los precedieron. Hija que será madre que será abuela. Rezo en su quietud. Una llamita late en la profunda negrura de una oración que añora. Inquieto luce este lucero rojo, Mater, al que te persignas sin reparo. Se inicia Ancestras, semiología de sentidos arrodillados en su absoluto altar. Mireia Salazar Campoy dirige esta obra teatral, protagonizada por tres brillantes mujeres: Fátima Cué, Eli Zapata y Paula Cueto Noguerol. De izquierda a derecha del espacio, diseñado por Valeria Fieschi, su discurso histórico y de primeras personas se enhebra ante la vista. Las tres voces yuxtapuestas rezan una vida articulada en nombres, nombres de nombres, de mujeres y de sus reflejos proyectados en los rostros que son hoy, que serán y que dejarán de ser. De una vida que se apaga sólo queda este rezo, temblando por el olvido y esperanzado por ser “recuerdo de”.
Tenues, dos de las voces se mueven a un lateral, y una figura nimbada, Fátima Cué, marca en silencio para abrir una grieta: “Hola, mama, ¿cómo estás?”. Se hablará del tiempo, de la comida y de qué tal el día. Silencio en la boca, cuando en el pecho resuena un “¿fui una hija deseada?”. Darle cuerpo a la expresión es asumir el “no” y dejar el teléfono en el suelo, sin colgar y sin escuchar más que un latido en el vientre. El sentido del oído se derrumba y el corazón se enmudece: ¿dónde estoy? Te exhibes y te rompes la carne y nadie se acerca a su reja. Los labios tenderán al rojo. Su sangre se esfuerza por fingir una mueca alegre que marque ahora una distancia en la que resguardarse.
Las figuras que escuchaban en un segundo plano están quietas. Oran mudas. ¿Qué se puede decir? El nudo no se puede deshacer. Sigue tejiéndose la flor en la garganta, pero no por ello renuncia a ser asíndeton: madre de, hija de, nieta de. Cada una de ellas, figuras-mujer todas, van a ir cediéndose la luz, sólo para que sea cada vez más crudo y real el punto de fuga que a todas une. Las dirige a una historicidad nominal, que ha mantenido con una luz ocre todas las flores azules, blancas y naranjas del mantel sobre el que las confesiones serán liberadas.
“Madre de” se presenta. Dos focos azules tras ella hacen que su cuerpo contenido en la silueta vaya desbordándose hacia nosotras. Su sombra nos está tocando, Mater. Con una voz dulce y una sonrisa, expresa una vida, un duelo. Esta figura, encarnada por Paula Cueto Noguerol, ya no tiene nombre propio, sino común. Ha transitado a un estado profundo de “hija de” y “madre de” y “abuela de” que no habla de sí. Ahora es Ancestra y habla de nosotras. Esta imagen especular creada por Mireia Salazar es firme, y asegura que el asíndeton-Ancestras tiene forma de bello ciclo. Bello, por crudo. Ciclo, por retorno eterno a cuidar a quien te ha cuidado, a volver a casa con otra luz y las mismas flores, a devolverte a un ritmo que habías olvidado.
Recuerda, Mater, los cuidados. Caben todos en los extremos de líneas rectas y quebradas, en forma de tres sillas y dos mesas en las que revivir sin elipsis del gesto las palabras-signos esculpidas por el miedo y el amor. “A la rueda, rueda”. Ser madre es un ser que vive en el movimiento que va del amor al miedo y vuelve hacia sí misma pasando por los puntos de culpa y remordimiento. Mira sus rostros, Mater. Míralos mientras te lavan, te limpian, te llevan de la mano, te validan con mimos y sonrisas, te abrazan, te protegen, te dan su aliento para que respires tranquila. ¿Y quién “se acerca a su reja”? Silencio.
Los ojos observamos atónitos este texto-cuerpo orgánico e hiperreal: Ancestras se enuncia así, imaginal y vivo, articulado con gemidos y sollozos mudos que socavan el grito que querría salir subrepticio del corazón. Palimpsesto generacional de una matria que nos identifica con su sentido, ya universal. ¡Qué no se pierda tu referencia, Mater! ¡Qué se siga nombrando en voz alta y con un hilo cada vez más ininteligible la identidad ancestral, expresión formada por un nombre ordinario seguido de la estructura “madre de”, “hija de”, “nieta de”! No las cortamos, sino que seguimos las cuerdas rojas, verdes y azules que nos unen a las otras, al legado que se continúa, que une y comunica tiempos, secretos y confesiones entre generaciones de mujeres que se miran para reconocerse inmediatamente.
En puntos discretos de la obra, unos versos sueltos acompañan a la carne figurada: “parece una amapola”. Rojo es ya el ruido blanco. Somos nosotras junto a ellas. Estaremos sentadas en una silla a su ladito y escucharemos esta oración que se sube a la mesa con su mantón: “a la lima y al limón”. Juego del sentido del gusto: al contrapunto ácido y a sus lágrimas saladas están superpuestas tres curvas que narran sus imágenes-recuerdo. Mater, ¡qué penita y qué dolor! Cómo aguantar la sonrisa, cuando los ojos de Eli Zapata se horadan hacia la torcedura del rostro.
Aguardan la luz naranja y el viento en la calle. En silencio, como el que gritaban mudas las palabras de Vicente Huidobro: “has hablado bastante y no te agrada | No te gusta mostrar tus vísceras secretas | Y sin embargo vuelves a caer en ello | Protestas y repites la causa que te irrita”. En silencio, la mujer-palimpsesto será cuidada como hija que luego cuidará como madre a su hija y a la que fue su madre. Esta se dejará cuidar, tal es el lazo rojo, por la niña de ojos graves a la que cuidó y que se fue y volvió. Hija de, madre de, nieta de, abuela de. No hay nombre propio sin añadir esta estructura. Asegura que no se olviden los cuidados y el amor a la mujer que nos dio todo lo que pudo.
Mater, qué difícil hablar contigo ahora. También quiero gritar, y en su lugar, entono con ternura un: “¿Te pillo en buen momento? ¿Puedes hablar?”. El teléfono, con tu permiso y tu silencio, lo dejaré descolgado mientras me recojo en pedazos de lirios y amapolas. Me ablando y me hago flecha de corazón. Se ha de seguir el rezo, con las manos abiertas y desde el útero. Quería cortar las cuerdas, pero sigo anudándolas. El dolor se concentra en tres cirios olvidados en un rincón del fondo. Mater, debes jugar al “Yo Nunca”. Las tres figuras-mujeres, ancestras de, se sienten juntas por primera vez. Un vasito a cambio de un secreto. Una sorpresa al vernos sentir soledad profunda, arrepentimiento, falta de coraje y de no haber hecho más de lo posible por una hija… miedo a volvernos locas. Escuchadlo mientras sus cuerpos bailan. Dulzura y amor para envolver este miedo a que la curva se desdibuje y el grito huya a los ojos que nos miran. ¡Qué penita, los amores que no fueron! Brindamos por ellos, por Ellas y por Nosotras.
Andrea Simone
FICHA ARTÍSTICA:
Título de la obra: Ancestras
Dirección y autoría: Mireia Salazar Campoy
Ayudante de dirección, asesora creativa y de movimiento: Paula Cueto Noguerol
Elenco: Fátima Cué, Eli Zapata, Esperanza García-Maroto, Paula Cueto Noguerol
Escenografía: Valeria Fieschi
Diseño de sonido: Raquel Martínez Muñoz
Diseño de iluminación: Jaione Azkona
Poemas de Marta Mar
Coproducción de Calatea y Centro de Artes La Praga
Pax Julia Teatro Municipal, Beja , el 20/10/2023