Teatro Ensalle. Nova Galega de Danza. Que veinte años es algo
En la vida el tiempo pasa rápido (tempus fugit). O eso parece, sobre todo en la era “multi-tasking” de la productividad y el consumo desenfrenados. También pasa rápido cuando hacemos lo que nos gusta. Veinte años no es nada, se dice en la canción. Pero, palabra de gallego, todo depende. Veinte años para una sala de teatro independiente, que apueste por la creación contemporánea y las propuestas no convencionales, en un entorno adverso, como puede ser el de la ciudad de Vigo, es mucho. Me refiero al Teatro Ensalle, que, en su 20 aniversario, acaba de ser reconocido con el Premio de la Crítica de Galicia de Artes Escénicas 2023. Felicidades y gracias, Raquel Hernández, Pedro Fresneda y Artús Rei, núcleo de Teatro Ensalle.
El paso del tiempo también depende y se puede convertir en tarea heroica para mantener, por ejemplo, una compañía de danza, en un entorno como el gallego, donde la danza sigue siendo la más marginada y minorizada dentro del precario ámbito de las artes escénicas. En este 2023, Nova Galega de Danza (NGD), dirigida por Jaime Pablo Díaz, cumple veinte años y lo celebra con ‘Berro’, su octava producción, con coreografía y dirección de Sharon Fridman.
‘Berro’ (grito) supone, además, desde mi punto de vista, una inflexión en la carrera de NGD, esa compañía que, en 2003, con su trilogía inicial: ‘Alento’ (2003), ‘Engado’ (2006) y ‘Tradición’ (2008), suponía una renovación o modernización del baile tradicional gallego, siguiendo la estela de la música tradicional gallega que, a finales del siglo pasado, acuñaba el sello de “música celta”, subiendo a los escenarios internacionales con una imagen y un sonido frescos, llenos de esa vitalidad exuberante que emana de nuestro paisaje verde y de sus fuerzas telúricas.
NGD vendría a ser a la danza lo que la denominada “música celta” fue a la tradicional o “folk”. Bailar tradicional con vaqueros y sin camiseta, por ejemplo, era impensable antes de NGD, también transgredir los roles de género en los dúos etc. Aunque todo eso de los roles de género, como me explicó una vez Mercedes Peón, ya estaba en lo más profundo de nuestra tradición, manipulado, a posteriori, por las políticas globales de mercado, por la moral rígida de la Dictadura y, con bastante anterioridad, por la cristianización de rituales y creencias animistas, panteístas y de una sexualidad y una sensualidad desencasilladas y más libres.
En todo caso, en las siete piezas de NGD: ‘Alento’ Aliento, ‘Engado’ Hechizo, ‘Tradición’ (2008), ‘Dez’ Diez, ‘Son’ Sonido/ Son, ‘Leira’ Terreno y ‘Credo’ (2022), la presencia de los palos del baile tradicional era ostensible. Una presencia impetuosa, desatada, llevada hacia un ámbito más teatral y con un inconfundible sello estético, donde la belleza y la plasticidad de la imagen, a través de las composiciones coreográficas, la iluminación y, en algunos casos, elementos escenográficos, resultaban muy cuidadas.
Creo que, en lo musical, también ha habido una evolución, desde las primeras piezas, que integraban músicos en escena, que podían participar del baile, hasta las composiciones con una instrumentación más electrónica y las creaciones originales de Sergio Moure de Oteyza. Así, a grandes trazos, me parece que, en lo dancístico, NGD se ha ido atreviendo, paulatinamente, a ser más creativa en lo que atañe al movimiento, aunque siempre haya sido fiel a la base del baile tradicional. Recuerdo, especialmente, el diálogo entre el flamenco, el tradicional gallego, la danza española y la danza contemporánea en ‘Son’ (2016), y también un mayor peso de la dramaturgia. Aquel espectáculo celebraba la creación comunal de las catedrales y otros monumentos de piedra, desde una recreación dancística de un taller de escultura. También en ‘Leira’ (2020) el tradicional dialogaba con la danza contemporánea.
Sin embargo, en ‘Berro’ (2023), Sharon Fridman lleva a NGD hacia un terreno en el que la deconstrucción del baile tradicional, articulándolo y segmentándolo, para jugar y recomponer sus detalles, el trabajo de brazos y manos, de piernas y pies, nos ofrece un viaje más conceptual, que roza, por veces, la abstracción. Un tratamiento, sin duda, de liberación coreográfica, frente a los corsés que todos los estilos y palos de cualquier tradición implican. Pero, además, el gozo es supremo, cuando el desafío a la fuerza de la gravedad se conjuga con los equilibrios en contacto, uniendo de manera muy bella los cuerpos, en una comunidad entre lo pictórico y lo escultórico. Hay en esta coralidad un hondo homenaje al pueblo como comunidad, frente a protagonismos individualistas. Fridman trabaja con una especie de técnica, denominada INA (Contact INcreation), que parece volver dependientes los movimientos individuales, apoyados y cuidados por el contacto de los cuerpos. Además, toda esa materialidad y presencia corporal, tan patente en el baile tradicional, es aquí desmaterializada por la luz y las sombras, que convierten los cuerpos en figuras o siluetas, que los seccionan y articulan. Así pues, los juegos ópticos tienen una relevancia especial en el hechizo que este ‘Berro’ genera. Un hechizo que también deriva de las musicalidades divergentes o disyuntivas de los cuerpos, en contraste con la música fascinante de Oteyza.
Está claro, que veinte años sí son algo y, en danza, suman, enriqueciendo. Y si no, que se lo digan a Carmen Werner, que en este 2023 cumple setenta años, y estrena nueva pieza, titulada ‘1953’.
¡Qué bonito cumplir años de esta manera! Felicidades, de nuevo, Teatro Ensalle de Vigo, Nova Galega de Danza, Carmen Werner…