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El peso de la Navidad

La Navidad es pesada y cara. Los que vivimos en el centro de Vigo lo sabemos bien, y cuando se acercan los fines de semana, el Puente de Diciembre o algún día festivo, nos encontramos sitiados, con dificultades para entrar o salir con el coche e incluso para caminar y hacer los recados más básicos.

El primer viernes después del encendido de los más de 11 millones de LED que iluminan los clichés navideños en mi ciudad, pasé más de una hora con mi coche en un atasco, más monumental que la iluminación, dentro de los túneles de Beiramar. Yo venía de clases en Pontevedra y tenía un ensayo con el grupo de teatro del Centro Cultural Portugués do Camões, pero no conseguí llegar a tiempo. Desde la entrada a Vigo por la AP9 hasta la Praza da Ribeira do Berbés, pasé más tiempo del que tardo, en un día «normal», en hacer el trayecto Vigo – A Coruña o Vigo – Oporto.

Ese mismo día, mientras permanecía detenido a la salida del túnel, fui testigo de la alarma generada por una ambulancia que se encontraba atrapada en medio de autobuses y coches en dirección al Centro Comercial A Laxe. Ese día, en todo el trayecto, no vi a ningún agente de control de tráfico y se vivió un caos que, en caso de situación de emergencia, convertiría el centro de la ciudad en una especie de ratonera.

Este viernes del puente de principios de diciembre, en cuanto vi que empezaban a amontonarse autobuses y coches bloqueando las rotondas del puerto y de la Laxe, llamé a la policía local y un agente muy amable me informó que estaban haciendo cuanto podían, cortando el tráfico en zonas estratégicas para evitar esos atascos. Todo esto que acabo de relatar sucintamente no es una opinión, es sólo una descripción de hechos.

¿Cómo hablar de este tema sin que este artículo parezca partidista, en un momento de polarización en el que o estás conmigo o contra mí?

Las mayorías absolutas ponen en manos de los gobernantes el poder de decidir unilateralmente lo que creen mejor o lo que más les conviene, sin necesidad de negociar o pactar con representantes de otras opiniones e ideas políticas. Eso significa, en mi opinión, que la democracia se resiente, porque una buena parte del pueblo, de la ciudadanía, queda sin ser respetada ni escuchada.

De repente, parece que nuestros gobernantes han decidido que el futuro de la juventud está en la hostelería, la restauración, los hoteles y los sectores que pivotan al servicio del turismo. A los hoteles, restaurantes y bares les va muy bien y me alegro. Pero ¿qué pasa con el sector de la cultura y las artes escénicas, por ejemplo? ¿Cuál es la apuesta?

Este fin de semana me escapé a Ponte de Lima, un pueblo del norte de Portugal con unos tres mil habitantes, frente a los trescientos mil de Vigo, que cuenta con un teatro municipal, el Teatro Diogo Bernardes, con una programación envidiable. Fui allí para ver dos obras de Bernardo Santareno, una el viernes y otra el sábado, ‘A Promessa’ y ‘O Pecado de João Agonia’ de la compañía Assédio Teatro, dirigida por João Cardoso. El domingo fui al Teatro Municipal Sá de Miranda de Viana do Castelo, donde se estrenó el último espectáculo de Sara Barros Leitão: ‘Guião para um Pais Possível’. Después, de vuelta a Vigo, acudí al Teatro Ensalle para asistir a ‘Desde ese silencio’, la última propuesta de AveLina Pérez para diez personas de público. ¡Algunos tanto y otras tan poco! Unos que necesitan aglomeraciones, con pretensiones megalómanas, y otras que prefieren la calidad de los pequeños encuentros. El teatro, ese lugar para guardar la calidez del encuentro más humano.

En estas escapadas de la marabunta no sólo pude ver aquellas piezas teatrales que me conmueven, que me hacen pensar, de las que aprendo, y que constituyen alimento para la sensibilidad y el conocimiento. Además, pude admirar dos pueblos, Ponte de Lima y Viana do Castelo, en los que la decoración navideña no cubre ni altera los monumentos, calles y plazas y su valor arquitectónico e histórico. Una decoración navideña hecha con buen gusto. ¿Y a qué me refiero con buen gusto? Pues con mesura, con el equilibrio y la armonía que fundamentan la belleza clásica. Una decoración navideña que permite respirar y vivir, en un ambiente más festivo, a las personas que habitan los centros históricos de esas ciudades.

Compararse con Nueva York o París en iluminación navideña, requeriría también poder compararse en medios de transporte, accesibilidad, oportunidades, etc. Me parece muy bien tener más luces navideñas que en Nueva York, pero también quiero tener el metro de Nueva York y la oferta artística de Broadway, o los teatros y museos de París, aunque solo sea por eso de no empezar la casa por el tejado y quedarnos cegados por tanta luz LED acumulada y tanta masificación momentánea.


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