Asier Andueza está al frente de una iniciativa tan valiente como el Festival LEB, –Festival Internacional de Nuevos Lenguajes Escénicos-, cuya primera edición se acaba de celebrar en la localidad prepirenaica de Agoitz/Aoiz, Navarra. Con el objetivo de acercar la vanguardia escénica al entorno rural, atendiendo al derecho universal del acceso a la cultura de todas las personas, el certamen ha llevado a este pueblo de 2.500 habitantes propuestas firmadas por nombres de primer nivel y ha organizado actividades con la mirada puesta en la inclusión social y cultural.
¿Cómo ha transcurrido el festival? ¿Qué balance hacéis de esta primera edición?
El primer balance que podemos hacer es de total satisfacción por la respuesta del público que ha llegado a las salas. Obras como ‘Maricón’ del director griego Evangelos Lalos, ‘Sweet Dreams‘ del vallisoletano Alberto Velasco y ‘Juicio al Extranjero’ del donostiarra Iñigo Santacana han llenado sus aforos pero, lo que es mejor, han despertado auténtico entusiasmo entre el público asistente.
Algo similar ocurrió con las funciones del grupo local Irati, que se desarrolló en las naves de la fábrica que Aspace tiene en el polígono industrial del pueblo, un evento que nos desbordó, triplicando la asistencia que habíamos previsto.
Nos habíamos propuesto esforzarnos en impactar en el público oriundo y podemos decir que los habitantes de Aoiz han acudido al teatro atraídos por las propuestas del programa. Pero también es verdad que hemos visto a mucho público de Iruña y también de Donostia, Logroño, Zaragoza y Bilbo, como Cristina, que acudió el primer fin de semana con idea de hacer las formaciones con la Academia de las Artes Escénicas pero que al final se quedó los nueve días de festival.
Lo bueno de un festival en una localidad tan pequeña es que enseguida se ha creado una comunidad, también con el público, y nos hemos terminado conociendo entre todos con nombres y apellidos. Además, como el público ha permanecido estable y las compañías iban llegando y yéndose, había cierta actitud por parte de este público fidelizado en el que se comportaban como los anfitriones de esas compañías. Y, de alguna manera, la realidad es que así es… ellos reciben con los brazos abiertos a las compañías que llegan a su pueblo a actuar. Esa identificación entre público y festival hubiera sido muy complicada en un entorno más grande.
¿De dónde sale la idea de hacer un festival de nuevos lenguajes escénicos en un municipio tan pequeño como Agoitz? ¿Por qué en esta localidad?
El LEB nace de una conversación entre la técnico de cultura de Agoitz, Lorea Méndez, y yo. Analizábamos la realidad de festivales y de programación que en el presente concentra sus propuestas más arriesgadas en los grandes núcleos de población. Desde Iriartea PILEZ (asociación cultural que organiza el Festival LEB) nos proponemos apostar por la ruralidad, por la descentralización como espacio creativo, espacio de acción cultural y también entendiendo a sus gentes como sujetos activos con voz propia y no sólo como consumidores pasivos. En definitiva, de lo que se trata es de dar respuesta al derecho universal que todas las personas tenemos de acceso a la cultura, bien sea como espectadores, como participantes y/o como proponentes.
Esta es la premisa básica de trabajo en la que tanto Lorea y yo estábamos de acuerdo y la enfocamos desde tres perspectivas: la primera es el trabajo en el territorio, alejándose de esos grandes núcleos de población llegando a otras realidades, pero también la apuesta se abre a la inclusión social (que tiene que ver con la diversidad de voces) y a la accesibilidad con la implementación de medidas que supriman las barreras que las personas con discapacidad pudieran encontrarse.
¿Qué presupuesto tiene el festival y cuánta gente forma parte del equipo de trabajo?
El Festival LEB tiene un presupuesto de 159.000 euros que se financia con una subvención de Gobierno de Navarra de 100.000 euros, 40.000 por parte del programa InnovaCultural de las fundaciones de CajaNavarra y la Caixa, 10.000 es la valoración de la aportación en recursos que ofrece el Ayuntamiento de Aoiz y los 9.000 restantes los aporta la Asociación Iriartea PILEZ organizadora del evento.
Además hemos contado con la colaboración de la Asociación de directores de escena (ADE), de la Asociación de Autoras y Autores de Teatro (AAT), de la asociación de empresas de artes escénicas Escena Navarra (ESNA) que han organizado unos foros de debate y también, de la Academia de las Artes Escénicas de España que ha llevado a cabo dos talleres formativos, uno en torno a la autoficción con Borja Ortiz de Gondra y otro en torno a las dramaturgias de la danza contemporánea a cargo del Premio Nacional de Danza Daniel Abreu.
El festival, además, hace una fuerte apuesta por la accesibilidad con lo que ello implica de inversión económica, que es mucha. Pero creemos firmemente que es de justicia invertir en algo que hace que la cultura llegue a todas las personas.
Al final, estamos hablando de una programación de más de treinta actividades de distinta naturaleza en nueve días. Para llevar este volumen de trabajo adelante, hemos tenido que articular un equipo que implica a más de cuarenta personas entre dirección, producción, coordinación, accesibilidad, comunicación, prensa, personal de sala, técnicos, limpieza y demás necesidades.
¿Qué destacarías de la programación de esta primera edición?
Hemos puesto mucho cuidado en crear una programación poliédrica y con esto me refiero a crear distintos ejes conceptuales que enriquezcan el valor de la experiencia del público. Uno de esos ejes principales tiene que ver con transitar desde lo amateur hasta lo profesional pasando en el camino por el ámbito formativo o pre-profesional y las compañías emergentes. Este eje lo desarrollamos con colectivos locales, con escuelas de artes escénicas invitadas y con compañías profesionales de distinto recorrido.
Pero también hemos querido crear otro eje conceptual que va desde lo más local, el propio Aoiz, hasta lo internacional. Y un tercer eje que va desde formatos de teatro a la italiana hasta sacar el teatro del teatro hacia el site specific, la performance y la instalación. Todo ello siempre puesto al servicio de una triada que pretendemos que defina al Festival LEB: ser punto de encuentro, motor y escaparate. En la medida en la que hemos podido, hemos forzado para que realidades diferentes dialoguen entre sí e incluso trabajen de la mano. Durante tres meses, la compañía gaditana invitada, La Perra Creaciones, con Ana Cavilla a la cabeza, ha llevado a cabo un proceso de mentoría y acompañamiento creativo con colectivos amateur locales para que con herramientas artísticas, sus voces encuentren una expresión propia creando piezas escénicas programadas en el festival.
A esos procesos se sumó la participación de profesionales como Alberto Velasco o la lituana Arnolda Noir, que impartieron talleres a estos colectivos. El resultado ha sido un alto grado de implicación por parte del tejido social del pueblo. Esos “encuentros improbables” le dan sentido al Festival que es un compromiso con la vanguardia escénica, apostado por obras que asumen riesgos creativos, y es un compromiso también social y con el territorio. En la conjunción de todo ello, es donde se dibuja esta idea poliédrica que amplifica y enriquece el planteamiento de lo que entendemos por un festival que se aleje de ser una mera sucesión de obras programadas (eso aporta más bien poco).
¿Hay mucho donde elegir en el campo de los nuevos lenguajes escénicos? ¿Por dónde van las tendencias?
Hablar de apuestas que pretenden romper esquemas es como plantear un cajón de sastre donde todo parece valer. Luego no es del todo verdad, al final hay algo básico, que es la capacidad de epatar. No digo ni gustar, ni emocionar, ni esclarecer nada… hablo de epatar, de golpear de alguna manera al espectador. Y dar con eso, no es fácil y cuando está ahí puesto el indicador, muchas propuestas empiezan a caer por su propio peso.
«Hablar de apuestas que pretenden romper esquemas es plantear un cajón de sastre donde todo puede valer. Buscamos propuestas con capacidad de epatar, de golpear al espectador. Y dar con eso no es fácil»
Por supuesto, hay gran variedad de propuestas y hablar de una tendencia única es complicado. Me atrevería a señalar por lo menos tres tendencias que identifico: una que tiene que ver con las dramaturgias plásticas, donde la estética tiene gran peso tanto en el ámbito visual como en el sonoro o en la conjunción de ambos; otra tendencia que tiene que ver con atravesar o ser atravesado por la realidad bien desde la autoreferencialidad, desde el teatro documento o bien desde la autoficción; y una tercera tendencia que pone el acento en la emancipación del espectador al que se le propone un dispositivo en el que interactuar o no: propuestas inmersivas, relacionales, caminatas, juegos explorativos…
En realidad no creo que ninguna de estas tendencias sea especialmente novedosa pero sí que creo que son las que definen la mayor parte de las propuestas. Personalmente, me genera especial curiosidad toda la incorporación de las nuevas tecnologías y cómo éstas lleguen a modificar las formas, las narrativas y los discursos… En ello veo un ámbito que de momento sólo apunta maneras un tanto tibias y aún no lo hemos visto brillar. A ver qué nos depara el futuro.
LEB es mucho más que la programación de espectáculos ‘diferentes’. El programa ha estado lleno de actividades paralelas y tiene mucho peso la formación. ¿Cuál es el objetivo?
El objetivo es apostar por la transmisión de conocimiento y propiciar un enriquecimiento multidireccional entre los distintos agentes convocados: ser punto de encuentro, motor y escaparate.
Habéis formado un grupo de voluntarios para que valore la programación. ¿Qué pretendíais con ello?
Creo que es una de las cosas más novedosas que aporta el festival. No se trata de generar un premio del público ni nada de eso, el festival no es competitivo. Se trata de que el público, como agente escénico esencial que es, pueda también dar una opinión y exponer su experiencia. Es una manera de obtener una devolución y nuevamente nos queremos alejar de opiniones como el “me gusta” o “no me gusta”, lo que queremos es algo más profundo, un análisis más global del festival, de cómo les ha afectado, de cómo les ha transformado si lo ha hecho… Y, cuando haces una propuesta de este tipo, las personas que aceptan el reto lo hacen desde la responsabilidad. Ha sido una gran experiencia para ellos, pero también para la organización. Porque de pronto veíamos posibilidades de mejora y de crecimiento para el festival en sitios donde parecía que estaba todo hecho. Temas como la accesibilidad han sido muy apreciados. Para muchas de las personas ha supuesto conocer (e incluso experimentar en sí mismos) distintas medidas implementadas, como los paseos escénicos para personas ciegas o las mochilas vibratorias…
También apostáis por acciones de mediación con colectivos locales…
La mediación ha estado en la génesis del proyecto. Lo local tenía que tener un hueco en el festival y por nuestra parte sólo podíamos propiciar que así fuera. El colegio, el instituto, el grupo de teatro Irati Antzerki taldea, el grupo de mujeres migrantes del colectivo Laguntza… todo ello forma parte de la diversidad a la que hacemos referencia cuando hablamos del derecho universal de acceso a la cultura de todas las personas. La realidad sociológica del pueblo aporta su voz y nosotros facilitamos el escenario y el contexto. De pronto, la diferencia no ha sido un problema sino un valor y el arte una herramienta de empoderamiento y de generación de comunidad. Todo cobra sentido cuando una muchacha del instituto, subida a un escenario, se atreve a señalar que según la estadística casi el 50% de la población estudiantil navarra ha sufrido bullying y ella se encuentra dentro de ese porcentaje. Frente a ella, en el patio de butacas, entre el público, seguro, sus acosadores. Que esta niña se haya atrevido a hacer algo así, ya hace que haber creado el Festival LEB merezca la pena.