Lo raro es que bailar sea raro
Lo raro es que bailar sea raro. ¿Verdad que sí? La frase no es mía, es del Colectivo Vacaburra de Galicia, formado por las creadoras escénicas Andrea Quintana y Gena Baamonde. Es el título de una pieza de danza contemporánea liberadora, intensa, divertida y contestataria.
‘O raro é que bailar sexa raro’, además de una constatación triste que dice mucho del mundo que construimos o del que somos cómplices, por activa o por pasiva, es, en esta dramaturgia, una manera diferente de hacer política, una inflexión.
Andrea y Gena no son cómplices de ese mundo en el que bailar es raro. Tampoco parecen ser cómplices de un mundo en el que, si bailamos, lo hacemos al son que nos marcan. De hecho, en la primera de las tres partes en las que Andrea, bailando, nos habla, se dirige a una segunda persona, tú, esa segunda persona en la que me construyo como primera persona, para declarar que no bailas tú, bailas lo que te mandan y lo haces o lo intentas hacer con el cuerpo que también te mandan tener. Así pues, Andrea no es otra que tal baila.
Antes, mirándonos como quien se enlaza inevitablemente y sin escapatoria, escuchamos repeticiones y variaciones de un piano, en lo que parecen ejercicios de técnica de ballet. Andrea, la bailarina, deja que el movimiento aparezca, como si se despertase en su cuerpo y se descubriese diferente y único, incluso frente al movimiento pautado y reglamentado del ballet. Entonces, surge magnética la tensión rítmica invisible entre lo que se evoca, ejercicios de ballet, y esa presencia de Andrea, fuera de los estándares más establecidos para la danza, y el movimiento de delicadeza volcánica, de suave ferocidad.
Tres secciones o partes parecen componer la dramaturgia de ‘O raro é que bailar sexa raro’, pivotando cada una de ellas, entre otros elementos, en unas músicas de diferentes estilos, en tres textos, en cambios mínimos de ropa y en la manipulación de tres objetos de la maquinaria escénica: el bafle, el foco y el linóleo. La vibración sonora, la lumínica y el suelo. Lo que se oye, lo que se ve, lo que nos sostiene y lo que se siente. Un suelo que no está vacío ni muerto. Porque el suelo siempre ha sido un terreno fértil para la danza y, al mismo tiempo, un colega imprescindible, tanto como ayuda y apoyo, así como desafío e incluso amenaza.
Andrea se mueve y mueve, literalmente, el espacio. Baila con nosotras/os/es, pero también con el bafle y el sonido, con el foco y la luz, con el linóleo y el suelo, resignificándolos y resignificando, a su vez, la danza, en una creación inédita, única, salvaje y delicada.
Andrea busca a Rose y, de la mano de la dramaturga Gertrude Stein, pionera de lo posdramático, juega con la rosa. Una rosa es una rosa es una rosa… Y sonreímos y nos reímos, porque, aunque una rosa es una rosa, aquí Rose puedes ser tú o yo. “Ceci n’est pas une pipe” (Magritte) y aquí tampoco hay ninguna rosa.
La contestación política no está en el discurso verbal explícito, sino en la presencia, en la fisonomía, en las maneras de Andrea. Se trata de una contestación respecto a varios niveles normativo-ideológicos tradicionales, muy arraigados en la sociedad y que se hacen explícitos a través de partidos de derecha y ultraderecha: el binarismo heteropatriarcal de los roles de género y sus consecuencias, lo que debe ser y cómo se debe mover el cuerpo femenino, lo que debe ser y cómo se debe mover una bailarina, e incluso, lo que debe ser la danza. Y no solo. Porque también está la importancia de mantener el tipo, de mantener el personaje (concepto social identitario que nos clasifica). La obligatoriedad de representar nuestro personaje ante las personas que nos rodean y con las que, necesariamente, debemos entablar relaciones (familiares, personales, sociales, académicas, laborales). La obligatoriedad no escrita de ser útiles, producir y consumir. “¿Por qué solo se nos recuerda por nuestros esfuerzos?”. Andrea, en la tercera parte de ‘O raro é que bailar sexa raro’, parece reivindicar la necesidad de invernar, como otras especies de seres vivos. La reivindicación del cansancio, el derecho a estar cansada o enferma… Aunque el final, el de esta pieza tan inusual, sea un rasgar con la pana, una especie de grito salvaje en danza, alegre y revulsivo. Una liberación.
Si alguien me preguntara, ahora mismo, ¿qué es bailar?, no respondería lo que estipularon los señores de la Real Academia de la Lengua Española: “ejecutar movimientos acompasados con el cuerpo, brazos y pies”. Respondería: bailar es una liberación, o por lo menos eso es lo que he experimentado con ‘O raro é que bailar sexa raro’, el sábado 16 de diciembre en la Sala Ártika de Vigo. ¡Felices fiestas! ¡Bailemos!