Abolir el fraude
Me parece muy sugerente e interesante pensar más allá de lo obvio y lo evidente de las palabras. También me lo parece para cualquier abordaje en artes escénicas. Creo que era Sanchis Sinisterra que, en sus clases de escritura dramática en el Institut del Teatre, nos decía que lo explícito mata el arte. Y yo no podría estar más de acuerdo, a menos que lo explícito sea tratado desde la ironía, lo cual haría que ya no fuese tan explícito.
Cuando, por ejemplo, pensamos en la palabra fraude, no sé tú, pero a mí lo primero que se
me viene a la cabeza es la corrupción vinculada con dineros, políticas y productos. No se me ocurre pensar que, quizás, el primer fraude puedo ser yo mismo y que, quizás, de ser así, ese es el más grave de todos los fraudes y el origen de cualquier otro.
También pienso en que las circunstancias de la vida, en muchas ocasiones, nos invitan a ser fraudes andantes: trabajar en algo que no nos gusta ni nos interesa, solo por conveniencia, por falta de agallas, en su momento, para apostar por intentarlo en algo que sí que nos gustaba, o, vete tú a saber, trabajar en algo que no nos gusta ni nos interesa porque, quizás, no nos queda otro remedio, como si hubiese un destino que nos maneja y del cual no tenemos control ni escapatoria. Tratar con gente que no nos interesa y poner cara de lo contrario… Hacer un teatro que no nos motiva o que, en el fondo, no nos toca ni nos da plenitud, pero que se supone que es lo que vende, lo que se pide, o lo que tiene más salida. En resumen, vivir una vida fraude, a veces desde el autoengaño, para que duela menos. Porque ser consciente del fraude puede fastidiarnos, aunque tengamos coartadas y atenuantes suficientes para ello.
El primer espectáculo que he ido a ver en 2024 se titula: ‘Eu, fraude!’ (¡Yo, fraude!) de Paula Pier, una ex alumna de esas que eran especiales, aunque no supieses muy bien por qué. Paula Pier lleva años trabajando como actriz en diferentes compañías y proyectos diversos. Esta, que yo sepa, es su primera creación original, que se ha estrenado el 12 de enero en el Teatro Rosalía de Castro de A Coruña.
Según ella misma nos cuenta o nos da a entender en ‘Eu, fraude!’, quería y necesitaba hacer algo, un espectáculo, que no sabía, algo que no había. No tenía preguntas ni respuestas como punto de partida, pero si una impetuosa necesidad de hacer algo en escena para compartir. Algo que tuviese música en directo y en lo que ella iba a cantar y contar. El resultado puede parecer un concierto, pero no lo es, porque Paula, como una juglaresa, actúa: canta, baila, rapea, interpreta, interacciona con sus compañeras de escenario y con el público, como si también fuésemos sus compañeros. Nos incluye en su actuación, sin necesidad de que tengamos que subir al escenario.
Su búsqueda duró años y, como toda búsqueda larga de lo que no hay, debió de suponer una crisis importante a muchos niveles, comenzando por el más básico: el personal. Una confrontación consigo misma, una indagación en lo que se es y en lo que se hace, un autodescubrimiento que requiere apartar las nieblas y las tinieblas, para que se haga la luz.
Todo esto tiene un gran peligro: el de la terapia. Hacer arte puede ser terapéutico, sin duda, y debería contribuir a nuestro bienestar, aunque pueda rascar o doler. Pero nunca la terapia puede ser arte. La terapia es una cuestión personal, íntima, y nunca debería ser un espectáculo, porque el público, por lo menos yo como espectador, no es un terapeuta.
Por otro lado, si pasas mucho tiempo sin hacer nada, sin hacer espectáculos, también existe el peligro del diletantismo. El arte necesita un dominio técnico del artificio, del oficio, de la artesanía. Necesita un cultivo, una cultura, unos referentes, que nos sirvan, si no para saber lo que se quiere hacer, por lo menos para saber lo que no se quiere hacer, que ya no es poco saber.
Paula Pier, igual que otras artistas que admiro, no producen un espectáculo cada año, no son grandes ni siquiera pequeñas empresarias. Son, más bien, un canal abierto para el arte, que se va gestando como por decantación, en procesos largos de búsqueda, reflexión, crisis y orgasmo. No hacer espectáculos cada año no significa no hacer nada o estar parados. Hay otras maneras, alternativas quizás, de practicar y de pulir y mejorar nuestras competencias artísticas para que, cuando llegue el momento, puedan brillar en el proceso de creación y dar algún fruto maravilloso. La formación y la práctica, incluida la del pensamiento y la (auto)crítica, la de la dramaturgia, son imprescindibles para huir del diletantismo, que es otra forma de fraude.
En ‘Eu, fraude!’, Paula tiene un orgasmo escénico, que provoca en algunas espectadoras y espectadores reacciones cruzadas de risa y asombro, de atención máxima, de felicidad. Ese orgasmo físico, vocal, musical, performativo y hasta lumínico, se mantiene en el clímax y se detiene, dejando que reverbere, dejándole el espacio y el tiempo necesarios para que su energía desatada se extinga poco a poco. Después viene el jarro de agua fría, el baño de contraste, cuando Paula nos mira y nos taladra con su sinceridad: “Al lado mismo del orgasmo, está la herida”.
Solo desde la herida y, por supuesto, desde la honestidad y la generosidad, se pueden quitar las máscaras y abolir el fraude, incluso en un arte, como el del teatro, en el que se supone, por tradición, que el fingimiento y el juego con las máscaras (personajes) es fundamental. Lo es seguramente, pero también lo es su opuesto, su otra cara, el desnudarse, el ir retirando máscaras, aunque siempre quede alguna, porque, como le decía el Rey Lear a Cordelia, “De la nada, nada sale”. En todo caso, se trataría del ejercicio salvífico de liberarse de aquellas máscaras (auto)impuestas, de aquellas que constituyen el fraude. Las que no nos hacen bien. Velahí eso que a mí me fascina de las artes escénicas, donde el espectáculo, no como en del fútbol o en otros espectáculos de mayor predicamento y éxito, la emoción se vincula a una cognición edificante, al conocimiento, a través de una experiencia práctica artística.