De perchas y percherones
Aviso a los usuarios. Por causas ajenas a la voluntad del que suscribe la percepción de lo presenciado durante toda una semana de acudir a salas y teatros se ve muy alterada. Existe un deterioro, un desgaste de materiales, una perdida de la inocencia y una rebelión ante lo intangible que me impide analizar las obras de una en una como se merecen, y algo me empuja a hacer bloques, a sacar conclusiones, a pensar que existen lugares de decisión en los que de manera aleatoria o cumpliendo un escrupuloso programa conspiran para que las programaciones, que son el único manifiesto comprobable de una gerencia, dirección o simple programación de una sala, teatro o institución resulten tan homologables.
Es obvio que colgar los proyectos en Shakespeare, Beckett, Chéjov o Lorca es un buen pasaporte para ser atendido por quienes tienen la posibilidad de decidir qué se produce, qué se exhibe. Podríamos ampliar la nómina, pero como he decidido acotar mi repaso a lo presenciado, me voy a quedar con Federico García Lorca que desde que quedaron libres, para entendernos, toda sus obras, está subiendo a los escenarios de manera prolija y no siempre con acierto. Pues han coincidido en Madrid dos obras con enjundia. Había varias propuestas más en la cartelera con Lorca haciendo eco, pero me voy a referir a una “Yerma” que inspira a María Goiricelaya para presentar como dramaturga y directora una obra homónima y con un “tema” coincidente, la infertilidad, aunque llevado este asunto a nuestros días. Debo señalar que lo primero que me sorprendió es que en la cartelería se anuncia que es una Yerma en la que no se utiliza ni una sola palabra de García Lorca. No miente, avisa, advierte, y sin embargo parece que es Lorca el gancho para llamar la atención y probablemente para acudir a ver esta propuesta.
En las últimas décadas, cada vez que he visto decenas de montajes sobre Yerma, me ha poseído una duda razonable: este estigma de la infertilidad, esa posición casi enfermiza de pérdida de valores intrínsecos de ser mujer si no se es madre, me parecía una postura reaccionaria. Entiendo lo que podía significar en el momento de ser escrita por Lorca y en esos ambientes, y que yo lo analizaba con mi cabecita de varón blanco de clase media a finales del siglo XX. Pero ahora, la vuelta dada al asunto por María Goiricelaya me vuelve a colocar en la misma disquisición. ¿Es tan importante el asunto de la fertilidad como para llegar a ser algo traumático y destructor no solamente de una pareja, sino de una vida? Entiendo perfectamente que el tema y su tratamiento es algo generacional, que retrata a una mujer que laboralmente ha tenido éxito, que había retrasado su maternidad por los condicionantes de la sociedad y que cuando decide dar el paso, su cuerpo o lo que sea, se pone en contra y al recurrir a los tratamientos acaba en una rueda destructora.
Se esté de acuerdo o no, en su enfoque sociológico, su mensaje, lo que sí aplaudo es que acercarse a un asunto de esta envergadura a partir de Lorca y tratarlo desde una mirada actual es una buena manera de pensar en los públicos actuales. Usar el texto de Lorca y darle otro punto de vista es otra opción, pero esta me parece muy eficaz y en este caso muy sólida porque el resultado es una obra de teatro dirigida a unos públicos que se pueden sentir afectados.
El otro caso me lleva por caminos oscuros, me desvía, me siento perdido. “La casa de Bernarda” que dirige Alfredo Sanzol en el Centro Dramático Nacional de España, en su Teatro María Guerrero es discutible desde el primer segundo hasta el final. Por suerte y acumulación de quinquenios he visto decenas de montajes, la obra es sólida, hay quien lo afronta desde una mineralización de sus formas y quienes buscan resquicios folclóricos y hasta acentos locales, pero lo visto en la noche del estreno es asistir a una incoherencia, a una incapacidad manifiesta pues no se percibe otra cosa más que poner actrices sin dirigir en un espacio neutro, insignificante, diciendo un texto sin poner más énfasis que aumentar el volumen en vez de encontrar otras resonancias y matices. No quisiera avanzar en mis apreciaciones, no es fácil asirse de manera coherente a la incoherencia, es casi imposible salir de una sensación de estar asistiendo a algo incomprensible por fallido pues estamos hablando de un producción de una institución de bandera, de lo máximo, el Centro Dramático Nacional y de su director actual, lo cual tiene unas connotaciones mayores de exigencia.
Yo diría que no es sostenible que esta institución con su máximo dirigente ofrezca una de las obras magnas del la literatura dramática universal de una manera tan pobre artísticamente. Y no es la primera vez que sucede con obras propias o ajenas. Y si se mira la programación global de este CDN, nos encontramos con muchas obras que resulta incomprensible que formen parte de las propuestas de un lugar con tantos recursos y posibilidades.
Incumplo mi máxima, hablo de una obra de teatro concreta haciendo crítica a lo organizativo, a lo general. Pero a veces, las perchas no son suficientes, si lo que sucede es que los percherones salen y patean todo lo existente.