Un actor más acorde con estos tiempos
Mientras la pandemia puso en jaque a la educación, muchos profesores de teatro empezamos a preguntarnos cómo debería ser la formación teatral en el siglo XXI. Nos preguntamos si es que acaso, no sería hora de alejarnos del modelo decimonónico.
Para mi sorpresa, en una de mis más recientes lecturas llamada Verdadero o falso: sentido común para el actor, descubrí que David Mamet cuestiona lo mismo. E incluso expresa una idea más radical. Paradójicamente, la misma idea que hace algunos años le escuché decir a uno de mis maestros de juventud: los que quieren hacer teatro no necesitan ir a una escuela, ni tomar cursos o talleres. Lo único que necesitan es ponerse a hacer teatro.
Mamet también recalca la importancia de usar la imaginación y es que, como creadores los actores deben permitirse explorar las muchas posibilidades de resolver, por ejemplo, un objetivo. Y subrayo muchas posibilidades, porque lo que me sigo encontrando en los procesos creativos que suelo acompañar como formadora, tanto en actuación como en dramaturgias, es que las posibilidades creativas son autolimitadas por los propios creadores que tienden a producir más bien pocos materiales, quedándose satisfechos con las dos o tres primeras ideas. Generalmente la primera, es la elegida. Y eso que suelo insistir en que las cinco primeras ideas son las soluciones predecibles y fáciles, y que habría que buscar con más atención lo que aparece después de superada esa regla de cinco o incluso de diez.
Otro asunto maravilloso, al menos desde mi perspectiva, es que Mamet enfatiza que el trabajo del actor es lo imprevisible, lo que no se puede saber, lo que no se puede controlar porque, finalmente, a los personajes que ellos representan les pasa lo que a nosotros mientras vivimos, que no tenemos la más remota idea de que es lo que nos va a pasar, ni cómo asumiremos lo que pase, cuando “algo” pase. Y por ese motivo los actores deben cultivar el coraje. Igual que los no actores. Para vivir se necesita coraje porque muchas cosas escapan a nuestro control. En realidad, no controlamos casi nada, lo que nos suele ocurrir es que tenemos fantasía de control, pero eso es otra cosa.
En fin, este libro ha sido muy revelador, en tanto que menciona ideas sencillas y concretas para pensarse un actor más acorde con estos tiempos, de hecho, el autor regresa a lo fundamental del teatro. Y ¿qué es, a grandísimos rasgos? Pues la relación con el espectador. Todo se trata de vincularse con él. Parece obvio y, seguramente, lo es para cierto tipo de personas. Sin embargo, gracias a esa exaltación del yo y de la subjetividad que caracteriza a estos tiempos, las nuevas generaciones olvidan, ignoran o no tienen en cuenta la importancia del otro, de ese otro llamado público.
Domingo 10 de marzo del 2024