Emergencia, repetición y resistencia, según Rodrigo Teixeira
Existen varios efectos producidos por la repetición, algunos de ellos contradictorios, algunos benéficos y otros condenatorios. Por un lado, está la repetición de lo industrial, la fabricación en cadena que multiplica y abarata. Se trata de una repetición parecida a las estrategias del mercado global, que disipa la diversidad asentada en la diferencia y la singularidad, para homogeneizar y colonizar. Velahí, por ejemplo, las “high streets” de las ciudades, las calles céntricas comerciales, llenas de tiendas franquiciadas, o los enormes centros comerciales, que también debiésemos nombrar, en esa tendencia invasiva del inglés, como “Shopping centers”, espacios clónicos que generan dinámicas (des)humanas clónicas.
La repetición, en lo que atañe, por ejemplo, al carácter, acaba por dar estereotipos que nos encasillan, reduciendo la profundidad y la complejidad de lo que somos. Y en lo referido a otros aspectos, por ejemplo, en las artes escénicas, acaba por dar clichés o lugares comunes, que alejan la supuesta obra artística de una de las cualidades fundamentales e inherentes del arte: la sorpresa, el asombro, el descubrimiento, la aventura, el riesgo de consecuencias benéficas, etc. Así, por ejemplo, tenemos muchas producciones de teatro dramático realista y de “stand-up comedy”, que triunfan porque el público mayoritario reconoce a actrices y actores famosos del audiovisual (fundamentalmente de la televisión, el cine o de la industria del entretenimiento). Un éxito que también tiene mucho que ver con la estética y la repetición de fórmulas y formatos televisivos o cinematográficos, imitados en los escenarios. Sin duda, además de la manipulación y enajenación que todo ello pueda suponer, esto también responde a esa tendencia innata que tenemos de instalarnos en la zona de confort. El placer de sentirnos inteligentes reconociendo lo que se representa sobre las tablas.
Sin embargo, existen otros tipos de repetición que nos sacan de nuestra rutina, de lo ya conocido, que nos sacan de la autocomplacencia de lo ya sabido y que nos llevan de viaje a parajes inesperados. Pensemos, por ejemplo, en los efectos hipnóticos de la repetición del giro en las danzas de los derviches, o en los rituales basados en la repetición en el teatro de Robert Wilson o de Romeo Castellucci.
En dramaturgia, la repetición y la variación son dos mecanismos que crean una tensión rítmica capaz de estabilizar los elementos de la acción introducidos en la composición. La danza, de siempre, ha utilizado la repetición para estabilizar y profundizar en los efectos del movimiento.
Otro consecuencia importante y benéfica de la repetición está ligada con la resistencia. La necesidad de aguantar, de resistir en situaciones difíciles, de crisis, de búsqueda.
Existe una tendencia conservadora en lo social, seguramente fundamentada en el miedo a lo desconocido y, consciente o inconscientemente, contraria al progreso y al cambio. Esa tendencia conservadora hace que muchos teatros programen siempre lo mismo: estéticas y éticas de la repetición, aquello que ya saben que les va a funcionar con “su público”. Un público que llena el teatro si viene alguien famoso o si el tema del espectáculo (aquí decir tema es como decir coartada o justificación) es oportuno conforme a lo dictado por los medios de comunicación de masas, o incluso si se trata de algo oportunista que engancha porque está asociado a un “trending topic”. También aquello que se supone que va a ser divertido y entretenido como finalidad principal, muy útil sin duda para que la gente, que se pasa toda la semana secuestrada en trabajos y en vidas que no les gustan, puedan desfogarse un poco, sin que ese espectáculo de risa les vaya a hacer pensar o sentir que pueden o deben cambiar. O sea, esas estéticas que nos anestesian y que no estimulan nuestra emancipación. Se trata de espectáculos entretenidos que, simplemente, confirman lo que ya sabemos. Espectáculos que no nos descolocan, que no nos sacan de nuestro lugar común, que no nos invitan a soñar.
El viernes 5 de abril de 2024 fui invitado por Miguel Franco, el director del Teatro Diogo Bernardes (TDB) de Ponte de Lima (Portugal), al estreno de ‘NOVA DANÇA’ de la compañía Purga.c de Rodrigo Teixeira, que nace gracias a la coproducción del TDB. Además, fui invitado a moderar una conversación entre el joven coreógrafo y bailarín Rodrigo Teixeira y el público que acudió al encuentro de este artista emergente, desconocido para eso que denominamos como “gran público”.
‘NOVA DANÇA’ y la conversación post-espectáculo me hicieron pensar mucho, porque tanto la obra de Rodrigo como la conversación posterior me afectaron, removieron algo en mí. Es lo que sucede con las “artes vivas” cuando funcionan: nos afectan, en una retroalimentación muy sutil y misteriosa con quien las crea, de tal manera que podemos sentir esa retroalimentación, cosa que no sucede ante una pantalla, en el cine, la televisión o internet, ni ante una pintura, una escultura, un libro, o la escucha de un disco, por ejemplo.
Me sentí muy agradecido al TDB y a Rodrigo Teixeira por la experiencia. Me parece maravilloso y loable que el teatro municipal de una villa pequeña, de unos tres mil habitantes, apueste por coproducir y por programar un artista emergente de danza contemporánea. Viendo el panorama, casi me atrevería a decir que se trata de un milagro.
Miguel Franco, el director del TDB, se arriesgó, pero acertó de pleno, porque ‘NOVA DANÇA’ es un solo que, de manera ineludible, despierta nuestro asombro y empatía, porque aquí la repetición no solo estabiliza el movimiento dancístico, sino que nos interpela sobre la necesidad de resistir, de luchar, de avanzar y abrirnos camino pese a todo.
Rodrigo Teixeira nos propone una coreografía desligada del concepto cliché de la métrica y la forma computada, llevándola hacia un concepto más dramatúrgico, en el que coreografía es acción e incluso reacción. Por momentos parece como si el bailarín fuese un obrero que se defiende contra agresiones o violencias externas. A ello también contribuye la ropa que lleva puesta, que nos recuerda a un mono de trabajo. De tal manera que, siendo danza pura, surgen situaciones de tenor dramático y teatral y el bailarín es también un actor.
El inicio del espectáculo nos atrapa irremisiblemente y ya nos sitúa en ese pacto de cariz teatral: vemos la silueta, sobre fondo blanco, de un hombre de traje sin cabeza, sentado en un escritorio, acodado sobre la mesa, gesticulando con manos y brazos. Ese hombre descabezado por la burocracia que podría salir de El proceso de Kafka, se debate inútilmente, en ese bracear impetuoso, mientras escuchamos una música que parece deconstruir, en un lamento, respiraciones y balbuceos.
El poder de las evocaciones simbólicas en ‘NOVA DANÇA’ son clave, porque conducen el sentido de la pieza. Por ejemplo, podemos deducir, al final, en referencia a este inicio y también a todos los movimientos de repetición y resistencia, que los coreógrafos emergentes, como Rodrigo Teixeira, tienen que afrontar una lucha titánica para conseguir no quedarse por el camino y desistir: la danza se programa menos y se margina más. Los emergentes, normalmente jóvenes aunque no solo, se ven obligados a lidiar con todo un peso burocrático, de gestión y marketing, que les resta tiempo y energía para concentrarse en el trabajo de la creación artística. Además, al comenzar, es muy difícil, por no decir imposible, que puedan tener su propia plataforma “empresarial” para competir, en pie de igualdad, en los concursos de ayudas públicas o privadas, etc.
De la silueta fantástica de aquel hombre sedente y descabezado, Rodrigo, nos lleva al cuerpo, de lo inmaterial a la materia, cuando transforma en danza el acto de cambiarse de ropa, quitarse el traje y, semi desnudo, ponerse los pantalones y la camiseta de trabajo, de colores oscuros. Todo ello sobre el linóleo blanco y el fondo blanco, en un espacio abstracto, muy dúctil para el juego visual, en la intersección entre las luces y la coreografía.
En la marcha, que ya en sí misma es una repetición del caminar, volvemos a esa danza que nace del gesto común y que despega hacia lo extraordinario, por la entrega y la repetición. En esos pasos y en la mirada de Rodrigo comienzan a surgir apariciones de diversa índole, que nos hacen sentir que el bailarín no está solo en el escenario. Su movimiento, su gestualidad, nos hacen sentir otras presencias con las que parece interactuar. Además, también afloran pasos y movimientos de diferentes procedencias: del baile tradicional, de los bailes de salón, del ballet… Podemos, incluso, reconocer, en una variación muy singular, las secuencias finales de la muerte del cisne (del ballet de Michel Fokine), o los saltos y ese trabajo de brazos y manos de la “Nova Dança” portuguesa, a la que también hace referencia explícita el título de esta pieza. Un homenaje a aquellas creadoras y creadores de inquietud ilimitada, que intentaban expandir y abrir la danza en el país luso.
Pero ‘NOVA DANÇA’ también alude, sin duda, a ese camino de búsqueda hacia lo desconocido, así como a la dificultad de lo emergente, de lo nuevo.
Hay quien dice que lo nuevo no existe, que todo se repite, que todo está inventado. Pero eso no es así: nada se repite cuando se produce desde la enorme complejidad y universalidad de lo singular. Y esto es lo que sentí con ‘NOVA DANÇA’, porque Teixeira, aunque trae consigo, como genética, la técnica de un bailarín que se ha formado en la Escola Superior de Dança de Lisboa y en muchas otras disciplinas aprendidas y practicadas para expandir sus posibilidades, también ha hecho un trabajo de depuración y de no acomodarse a lo sabido. Su presencia y su danza nos traslada, de manera inexplicable, una búsqueda personal con la que nos podemos identificar. Por otro lado, está también, por supuesto, la calidad de movimiento relacionada con su fisionomía, con su corporalidad, fuerte y robusta, pero al mismo tiempo, delicada.
¿Y el final? El final es el camino. Pero el camino, ya sabemos, se hace al andar, aunque sea contra viento y marea. Ahí estuvimos todas/os con Rodrigo Teixeira y esta ‘NOVA DANÇA’.