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Día Internacional de la Danza 2024. Estado de la cuestión

Ya ha llovido desde que, en 1982, el Comité Internacional de la Danza del Instituto Internacional del Teatro (ITI), socio de la UNESCO, estableció el 29 de abril como Día Internacional de la Danza, eligiendo esta fecha en honor a Jean-Georges Noverre (1727-1810), creador del ballet moderno.

Sin duda “el día de” nunca es sólo una celebración o exaltación, sino más bien una reivindicación y una puesta en valor. Y cuando esto sucede, ni que decir tiene que es porque hay una fragilidad, un desequilibrio o un problema en el ámbito al que está dedicado “el día de”.

En el caso de la danza, dentro del amplio y diverso espectro de las artes escénicas, los números cantan en cuanto a la programación de piezas de esa arte en auditorios y teatros públicos, frente al teatro o incluso al circo, géneros considerados estos últimos, quizás, más populares. La marginación de la danza en la programación municipal, en los festivales y en los presupuestos económicos de apoyo a la producción, distribución y residencia, así como en otros ámbitos, como la educación, la crítica, la difusión y la comunicación, es, en mi opinión, un síntoma y un retrato de los que nuestra sociedad y nuestra democracia no acaban saliendo muy bien paradas.

Me ha dado por pensar en que el sustrato de las religiones, como la católica en el Reino de España, que ahondan en el binarismo cuerpo/alma, cuerpo/mente, emoción/razón, acaba sembrando una especie de desconfianza y miedo respecto a un arte, como como el de la danza, que sitúa el cuerpo y sus impulsos en el centro. Se podría aducir que hoy la religión católica ya no tiene el peso que tuvo en el pasado, concretamente durante la Dictadura y su transición a la actual Monarquía Católica Española. Sin embargo, me parece ingenuo no darnos cuenta de que todas esas largas décadas oscuras y oscurantistas de prohibiciones, recato, rechazo y falta de libertades, no constituyen un sustrato inconsciente, pero operativo, en nuestra cultura. Véase, como ejemplo, la diglosia y el auto-odio hacia la lengua gallega, secularmente prohibida, machacada y desprestigiada, al menos desde tiempos de los Reyes Católicos y en ostensible desigualdad en Galicia en nuestros días.

Derivado de ese binarismo condicionante y limitante cuerpo/mente (como suelen ser otros binarismos en los que somos modelados desde la cuna, por ejemplo: masculino/femenino u hombre/mujer), podríamos considerar la hegemonía o importancia otorgada al logos, a la lógica causal y a la palabra. Un arte que no sitúa la palabra en el centro, como es el caso de la danza, aunque también pueda utilizarla, resulta, en nuestro reduccionismo logocéntrico, un problema. Si no hay palabra, parece que ya no entenderemos lo que sucede en una pieza de danza, porque se supone que la palabra explica, ordena y justifica lo que sucede, la vida. Sin embargo, muchas de las cosas más importantes que nos suceden en la vida están desligadas de palabras, lógica o cualquier explicación. A estas alturas siempre pienso en el enamoramiento o en esos momentos mágicos y especiales de la vida que escapan a cualquier explicación.

Esta deriva puede deberse a que muchos programadores de teatros municipales, muchos directores de festivales de artes escénicas piden a la danza una sinopsis, un argumento, incluso una historia y temas que justifiquen, que expliquen la danza.

Justificar las artes vivas por los temas, no sólo la danza sino también el teatro y todos los mestizajes imaginables, me parece lamentable. Y me lo parece básicamente porque denota cierta desconfianza en la elocuencia y sentido de las propias artes vivas.

A ver si me explico, porque aquí toca explicarse, que estas letras no son una coreografía ni un espectáculo. Los temas, asuntos o ideas son construcciones semánticas muy generales, inmateriales y siempre son los mismos más o menos: amor, desamor, guerra, trabajo, desempleo, emigración, pobreza, ecología, cambio climático, salud, democracia, desigualdades… Sin embargo, lo más importante y lo más profundo en las artes vivas es la piel, la forma, el movimiento, los cuerpos, las luces, los espacios, lo material y sensorial y sus infinitas formas de afectarnos. Es en esta concreción donde tienen lugar las artes vivas, desde una coherencia poética (de “poiesis”, coherencia en el hacer, en la creación) que busca el sentido de la acción. Las artes vivas se componen de acciones heterogéneas y del trabajo de composición y búsqueda de un sentido perceptible, a partir de la creación y análisis de esa composición. Esto es lo que llamamos, precisamente, dramaturgia.

Así pues, cuando una obra de teatro, de danza o de cualquier modalidad híbrida funciona, cuando nos afecta, nos gusta, nos entretiene y hasta nos fascina, nunca es por el tema que pueda tratar, sino por su materialidad, calidad, singularidad, ejecución, sensorialidad de las acciones escénicas que la componen, ya sean coreográficas, verbales, lumínicas, objetuales, etc., o cualquier combinación y mezcla de ellas.

Otra falta que denota “el día de”, aplicada a la marginación de la danza, tiene que ver con el lugar común, tantas veces escuchado en boca de quienes programan o gestionan lo que podemos ver y lo que no: “la danza tiene poco público”, porque la danza no se entiende y la gente quiere entenderlo todo.

Siempre les explico a mis alumnos que quieren dedicarse al teatro que una cosa es el sentido y otra el significado. Son dos cosas distintas, aunque tengan zonas comunes. Si existen esas dos palabras: significado/sentido, será porque también hay dos posibilidades distintas. El significado se entiende racionalmente y por supuesto también produce emociones, pasiones, etc. En dramaturgia, el significado podría equivaler al argumento o historia de un ballet, de una obra de teatro, a la identidad de los personajes que, al fin y al cabo, también son cada uno una historia. Sin embargo, el sentido se siente y no es necesario comprenderlo. El sentido estaría más asociado a una dirección hacia algún lugar, aunque ese lugar pueda ser inefable o escapar a cualquier tema, materia o idea definible. Siguiendo este razonamiento, todo significado (argumento, historia, personaje, ser) tiene sentido. Sin embargo, no todo sentido tiene que tener significado o ser comprendido, sino que debe sentirse y percibirse.

Creo que el carácter dinámico y único de cada cuerpo y todo lo que aporta al escenario, tanto en la danza como en el teatro, está más ligado al sentido que al significado. Por eso los temas y las historias no son necesarios para hacer teatro o danza, aunque puedan jugar con ellos. Otra cosa es que nuestra educación e incluso la estructura de nuestro cerebro y de nuestro pensamiento, estén siempre dando significado a todo lo que sucede, buscando explicaciones y queriendo comprender. Sin embargo, esto que es muy necesario y útil en las ciencias puras o en nuestra gestión diaria, quizá no lo sea tanto en el ámbito de las artes y menos aún en el de las artes vivas o las artes escénicas. Incluso me atrevería a decir que esta actitud, la de querer entenderlo todo y que todo tenga un significado, un tema, un argumento, es como un virus nocivo, que está en la base de la discriminación negativa y de la marginación de las artes escénicas y, dentro de ellas, sobre todo, de la danza.

Por último, decir que el argumento de que la danza tiene poco público es muy peligroso por muchos motivos. Por un lado, porque si así fuera, entonces sería una falta de respeto y consideración hacia esa supuesta minoría del público que quiere disfrutar viendo danza. Por otro lado, dejando de lado la falacia de la cantidad de público, y esto es algo que aún me preocupa más, es un claro indicio de que quien gestiona y dirige la programación de las artes escénicas no es consciente de que el público se crea y de que una de las tareas fundamentales de la dirección y gestión artística de un teatro o de un festival consisten, precisamente, en la creación de nuevos públicos. Para eso, entre otras medidas, es importante fomentar las actividades de mediación, dinamización y promoción. Pero, claro, esto requiere cierta formación, mucho trabajo y, por supuesto, que el contexto del municipio o institución lo permita. Pero para que esto suceda, primero debemos pararnos a pensarlo, analizarlo, buscar referentes y posibles modelos dentro o fuera de nuestro entorno, buscar formación (la formación en todas las profesiones debería ser continuada, porque nunca sabemos lo suficiente) y, sobre todo, tener curiosidad e ilusión por lo que se está haciendo. En el mejor de los casos, también habría que tener algo de amor por lo que se hace, porque el amor mueve montañas.


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