Mi abuelo enderezaba clavos
Mi abuelo, descendiente en primera generación de inmigrantes españoles queriendo hacer una mejor vida en América del sur, seguramente tenía en su ADN, eso de que todo es útil hasta lo máximo posible. Incluso tuvo a mi tatarabuelo, el sí un español 100% con boina y acento inconfundible, viviendo con el hasta el ultimo día, y todo, sin ninguna objeción por parte de mi abuela que también era descendiente de españoles.
En su casa siempre hubo aceitunas cosechadas del jardín, variedad de productos hechos con membrillo y chorizo cortado en pequeñas rodajas a libre disposición, de vez en cuando, alguna preparación con azafrán, y por supuesto, caracoles de tierra preparados con una salsa inolvidable que incluía nueces.
En esa forma de vivir austera, ahorraban hasta el ultimo centavo, haciéndolos aparecer ante la sociedad, como tacaños. Lo que esa sociedad siempre enjuiciadora de manera negativa, aun con pocos antecedentes, no sabía que cada 4 o 6 años, se iban de viaje por todo el mundo, en tiempos donde el viajar no era tan accesible como ahora.
Desde que tengo conciencia, mi abuelo enderezaba clavos para re utilizarlos. De 10 que revivía, al menos 3 se volvían a doblar, pero un rendimiento del 70% no es malo.
Mi abuela por su lado, re utilizaba incluso lo inimaginable. El agua del lavaplatos la juntaba en un gran recipiente para luego regar con lo que ahora se conoce como aguas grises y todos los residuos de frutas y verduras, iban a un hoyo en el fondo del patio, donde sin saberlo hacían compost con lombrices. Me fascinaba ir a dar vuelta esa tierra orgánica y ver como las gallinas participaban de un banquete.
Hoy, con la cultura de la inmediatez y lo desechable, una forma de vivir como la de ellos, resultaría arcaica, poco practica y con demasiado tiempo perdido.
Mi bisabuelo tuvo la suerte de nacer en esa época porque hoy, de seguro estaría en uno de esos lugares de olvido que eufemísticamente se llaman, casas de reposo; lugar donde se van a desechar quienes ya no son activos para esta sociedad de consumo histérico.
Y las pobres gallinas, serian alimentadas con harina de pescado, las forzarían a crecer para estar a los 40 días acostadas en una bandeja de supermercado, y no disfrutarían de las vacaciones en la casa de la playa a las cuales mi abuela las llevaba en los veranos.
La cultura de lo desechable, bajo la justificación de que se debe hacer funcionar los engranajes de la producción, han llevado todo a ser supeditado a este concepto.
La obsolescencia programada no solo aplica a teléfonos móviles y cuanto producto podamos imaginar, incluso ha hecho de las relaciones inter personales algo desechable con necesidad de renovación cada cierto periodo de tiempo cada vez más corto.
Mis abuelos estuvieron casados por mas de 50 años, mis padres por 20, yo por 12 y no podría aventurarme a decir cuántos años estarán casados mis hijos, eso, si es que toman la decisión de casarse.
Solo alejadas de las grandes urbes las gallinas siguen comiendo lombrices y la gente come de su propia huerta. Nosotros, los citadinos, solo nos limitamos a soñar con una existencia bucólica donde viviríamos en el campo rodeados de naturaleza y animales, claro que, de hacerse realidad, moriríamos de hambre porque hemos perdido la capacidad de cazar, sembrar, cosechar u ordeñar.
Nosotros, antiguos cazadores, solo somos capaces de cazar nuestros alimentos en las estanterías del supermercado, armados de una tarjeta de crédito, ojalá, aun con saldo disponible.