Críticas de espectáculos

Hermosa didáctica sobre el destino

Iconos, o la exploración del destino», es la nueva creación teatral del dramaturgo, director y actor Rafael Álvarez «El Brujo», reconocido por su inconfundible sello en el teatro unipersonal que se presentó en el 70 Festival de Teatro Clásico de Mérida. El espectáculo, producido por su propia compañía en colaboración con el Festival, se presentó como la tercera parte de una trilogía, junto a «Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia» y «Los dioses y Dios», monólogos didácticos (o conferencias pedagógicas dramatizadas) estrenados en el Festival en 2018 y 2021 respectivamente, que combinan de manera distintiva humor y tragedia, inspirados en la rica tradición oral de los mitos griegos.

En «Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia», El Brujo nos ofrecía un despliegue de originalidad e imaginación a través de un estudio profundo del antropomorfismo del mundo clásico griego y del antiguo Oriente. Inspirado en «El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música» de Nietzsche y «La muerte de la tragedia» de George Steiner, extrae la idea de la tragedia como una fusión de dos fuerzas opuestas: Apolo, que representa el equilibrio y la armonía, y Dionisio, que simboliza el desenfreno. Ambas fuerzas se reflejan en la risa y el llanto, manifestando la dualidad del dolor y el placer en la vida. Asimismo, El Brujo incorpora ideas innovadoras sobre el teatro trágico y el sentido de la vida humana, influenciado por la cultura clásica hindú y la doctrina Vedanta, utilizando un estilo característico inspirado en los rapsodas y las técnicas juglarescas modernas.

En «Los Dioses y Dios», El Brujo continúa las ideas de la obra anterior, proponiendo una reflexión espiritual profunda sobre las relaciones entre las divinidades y los humanos. Vuelve a explorar las raíces del género dramático testimoniando las características más elevadas del ser humano que remueve la conciencia y trasciende el plano de lo moral y terrenal. Pues sabe que el hombre nunca ha aceptado su muerte física como definitiva y, aunque carece de pruebas tangibles de Dios, el alma o la inmortalidad, su espíritu vive dentro de él con conciencia, libre albedrío y capacidad creativa. Reconocer la vida como un valor supremo implica aceptar un poder superior, lo que da origen al concepto de Dios (como una causa suprema de todas las causas). El Brujo argumenta que los humanos son inmortales, creados de la energía de Dios, con el alma dando vida al cuerpo. Esta idea la proyecta en el espectador como un ser lleno de luz, reflejando la esencia del «Bhagavad Gita», un texto sagrado hindú y parte del épico «Majabharata» (atribuido al mítico sabio Viasadeva).
E
n «Iconos o la Exploración del Destino» se refleja una vez más la esencia de este gran artista cordobés, quien combina su carisma y talento narrativo –que brilla más didáctico que nunca- en su característico formato teatral cómico, accesible y cautivador. Un formato íntimo que no solo favorece una conexión directa con el espectador, sino que también crea una atmósfera de complicidad y reflexión compartida, evocando la magia del actual arte del «storytelling». La obra es una meditación humorística sobre el destino en la tragedia griega y cómo se manifiesta en la vida de las personas, vista a través de una lente espiritual y filosófica. En su viaje, el artista invoca figuras icónicas como Medea, Edipo, Antígona y Hécuba, explorando su influencia en la cultura y la psicología humanas. A través de las fuerzas del destino que los llevan hacia la tragedia, se cuestiona si sus desdichas eran inevitables o si podrían haber tomado un camino diferente. Con un toque contemporáneo, el artista entrelaza estas antiguas reflexiones con los desafíos modernos (como la inteligencia artificial y las noticias falsas) mostrando cómo estos elementos actuales continúan esculpiendo nuestra realidad, tal como lo hicieron las antiguas tragedias en su tiempo.

El Brujo compara el concepto de destino en la mitología griega con el karma en la mitología hindú, entretejiendo también hilos autobiográficos y ofreciendo una mezcla de sabiduría popular y reflexiones profundas. Estas reflexiones, como en sus dos obras anteriores, alcanzan su mayor hondura en el conocimiento espiritual de la cultura clásica hindú y que El Brujo vuelve a introducir influido por la doctrina expresada en el legendario texto «Rig-Veda». Todo un significado en la esencia de la tragedia que aquí también me recuerdan algunas citas sobre el fondo religioso del teatro clásico griego e indio, publicado en revistas por el helenista Rodríguez Adrados y en el libro «Dramatic Concepts – Greek an Indian» (1975) por el profesor indio Bharat Gupt (detallando las raíces del teatro en las culturas indoeuropeas de la antigua Grecia y la India).

Iconos El Brujo
Iconos El Brujo

El espectáculo, de casi dos horas sin interrupciones, se erige como la ceremonia teatral de El Brujo, sin más escenografía que el imponente monumento romano de fondo. Solo ha necesitado la pequeña tarima en la zona central de la orchestra y el proscenio, cubierta con una alfombra adornada frontalmente con las figuras de unas conchas de mar, acogiendo en un extremo al músico Javier Alejano, que con sus varios instrumentos subraya con precisión los matices chispeantes de los gestos y las sentencias metafóricas de El Brujo. En sus dos últimos espectáculos, estos han sido los únicos elementos escénicos utilizados, ya que el actor siempre ha depositado toda su fe en una interpretación genial de su propuesta artística, planeada para capturar la esencia grecolatina y adaptarla a nuestra realidad contemporánea, con una intención moral y espiritual que resuene en cada palabra y

El Brujo, fiel a su estilo (heredado del Premio Nobel italiano Darío Fo), despliega su ya conocido espíritu juguetón, cada vez más seguro y más depurado, a través de sus recursos de hilos argumentales repletos de anécdotas e improvisaciones cargadas de guiños cómplices, chistes y bromas. Con estos recursos preñados de ingeniosas analogías logra un repaso a la sociedad actual, donde los límites entre el inicio y el fin de cada relato se desvanecen en su genialidad (al relato de Hécuba, sin embargo, le faltó tiempo). Bajo la premisa cachonda de que «la tragedia es un chiste al que no se le ha cogido el chiste», El Brujo no obstante logra dominar la escena con espontaneidades paródicas de humor crítico sobre las noticias más recientes. Personajes como Pedro Sánchez, Javier Milei, Isabel Díaz Ayuso, García-Page, Alvise Pérez, Puigdemont, Tezanos, Sumar, Podemos, Vox, el rey emérito Juan Carlos, el rey Felipe VI, Rafael Alberti, Antonio Machado, Concha Velasco, Nacho Cano, Joan M. Serrat, Shakira, las diputaciones extremeñas, Telecinco y los programas de famosos como «Hermanos de Sangre» y otros, desfilan por la narrativa, cada uno adquiriendo «nueva vida» bajo su toque irónico magistral. Todo esto logrado con la autoridad teatral y calidad expresiva que lo consagran como el mejor histrión (comediante puro) español.

El público que le sigue fielmente disfrutó nuevamente de un festín de esplendores cómicos, poéticos, literarios, filosóficos y religiosos. Como mencioné en las otras dos obras de esta trilogía, el revulsivo teatral impactó en el intelecto de los espectadores, quienes terminan muertos de la risa o fulminados por la catarsis, o ambas cosas, según su nivel de conocimiento de los clásicos. El estreno contó con la asistencia de alrededor de 2000 espectadores, y según el «risómetro» y «aplausómetro» del reporter Eloy López (sentado a mi lado), se escucharon las risas del público en 646 ocasiones, en 37 recibió aplausos, siendo 4 minutos la ovación del final, pero que podría haber durado el doble o más, ya que dejó de salir a saludar cuando había dejado bailando al público con ganas de seguir la fiesta al ritmo de la canción «La vida es un Carnaval», de Celia Cruz. Todo un éxito de El Brujo, ese monstruo de las tablas de nuestro país, quien una vez más dejó a todos con el corazón vibrando y una sonrisa en el alma.

José Manuel Villafaina


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