Pero papá, no es para allá.
Y yo, absolutamente perdido en el universo tridimensional virtual de la pantalla de juego por la que me muevo torpemente, sin tener la más mínima idea de adónde ir para cumplir con la misión que aumente mi puntaje.
Mi hijo, con un dominio del espacio infinitamente superior al mío, piensa en tercera dimensión, en 3D y no puede entender como yo no soy capaz de orientarme, ni siquiera en el nivel 1.
El nació en la era digital, por lo que los video juegos, con sus mundos virtuales de realidad paralela, desde siempre han sido parte de su vida.
En lo personal, yo nunca he sido muy aficionado al juego, con suerte en mi adolescencia gasté algunas monedas en esas ya arcaicas máquinas llenas de luces y sonidos.
La generación digital, los hijos de la tecnología, según mi modesta opinión, está injustamente descalificada por los mayores.
Desde siempre ha sido así, los años suelen resistirse a los cambios.
Si al ser joven no se ha querido cambiar el mundo, nunca s fue joven.
El diálogo entre generaciones nunca ha sido miel sobre hojuelas; por un lado, resistencia al cambio y por el otro, voluntad refundacional.
Y como siempre ha sucedido, sucede y seguirá sucediendo, el peso de la prueba, termina por imponerse.
«Nada es, todo fluye», algo así dijo hace más de 2.500 años el filósofo Griego Heráclito de Éfeso, también conocido como «El Oscuro», seguramente por su postura rupturista para el pensamiento imperante en su época.
Nada es imperecedero, todo va cambiando con el trascurso del tiempo y lo peor, a mí modo de ver, es la resistencia, el creer que el momento instantáneo en el que se vive, es la única realidad posible. Tengo claro que nunca me voy a manejar en ese juego tridimensional, con la destreza de mi hijo, pero como arquitecto que soy, me alegra que, gracias a ese juego, haya podido desarrollar una buena comprensión del espacio.
Por lo general, la gente camina cabizbaja, sin mirar más allá, o quizás enfocándose solo en las irregularidades del pavimento. Pocos saben cómo terminan los edificios en su parte superior o que hay por los costados del caminar o detrás.
Confío que el desarrollo de un mejor manejo del espacio, vaya aparejado a una mayor sensibilidad para con realidades ajenas a la propia… ver más allá.
Solemos creer que nuestro metro cuadrado es la única realidad posible y las otras, solo son moscas que perturban nuestro día a día.
Nada es en sí mismo, si no se lo compara.
Nadie es gordo ni flaco si no es comparado con otro.
Lo mismo con la altura, la inteligencia, la pobreza, la bondad, la maldad…
Solemos encerrarnos en nosotros mismos para mirarnos el ombligo de manera complaciente, a pesar de tener más de una pelusa acumulada.
Por supuesto, cómo soy un fiel creyente de las relaciones humanas mirando los ojos del otro, jamás voy a permitir que mi hijo sea un prisionero capturado por las pantallas y los controles, pero no puedo desconocer que, gracias al juego digital, el ha podido desarrollar capacidades que a mí me tomó un par de años de universidad.
Ahora que ya no solo mira hacia adelante en el espacio físico, espero que también pueda ver más allá de su metro cuadrado y perciba otras realidades. Que también pueda mirar hacia arriba y hacia abajo en la mal llamada, escala social.