Sud Aca Opina

Juegos de niños

En estos últimos días, no sé si es por el turno recurrente entre el niño y la niña jugueteando con la temperatura del mar o por el tan manoseado calentamiento global, pero mi país se ha visto gravemente afectado por fuertes lluvias que han colapsado el precario sistema de evacuación, y como yo vivo aquí, en esta angosta y larga faja de tierra, mi jardín tiene una hermosa capa de barro de ese que al secarse se solidifica como el hormigón. Años de hermosear poco a poco el jardín para, al fin tener una superficie de pasto razonable, y el barro sepultó todo ese esfuerzo.

Mi casa está en pendiente y cerro arriba hay un canal de regadío, el cual con la última lluvia torrencial como no se había visto en décadas, se desbordó arrastrando todo a su paso, incluso la casa de un cuidador, que, si bien era modesta, era su casa.

Tratando de minimizar los daños, salí con pala y algunos sacos de arena a tratar de desviar el cauce de la calle convertida en rio. Por supuesto, tuve la precaución de ponerme ropa impermeable. Después de unos minutos, me di cuenta de que el concepto impermeable, al menos en lo que a ropa se refiere, es una invención del marketing para vender más caro.

Empapado, hacía lo que podía, pero era insuficiente.

Tenemos un chat de barrio, y mientras yo paleaba, mi señora angustiada escribió un mensaje de auxilio. Rápidamente aparecieron algunos vecinos a darme una mano, los mismos de siempre y aunque el daño ya estaba hecho, logramos controlar el flujo como para que no fuese más grave. Incluso aparecieron un par que no conocía.

Mano a mano, trabajamos bajo la lluvia y los vecinos que pasaban en sus autos, al menos disminuían la velocidad para no mojarnos de lado, y algunos de ellos incluso preguntaban si podían ayudar en algo.

Pasó lo que tenía que pasar, llovió lo que tenía que llover y los sacos con arena siguen decorando el antejardín por temor a que la situación se repita.

Los mismos que ni siquiera fueron capaces de bajar el vidrio de a ventanilla para, al menos preguntar, ahora, en lenguaje políticamente correcto, por el chat preguntan cuando vamos a sacar esos sacos blancos que la verdad sea dicha, distan mucho de hermosear la calle.

Saqué algunos sacos, los que consideré secundarios en caso de una nueva lluvia desaforada. Por supuesto, con el barro, mi aspecto, no era el de un buen vecino y algunos de esos que me ayudaron, ni siquiera me saludaron al pasar.

“La esposa del Cesar no solo tiene que serlo, sino parecerlo”.

Seguramente, como no estaba vestido de buen vecino, no era una persona saludable en el sentido de saludar, no en el de salud médica.

Para el terremoto del 2010 que fue de grado 8,5 en la escala de Richter, vivíamos en el quinto piso de un edificio y la única vez que nos saludamos con la vecina de la puerta de al lado, fue esa madrugada en que todo se movía.

Eso de andar en bicicleta por las calles del barrio, jugar a la pelota con los amigos, conocer no solo a los vecinos, sino que a una parte de su familia también y callejear sin miedo, hoy parecen cuentos de ficción.

Lo de vecindad en un sentido social, se perdió.

¿Por qué?

Demasiada tecnología que encarcela frente a las pantallas, delincuencia desatada que nos recluye a la supuesta seguridad de nuestros hogares, bombardeo constante de desinformación orientada a mantener en pánico a la población para que así esta no pueda pensar, sociedad de consumo que nos obliga a trabajar hasta el agotamiento con el fin de comprar las ultimas zapatillas de marca… cada uno tendrá su propia respuesta.

Solo sé que los sacos con arena van a estar ahí, al menos por tres meses más, hasta que el invierno haya pasado, esperando no tener lluvias de primavera y que la niña y el niño no sigan jugando con nosotros.


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