Literatura higiénica perdida
Recuerdo con cierta nostalgia cómo, hasta hace algunos años atrás, quienes estaban en el templo del relajo, como es una letrina, para amenizar el momento, escribían en las paredes del estrecho cubículo personal.
Los textos desordenados eran de un profundo contenido social que retrataba a la perfección la idiosincrasia de los usuarios.
Los cinéfilos escribían cosas del estilo “Usa la fuerza y recuerda limpiar el lado oscuro”.
Los románticos le escribían a su amada palabras llenas de azúcar a la vena, mientras los despechados, destrozaban a la mujer amada, con calificativos que de solo recordarlos, con algunos sonreía, mientras con otros, me ponía rojo.
De los sinónimos a los órganos sexuales tanto masculinos como femeninos, daba para escribir toda una enciclopedia.
Los saludos cargados de odio a la madre del presidente de lo que fuese, por supuesto no estaban ausentes de ese desordenado manuscrito en que se transformaban las paredes, no solo de la letrina propiamente tal, sino que de todo el baño.
Pero como la modernidad ha llegado incluso a las letrinas, hoy en día es raro encontrar esas palabras llenas de sentimientos tanto positivos como negativos; los teléfonos móviles mal llamados inteligentes, han exterminado esa actividad tan ricamente literaria.
Sentados en el trono donde somos todos iguales en oportunidades y logros, esa literatura ha sido reemplazada por Tik-tok, Reels, Youtube, WhatsApp o cualquier red social emergente.
El inconveniente no es el aparatito, sino el mal uso que se hace de este.
La biblia, un texto sagrado lleno de amor al prójimo, por la mala interpretación hecha por algunos poderosos, se transformó en la excusa perfecta para asesinar a miles en nombre de la fe.
De modo similar, la tecnología se está subiendo malamente a los altares de la idolatría para aplastar al razonamiento y los sentimientos.
De seguro a más de alguno de nosotros nos ha tocado escuchar a un gamer insultando a través de la pantalla a su contrincante en la batalla por ganar nada, y no es que se refiera a su enemigo digital como mala persona, sino que disparando a gritos toda la artillería de insultos existentes y por existir.
Definitivamente prefería los insultos en la letrina porque nadie me obligaba a leerlos, pero en ciudades cada día más densas, no se puede evitar escuchar los gritos de los vecinos jugando hasta la madrugada juegos en sus computadores que más que herramientas de trabajo, se han transformado en armas de destrucción de las relaciones sociales.
Parezco abuelo artrítico criticando a las jóvenes generaciones por su incapacidad personal de manejar un mouse.
Ni mejor ni peor, solo diferente.
Aunque es innegable que el dejar de herencia algunas palabras escritas en un muro, no deja de ser algo atrayente.
Creo que mejor me llevo un lápiz y sigo meditando sentado en la letrina, sobre todo porque en el anonimato de ese cubículo sagrado, puedo escribir lo que se me antoje, sin miedo a la censura, la crítica o ser socialmente incorrecto, aunque debo reconocer que mi teléfono móvil estará en mi bolsillo y si me sale alguna cita interesante, por supuesto la escribiré en las notas del aparatito.
Amigos, lamento que el espacio disponible en el discurso publico sea dedicado a la letrina. Vuestro
Boletin era un espacio publico abierto del arte vivo y el paisaje compartible. No tengo nada en contra
de las letrinas, pero prefería no entrar en una para leeros. Es cierto que la estética del hiperrealismo
y del lenguaje rebajado prescinden de la civilidad, el dialogo horizontal, y el valor del otro. Cuando casi
todo se ha perdido nos queda el habla mutua, que nos recupera para merecer la mutualidad del
nosotros, venido a menos. Hemos superado el ingenio sin genio del populismo rebajador, el chascarrillo
brutal, las siesta periodica del mundalar español. El dialogo nos hará libre.