Sud Aca Opina

Aterrizaje en el desierto

Antes de comenzar, debo aclarar que volar en parapente es mi pasión y que por lo tanto, nada de lo que yo pueda decir tiene algo de objetividad, porque una pasión, sea cual sea, nubla el juicio y solo permite ver lo bueno de eso que nos transforma, no solo desde un punto de vista del sentir, sino que me atrevería a afirmar, que en el cuerpo se produce una alteración global, tanto física como química, y por supuesto emocional.

Durante 4 días, un grupo de 25 pilotos, fuimos a volar al norte de Chile, allá donde el desierto más árido del mundo, el desierto de Atacama, se encuentra con el océano más grande del mundo, el océano Pacifico, y por supuesto, tuvimos una experiencia total.

Algunos más experimentados, otros menos, todos con un solo objetivo; volar hasta más no poder.

Solo hubo buenas experiencias y la mejor de las camaraderías:

Atravesar la ciudad a más de 400 metros de altura sobre las edificaciones para después aterrizar en la playa, y darse cuenta de la inmensidad de nuestro egoísmo al creernos únicos e indispensables como para que la vida sea.

Uno del grupo hizo su primer vuelo en solitario, por supuesto con el apoyo emocional de todos nosotros y una radio por la cual se le transmitían instrucciones. Él aterrizó perfecto, pero estoy seguro de que su mente aún sigue allá arriba.

Los primeros despegues fueron motivo de risas, mientras los últimos, sacaron aplausos.

Volamos 2 veces por día, acumulando muchas vivencias por las horas de vuelo, pero sobre todo, por las experiencias compartidas, y por supuesto, no creyéndose ídolos, sino que escuchando a todos, a los con menos experiencia quienes tienen más ímpetu que razón y a los más experimentados quienes a punta de buenas y malas experiencias, algo tienen que contar.

En lo personal, a menos que tenga una meta diferente a la de un vuelo recreativo local, con una hora de vuelo me basta, pero los dados estaban echados como para intentar logros diferentes.

Como un parapente no tiene motor, dependemos de las corrientes de aire ascendente y, sobre todo, de nuestra capacidad de encontrarlas y administrarlas de buena manera. Uno de los días, por no racionalizar mi vuelo, quedé aterrizado a muchos kilómetros de la carretera. Desierto, arena, sol, poca agua, equipo de 25 kilos. Por supuesto durante la laaarga caminata, algunos improperios salieron de mi boca, pero consciente de que era mi responsabilidad absoluta y no podía culpar a nadie más por mi mala decisión. Tuve que caminar, y caminé.

Quedé agotado, pero como el objetivo del viaje era volar, volar y volar, por la tarde, por supuesto volví a despegar para relajarme con la vista.

Como la vida en general es una oscilación entre polos opuestos, el día siguiente me regaló uno de los mejores vuelos de mi vida, tanto por buenas decisiones, como por distancia recorrida, altura y tiempo.

Espectacular.

Sin detalles, pero ya ha pasado más de una semana y mi mente todavía está allá arriba, como cuando hice mi primer vuelo hace 30 años atrás.

La naturaleza es perfecta, aunque queramos adaptarla a nuestros requerimientos, cada vez que intentamos hacerlo, podemos presagiar un futuro desastre.

Nuestra propia naturaleza, aunque no completamente, en cierta medida si es modificable. Lo digo porque con la práctica de este deporte, me doy cuenta como mi carácter ha ido cambiando. El hiperquinético acelerado que fui, ahora está un poco más calmado y la reflexión, aunque todavía no sobrepasa a la hormona, al menos ya está al mismo nivel.

El día del aterrizaje en el desierto, fue el de antes el que piloteo. Después del agotamiento de la caminata, apareció el piloto en el que debería ser siempre; más reflexivo.

Esta experiencia puede ser considerada como demasiado específica, pero sin duda es aplicable a muchas situaciones de la vida diaria, sino a todas.

Entre aterrizar en medio del desierto o al lado de la mesa donde me esperaba un delicioso pescado frito, no hay donde perderse.

Una mala decisión nos puede dejar en el desierto, mientras una buena, nos puede hacer avanzar.


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