Ningures y Nasser Djemaï por una tercera edad en plenitud
Acabamos de descubrir una muestra de la dramaturgia de Nasser Djemaï, francés de origen argelino, actual director del Théâtre des Quartiers d’Ivry – CDN du Val-de-Marne, de la mano de Cristina Domínguez Dapena, directora escénica gallega que, en su anterior etapa con la compañía A Factoría Teatro, había estrenado en Galicia y en gallego a Bernard-Marie Koltès, Edward Thomas, Werner Schwab o David Harrower.
El sábado 9 de noviembre, con traducción de Henrique Harguindey y adaptación de Vanesa Sotelo, estrenaron ‘AS GARDIÁS OU O NÓ DO TECELÁN’, en su título original ‘LES GARDIENNES’, el primer texto de Nasser Djemaï estrenado en una lengua del Estado español. Una obra sobre los cuidados en la tercera edad, al margen de las instituciones y empresas profesionalizadas.
Una obra en la que cuatro extrabajadoras de una fábrica de hilos – una de ellas, Rosa, la voz del sindicato, muda y en silla de ruedas – conviven en el piso de ésta y se cuidan entre ellas, atendiendo y respetando la personalidad y las preferencias de cada una. La situación de vivir como más les gusta se complica cuando llega Victoria, la hija de Rosa, arrastrando el cargo de conciencia de no atender a su madre por cuestiones de trabajo y porque vive a muchos cientos de quilómetros. Victoria, de cuarenta y ocho años, llega apurada, con la idea de solucionar la situación de su madre dependiente, llevándosela a una residencia de la tercera edad, cerca, donde reciba una atención profesional. Para poder costearlo planea vender el piso de la madre. Pero se encuentra con que su madre Rosa y sus tres amigas, Susana, Ana y Margot, viven a su manera en el piso de Rosa y entre ellas hay un vínculo tan irrompible como el nudo del tejedor, en el que su madre era experta cuando trabajaba en la fábrica de hilos. Un nudo que cuanto más se tira de él, intentando romperlo, más se afianza.
La compañía Teatro de Ningures, de Cangas do Morrazo, llevaba desde 2016 sin producir ninguna obra para los escenarios y ésta ha sido su reentré triunfal, porque el estreno en el Auditorio Xosé Manuel Pazos Varela de Cangas do Morrazo, ese espacio por el que esta compañía y la Asociación Cultural Xiria tanto lucharon, estaba lleno a rebosar por un pueblo que se vuelca con Teatro de Ningures, como si fuese su equipo de fútbol. Y no es de extrañar para quienes conocemos lo que significa esta compañía en el panorama del teatro en la península do Morrazo y en Galicia. Casilda Alfaro, Sonia Rúa, Pepa Barreiro y Salvador del Río son el núcleo desde 1986, con más de una treintena de espectáculos en su historial y colaborando con Xiria en la organización de la Mostra Internacional de Teatro Cómico y Festivo de Cangas, con 41 ediciones hasta la fecha, además de organizar otras actividades y eventos relacionados con el teatro y la comunidad.
‘AS GARDIÁS’ se mueve en un extraño y delicioso equilibrio entre el drama realista, con grietas hacia lo lírico y lo mágico, y la comedia de salón. La buena mesura y el “sentidiño” son, según mi parecer, algunas de las señas de identidad que caracterizan la dirección escénica de Cristina Domínguez, sensata y posibilista en sus escenificaciones. Y ésta no ha sido una excepción. La apariencia visual colorista del espectáculo, por el vestuario y la escenografía de Carlos Alonso, subrayada por la iluminación de Héctor Pazos y Salvador del Río, le da un tono de comedia. Casi hasta podría recordarnos a alguna estampa de La Cubana. Al mismo tiempo, introduce una alegría y un vitalismo que es parte de la filosofía de estas mujeres ancianas tan “disfrutonas”, que nos dan una lección sobre el carpe diem, tan asociado a la juventud por el edadismo, la industria cosmética y la moda.
La buena mesura se nota en la no pretenciosidad del espectáculo, similar a la sencillez de las situaciones de acción que propone el texto de Nasser Djemaï. El elenco hace un trabajo también muy equilibrado en la representación de las cuatro ancianas y de la hija estresada y pendiente de su teléfono y de sus gestiones. El humor deriva directamente de las circunstancias que componen las situaciones y no porque las actrices se dediquen a caricaturizar a las ancianas que interpretan o a hacernos guiños cómicos explícitos.
Casilda Alfaro representa a Susana, la anciana (casi) cleptómana y vidente, con arrebatos esotéricos. Lo hace sin estridencias, histrionismos ni clichés, sin romper la verosimilitud ordinaria del personaje en situación, y consigue llevarnos a momentos de invocación mágica.
Algo semejante y sorprendente es lo que consigue Amparo Martínez Paz – bailarina y coreógrafa de 66 años, pionera de la danza contemporánea en Galicia, que debuta aquí como actriz – haciendo la gran pirueta de interpretar a un personaje mudo y en silla de ruedas que, no obstante, casi siempre está presente y actúa. La sutileza de su actuación se basa en una escucha y una presencia vibrantes, para las que, sin duda, contribuye su calidad física como bailarina y su capacidad para dejar que fluya la vulnerabilidad y la fragilidad, sin enmascararlas o representarlas: estando de verdad en acción. Amparo representa a Rosa, la exsindicalista que sufrió un accidente que la dejó muda y en silla de ruedas. De repente, abre las situaciones cotidianas a momentos oníricos y surrealistas al caer de la silla y evolucionar dancísticamente por el suelo, para elevarse y generar estampas que casi nos recuerdan a las de Peeping Tom, pero sin ese grado de exhibicionismo circense. Más bien desde una fluidez y una sencillez humanísimas, que refuerzan el sentido de esta obra sobre los cuidados, la vulnerabilidad, los afectos y el derecho a disfrutar hasta el último momento de nuestra existencia.
Es preciosa la escena en la que Victoria, la hija, interpretada por Melania Cruz con ejemplar retención de la tensión, siempre al borde del ataque de nervios y de la crispación, y la madre, Rosa, interpretada por Amparo, casi como quien no quiere la cosa, casi sin darnos cuenta, están bailando sin bailar, en un juego casi de “Contact Improvisation” en el que los cuerpos se apoyan y se comprenden sin palabras, antes de la anagnórisis de la hija, que tendrá lugar en una elipsis, mientras fueron a pasear al lado del lago que está cerca de la casa. Creo que los personajes más difíciles, en el contexto del teatro dramático textual son los que no hablan, pienso, por ejemplo, en las escenas de Catalina, la hija muda de Madre Coraje de Bertolt Brecht.
La danza juega con los equilibrios y los desequilibrios de manera morfológica y material, igual que el drama juega con los equilibrios y los desequilibrios invisibles e intangibles de los conflictos dramáticos, que son el motor de la acción. Esa correspondencia está delicadamente jugada por Amparo Martínez en el seno de ‘AS GARDIÁS’ bajo la mirada de Cristina Domínguez y junto a sus compañeras de escenario.
No es menos danza la de Rebeca Montero interpretando a Ana, la anciana que fuma porros, quizás la más desenfadada de todas e incluso la que parece un poco la líder, por su ecuanimidad y porque es la más pegada a la tierra, la menos idealista, la más realista. Sus desmayos y sus ahogos, aquejada por alguna dolencia respiratoria grave, entran muy bien dentro de la convención realista en la que juegan, sin subrayados patéticos y sin caer en el gag ridículo. De hecho, el final de ‘AS GARDIÁS’, que parecía de comedia, tras la anagnórisis de Victoria, aceptando que su madre y sus amigas vivan como quieren vivir, sin interferir en ello, acaba con un último punto de giro propiciado por Ana, la más adusta, cachonda y desacomplejada. Un punto de giro imbuido de ternura, que nos acerca al paraíso de la muerte digna, la escogida.
Por su parte, Sonia Rúa, interpretando a Margot, introduce de una manera deliciosa también esa personalidad coqueta y esto no es algo baladí: la necesidad o la celebración de la sensualidad y de sentirse atractiva y guapa en la tercera edad. Parece que le negamos a la tercera edad la sensualidad, la carnalidad, la guapura… y eso no es justo.
Melania Cruz, en el papel de Victoria la hija de Rosa, ejerce la fuerza actancial antagonista. Sin ella no habría conflicto ni obra. Por tanto, en su enfrentamiento con las actitudes y maneras de las ancianas se asienta no solo un conflicto intergeneracional, sino también el choque de dos concepciones de la vida antagónicas. Aquellas mujeres que trabajaron con sus manos, las obreras que sacaron adelante a sus familias, en una sociedad en la que colaborar era fundamental, frente a las nuevas generaciones en un mundo hiper tecnológico de súper producción y mega consumo, en un mundo de especialización profesional donde todo está protocolizado y donde quedan pocos espacios para la prueba error, para juntarse, para compartir, para los afectos. Un mundo donde todo tiene que ser perfecto, a imagen y semejanza de las máquinas. Un mundo donde muchas ancianas y ancianos, cuando no son útiles, estorban y son arrinconados en residencias, de tal manera que la juventud vive desconectada de lo que es la vejez y de todo lo que se puede aprender del contacto directo con ella.
En ‘AS GARDIÁS’, parece como si Nasser Djemaï, en ese grupo de amigas ancianas, extrabajadoras de la fábrica de hilos, asumiese el rol del coro de los ancianos de las tragedias griegas, alegoría de la sabiduría infundida por la experiencia y por el tiempo vivido.
Victoria, la hija, con estudios superiores, médica radióloga en un hospital, con dos hijas, separada etc. intenta todo el tiempo dar el tipo de lo que el sistema actual nos pide: eficacia, rapidez, eficiencia, soluciones inmediatas. Melania Cruz equilibra a las mil maravillas ese volcán que está a punto de estallar y la compostura, el cariño, la decisión y la duda. Su relación con la madre y con las vecinas, amigas de la madre, se mueve por la cuerda tensa del respeto y el afecto, frente a la necesidad autoimpuesta de poner los puntos sobre las íes y llevar la situación a los protocolos que esta sociedad parece marcarnos. De tal manera que la idea de progreso resulta paradójica, porque ha dejado atrás lo fundamental: tener tiempo para el contacto directo y para los afectos, para aceptar y disfrutar de la mejor manera posible cada momento de la vida, incluida la tercera edad, frente a una idea de cuidados especializados y profesionales.
Creo que el cambio que experimenta Victoria, dándose cuenta de lo que necesita su madre y sus amigas, es una lección de vida que, sin didactismo explícito, hemos podido aprender todo el público que aplaudió ‘AS GARDIÁS’.
P.S. – Artículo relacionado:
“Veo Vigo, veo Cangas… María Casares y Ningures”. Publicado el 15 de junio de 2020.