Un refugio en la desmemoria
El Balneario» es un espectáculo de creación colectiva producido por la compañía extremeña Cíclica Teatro, con textos originales de Virginia Campón y con la dramaturgia de Pedro Luis López Bellot, que además asume la dirección escénica. La obra cuenta con la participación de dos destacados actores, Nuqui Fernández y Esteban G. Ballesteros, quienes, con una notable capacidad para la improvisación, también han colaborado dando vida, belleza y profundidad al texto. La representación tuvo lugar en el Gran Teatro de Cáceres, en el marco de la novena edición de la Muestra Ibérica de las Artes Escénicas (MAE) de Cáceres.
El Balneario es una obra que se adentra en los complejos y dolorosos paisajes del Alzheimer a través de la lente delicada y envolvente del realismo mágico. La elección de este estilo es particularmente interesante, ya que permite que la narrativa transite entre lo absurdo y lo dramático, algo que parece encajar bien con la fragmentación de la memoria y la identidad característica de esta enfermedad.
Más allá de un padecimiento clínico, el Alzheimer se presenta aquí como una metáfora de la desconexión progresiva, de esa pérdida del propio ser y de los vínculos personales. En este contexto, el reencuentro entre un Padre y una Hija (únicos protagonistas de la obra), en un escenario del olvido, sirve como núcleo emotivo y dramático de la historia. La descripción del diálogo que aparece como fragmentado y absurdo evoca tanto el desafío de comunicarse cuando los recuerdos se han desvanecido, como la relación rota por una barrera invisible y cruel. Es un contraste entre la memoria como constructo fallido y la emoción que, a pesar de las pérdidas, permanece intacta y ofrece algún tipo de refugio.
El balneario donde se mueven los dos personajes, que generalmente se asocia con un espacio de sanación y descanso, parece simbolizar la búsqueda de un alivio imposible, casi trágico, y se convierte en testigo de la erosión de la mente y la memoria. Así, lo que debería ser un sitio de paz se transforma en una especie de «espacio seco», vacío de recuerdos pero lleno de emociones latentes que luchan por permanecer. Sin embargo, la llegada de un «nuevo ser» que trae esperanza a esas «secas paredes» del balneario aporta una chispa de redención. Este ser puede simbolizar la ciencia como una promesa, o quizás la persistencia del espíritu humano frente a lo inexorable.
También está el tema del amor como último refugio que nos revela una verdad conmovedora: aunque el Alzheimer arrase con las memorias, no necesariamente erradica los sentimientos que alguna vez las sostuvieron. En ese sentido, el amor se alza como una resistencia, un último bastión contra el olvido. Así, «El Balneario» no es solo una historia sobre la enfermedad, sino una oda a la resiliencia emocional que define a la condición humana: la capacidad de aferrarse a un vínculo y de encontrar esperanza frente a una realidad que se desmorona.
La puesta en escena de López Bellot despliega un espacio casi vacío en un balneario, donde solo asoman los pocos elementos escenográficos imprescindibles. Este minimalismo, que también es característico de su estilo y ya demostrado en su exitoso montaje de «Maquiavelo», protagonizado por José Vicente Moirón, permite que el foco recaiga con profundidad en el trabajo preciso y sensible de los actores. La dirección, meticulosa y cuidadosa, articula con precisión los movimientos expansivos y los diálogos vibrantes que los personajes intercambian con una alegría a veces tenue, a veces radiante. En esta composición escénica, la figura de la Hija toma el centro intentando reconstruir los recuerdos de su padre, entrelazando hilos de ternura y desesperación en un esfuerzo conmovedor y desgarrador. A través de esta delicada relación, López Bellot alcanza un rendimiento artístico de notable intensidad, donde cada gesto y cada palabra resuenan con la sencillez profunda de lo que trasciende el escenario.
La interpretación de Nuqui Fernández como la Hija y de Esteban G. Ballesteros como el Padre es sencillamente excelsa. Ambos actores, de probada calidad, parecen haber sido elegidos con suma precisión para estos roles, pues ya en otras ocasiones han demostrado una naturalidad expresiva en la alegría y la ternura, con una gran capacidad de conmover que es uno de sus sellos distintivos. En esta actuación, logran nuevamente ese efecto: sus rostros y gestos laten con un candor que toca al espectador. El aplauso prolongado y cálido del público en la Muestra fue un testimonio sincero del eco profundo que sus interpretaciones dejaron en el corazón de cada asistente.