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La importancia de saber. Las escuelas de arte dramático

José Sacristán, recién salido del escenario, nos decía que el teatro no se puede enseñar. Lo hacía como quien, desde la autoridad que le confiere su carrera artística, deja caer una sentencia, en medio de una reunión de personas que creemos en la formación en cualquier ámbito profesional y artístico. Allí estábamos profesorado y miembros de los equipos directivos de todas las Escuelas Superiores de Arte Dramático del Estado español, en el marco de las reuniones periódicas que celebramos, esta vez en Palma de Mallorca, con la ESADIB (Escola Superior d’Art Dramàtic de les Illes Balears) de anfitriona. El director del Teatre Principal nos había invitado a conocer su institución, a ver ‘La colección’ de Juan Mayorga y a un piscolabis, después de la función, en el Salón Noble. Fue ahí, cuando estábamos con un vino en una mano y un canapé en la otra, cuando compareció el actor famoso y nos espetó la sentencia: “el teatro no se puede enseñar”. No sabemos, pese a sus dotes como intérprete y a las mías como espectador, si la réplica escondía ironía o buscaba provocar el debate. Su entrada, en medio de conversaciones diversas, generó un silencio y una expectación, nadie se acercó para saludarle o darle la enhorabuena, después de haber visto el espectáculo en el que había participado. Al verle entrar y ante nuestro silencio, se acercó a él el director del Principal y le presentó, cordialmente, al cónclave de las escuelas de arte dramático. Entonces, el gran actor debió de sentirse en la necesidad de emitir una opinión o un veredicto y fue cuando entonó la frase: “el teatro no se puede enseñar”. A mí la escena me recordó a la Madre de ‘En la meta’ de Thomas Bernhard, cuando, ante la inminente visita del Escritor Dramático, le dice a su hija: “Teatro / se puede estudiar teatro / arte dramático no sé”. Así que, sin cortarme un pelo, di un paso adelante, separándome del grupo y, entrando en la escena, le di la réplica en tono humorístico a Sacristán. Se quedó callado un instante. Otro colega intervino, de repente, desde el grupo, añadiendo algo así como que era importante la transmisión de la experiencia, a lo que el actor famoso replicó de inmediato que la experiencia no servía para nada y que era mejor no transmitirla o algo por el estilo. Un breve silencio y, después de este entremés, volvimos al alborozo de nuestras conversaciones, al vino y a las delicatesen mallorquinas con las que Miquel, el director del Principal, nos había obsequiado.

Esta escena me retrotrae a otra. Cuando yo tenía diecisiete años y acababa de hacer el COU, después del Bachillerato, en Becerreá, en la montaña de Lugo. Mi padre me preguntó: ¿y tú que quieres estudiar? Y yo le respondí: teatro, pero no sé si eso se puede estudiar. Y mi padre añadió: ¡Cómo no se va a poder estudiar teatro! ¡Todo se puede estudiar! Pero mi padre ni es un académico, ni es un actor famoso, era un electricista, un currante que no necesitaba ninguna carrera universitaria para saber que todo, incluso el teatro, se puede estudiar. Un padre de cuatro hijos que siempre nos ayudó a hacer lo que más nos gustase en la vida, incluso estudiar teatro.

Por un lado, el teatro es una escuela. Tendríamos que pararnos a reflexionar qué es lo que aprendemos al compartir un espacio y un tiempo viendo, por ejemplo, ‘La colección’ de Juan Mayorga en Mallorca.

Por otro lado, también tenemos las escuelas de teatro, donde podemos aprender todo aquello que nos puede hacer falta para hacer un espectáculo y mucho más, desde la dramaturgia y la dirección de escena, hasta la interpretación, pasando por el diseño de iluminación, la escenografía, el vestuario, la caracterización etc. Un lugar para estudiar, reflexionar y practicar. Un espacio privilegiado para detenernos en las técnicas, los estilos, las posibles metodologías de trabajo, los referentes.

Para mí ha sido importante saber de mis colegas de las ESAD de otros territorios, ponerles cara y compartir las inquietudes, las dudas, las experiencias, por ejemplo, en lo relativo al papel de la dramaturgia en la formación actoral, dentro de una concepción más holística e integral. La importancia de pensar en actrices y actores creadoras, con capacidad propositiva en lo que atañe a la dramaturgia, con las competencias para, incluso, abordar un proceso de creación también desde una consciencia dramatúrgica. De esta manera, estaríamos ante actrices y actores que no solo son intérpretes de algo creado previamente por un dramaturgo, a las órdenes de un director de escena.

Comprender, conocer y jugar con los mecanismos de creación de una obra teatral, de un espectáculo, aunque después no vayamos a ser dramaturgas, implica una profundización y una amplitud de miras en el arte escénico, similar al del director de escena que recibe clases de interpretación y que se pone en los zapatos de las actrices y de los actores.
Es un lujo que, en un equipo artístico, podamos contar con profesionales artistas en las diferentes disciplinas que convergen en el espectáculo teatral. Pero aún lo es más cuando todos esos profesionales conocen, de primera mano, la naturaleza y las dificultades de las funciones que hacen sus colegas (escenógrafa, directora, actriz, dramaturga, etc.).

La importancia del saber. Ese es el núcleo de una escuela: el conocimiento. Ese ha sido también el núcleo de estas jornadas de las ESAD del Estado español, la importancia de saber unas de otras, de estar en conexión, para afrontar los apasionantes desafíos que las artes escénicas implican en cada época y en cada territorio y contexto cultural.


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