Cierre del Festival de Otoño con Wajdi Mouawad, Rafael Spregelburd, Thaddeus McWhinnie y Teatro de Ferro
La compañía nipona Yamato cierra las funciones con el espectáculo de percusión Tenmei en el Teatro del Bosque de Móstoles
El Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid culmina esta semana su 42ª edición especial, la del homenaje a su primera directora, Pilar de Yzaguirre, con seis espectáculos que abarcan desde el teatro de texto a la danza, el teatro de títeres y la música, con las creaciones de autores como Wajdi Mouawad, Rafael Spregelburd y Thaddeus McWhinnie Phillips.
Tres de los montajes de esta última semana se asomanal mundo actual, como testigos directos de algunos de los dramas más lacerantes de este primer cuarto de siglo. El primero de ellos en orden cronológico es 17 Border Crossings de Thaddeus McWhinnie Phillips (Teatros del Canal, 26 y 27 de noviembre). McWhinnie, fundador del colectivo teatral Lucidity Suitcase Intercontinental, ha extraído de su propia vida viajera el material humano de este montaje que pone el foco en los cruces fronterizos
Su espectáculo es íntimo, sorprendente por el manejo de sus reducidas herramientas escénicas y por su humor. El actor y director estadounidense ha seleccionado algunos de los puntos calientes del planeta (Méjico, Marruecos, Italia, Bosnia, Egipto, entre otros) en los que desarrolla sus historias, a medias reales, a medias ficticias.
Solo en escena, sentado en una silla, ante una mesa y bajo una barra de luces que emplea para, por ejemplo, evocar trenes en movimiento, puestos fronterizos aislados, el interior de un avión y salas de entrevistas, Thaddeus McWhinnie monologa narrando relatos como el de un extraño que lanza grandes paquetes desde la ventana de su compartimento; el de un migrante que se interna en el desierto en dirección a Estados Unidos; el de un jardinero de Mozambique que viaja oculto en el tren de un avión donde la temperatura alcanza los 50 grados bajo cero; y se recuerda a sí mismo y a su novia croata cuando fueron deportados de Bali, porque los guardias de frontera no reconocieron el pasaporte. Como en la vida cotidiana, en 17 Border Crossings uno puede divertirse, aterrorizarse, asombrarse o entristecerse.
De otras fronteras (físicas y mentales), que se entrecruzan en Oriente Próximo, llega uno de los montajes más esperados de esta edición del Festival de Otoño Journée de noces chez les Cromagnons (Teatros del Canal, 29 y 30 de noviembre), producción del Teatro Nacional de La Colline de Francia, que un joven Wajdi Mouawad escribió en 1991.
Mouawad es uno de los grandes creadores escénicos de nuestro tiempo. Su memoria se despliega como una red por el teatro que ha escrito. Sus orígenes libaneses, su exilio, primero en Francia, después en Canadá, sus relaciones familiares, personales, se imbrican en conflictos históricos vinculados a su propia herencia, permeando su escritura como un testimonio a la vez íntimo y público.
A esa historia íntima del autor, incardinada en del Líbano, remite Journée de noces chez les Cromagnons, incluida en la programación de Ventana Quebec de esta edición del Festival de Otoño. Fue una obra «esencial» para Mouawad, según explica. «Me permitió, por primera vez, unir dos mundos que en mi entorno y en el contexto geopolítico en el que nací seguían separando de una forma violenta y sangrienta: el judaísmo y el cristianismo y el islam». En ella emergen también su memoria infantil, la familia, la guerra y el trauma. Y lo hace a través de una familia que, en medio de un conflicto bélico, organiza la ficticia boda de su hija mayor, como una forma de celebración entre amigos y vecinos en medio de las bombas que caen alrededor. En esta decisión late una forma de resistencia, de invitación al optimismo en una situación que en apariencia conduce a la desesperación.
En otra dimensión política se mueve Dura, dita dura (Teatros del Canal, 29 y 30 de noviembre), de la compañía portuguesa Teatro de Ferro. Su presencia en el Festival de Otoño es oportuna, porque este mismo año se cumplen 50 del fin de la dictadura en Portugal. Ya desde su título este espectáculo anuncia y define aquel periodo de sometimiento de una sociedad durante medio siglo. La singularidad de Dura, dita dura es su perspectiva y sus materiales: la mirada de un niño y el protagonismo de los títeres.
La compañía de teatro de títeres y objetos Teatro de Ferro estrenó este montaje en 2009 cuando habían pasado 35 años del final de la dictadura. Presentada como un cuento («Había una vez un niño que vivía en un pequeño país bordeado por un vasto océano. Se decía que desde ese país hombres de gran estatura —y hombres de todos los tamaños— se habían hecho a la mar en busca de otros países y otros pueblos…»), narra la historia de Baltasar, un niño que no habla pero escucha. Vive en un pequeño pueblo perdido, pero vigilado y autovigilado: los propios vecinos se espían unos a otros sometiéndose a un estrecho escrutinio que asfixia sus vidas.
En el escenario, una multitud de pequeñas figuras humanas evolucionan dentro de un «jardín incoloro», metáfora escénica de un pasado oscuro. Combinando las marionetas con texto y música, esta recreación fabulada del pasado portugués se presenta en un lenguaje accesible, para todas las edades. Como asegura el marionetista Igor Gandra, Dura Dita Dura es un espectáculo «para ver, oír, pensar y hablar».
El creador argentino Rafael Spregelburd escribe, dirige e interpreta una comedia de terror sarcástico, Inferno (Teatro de la Abadía, 29 y 30 de noviembre), con esa habilidad admirable de los argentinos para pasar de la tragedia a la comedia en un parpadeo. Éxito de la cartelera del país austral del 2022, la obra la escribió como encargo del Vorarlberger Landestheater Bregenz de Austria con motivo de la conmemoración de los 500 años de El Bosco. Nada extraño para Spregelburd. De 1996 a 2008 había escrito siete obras de teatro inspiradas en los pecados capitales, según la interpretación que hizo El Bosco en Mesa de los pecados capitales, que se exhibe en el Museo del Prado de Madrid.
Acudiendo esta vez a El jardín de las delicias, Inferno se atreve a poner en escena las siete virtudes (fe, esperanza, caridad, templanza, prudencia, justicia y fortaleza) a lo largo de siete momentos interpretados por cuatro actores que pasan de un personaje a otro, hasta 16, sin inmutarse: desde un periodista de turismo al que despiertan dos catequistas para comunicarle que El Vaticano ha abolido el infierno, a una crítica de arte, un profesor de matemáticas o una abogada. La obra se dispara en múltiples direcciones y tramas. Todo transcurre a una velocidad endiablada en un escenario caótico, atestado de objetos. Y ahí están de nuevo las obsesiones de Spregelburd: el mundo como creación del lenguaje, el caos, la catástrofe, la culpa y la estafa.
Danza
Del teatro a la danza con dos veladas protagonizadas por la GöteborgsOperans Danskompani (Pozuelo de Alarcón, 29 y 30 de noviembre), que dirige desde hace una década Katrín Hall, quien ha marcado en este tiempo la nueva danza contemporánea nórdica. Al Festival de Otoño trae un programa doble: Solo Echo by Crystal Pite and We Loved Each Other So Much by Yoann Bourgeois, dos visiones coreográficas contrapuestas, una poética y otra furiosa, que reflejan la ductilidad de la compañía sueca, formada por 38 bailarines de más de 20 países.
En Solo Echo, la coreógrafa canadiense Crystal Pite se inspira en el poema Lines for winter, del poeta canadiense Mark Strand, donde el paisaje invernal que describen sus versos se tiñe de melancolía. A través de la música de Brahms, Pite traza un arco de tiempo que transcurre entre la adolescencia y la madurez con sus aceptaciones y sus pérdidas.
Un derroche de intensidad y energía se transmite en los 35 minutos que dura We Loved Each Other So Much, del coreógrafo francés Yoann Bourgeois, cuya formación circense ha determinado su carrera. Sus acrobacias y la incorporación de las artes marciales a esta pieza llevan al límite el esfuerzo físico de sus 16 bailarines, que en un proceso acelerado de movimientos ejecutan un juego que desemboca en una guerra despiadada de cuerpos que rebotan y casi vuelan.
Para finalizar, la compañía japonesa Yamato concluirá su estancia en el Festival de Otoño con las dos últimas funciones de Tenmei el viernes en Móstoles y el sábado en San Sebastián de los Reyes. Sus imponentes tambores wadaiko transmitirán con su sonido rítmico «el pulso mismo de la vida y el epítome del espíritu japonés», según ha explicado Masa Ogawa, fundador y director artístico de la compañía nipona. Con su energía indomable, los percusionistas de Yamato invitan a un espectáculo tradicional, desenfrenado, con humor y una gran variedad musical