Sonata de invierno
Días cortos, fríos, húmedos, neblinosos, con las tinieblas al acecho. Jornadas de guerra que no dicen su nombre, guerras sangrientas en Ucrania, en Medio Oriente, en Sudán, etc. Guerras comerciales, conflictos sociales, políticos, desencuentros particulares, odio acumulado… Ver las noticias, con su cauda de barbaridades es desalentador, como para hundir la cabeza en la arena, cual avestruz.
En este invierno que congela el ánimo regresan los horrores de la guerra imitando aguafuertes de Goya, llega a mi mente una de las tragedias bélicas más enigmáticas: ‘Los Persas’ de Esquilo, una visión de los vencidos escrita por el vencedor.
‘Los Persas’ es importante en más de un sentido: en primer lugar el autor, Esquilo, que es casi el padre de la tragedia, presenta un tema de la actualidad de su tiempo y no una variación de los mitos griegos. Se trata de un momento crucial para el futuro de Atenas y Grecia, en la que los griegos rechazaron a los invasores persas en la batalla de Salamina; además la escribió para conmemorar esa victoria. Pero no fue nada más el escritor de una tragedia; él fue testigo-soldado en esa cruenta batalla, peleó, arriesgó su vida, así que sus descripciones en la obra forman parte de su memoria. Pero la genialidad de Esquilo fue proponer la acción desde el campo de los vencidos, con sus angustias y situaciones. No celebra un triunfo, narra el dolor de una derrota. Sólo Eurípides, años más tarde, se atreverá a tanto en su obra ‘Las Troyanas’.
¿Por qué lo plantea de este modo?
Nos dice Alfonso Reyes en su ensayo dedicado a esta obra: “Jerjes había atraído la venganza celeste, entregándose desenfrenadamente a dos crímenes mayores: la impiedad y la soberbia. La Hybris, la extralimitación, es el pecado connatural de los fuertes; los enloquece y los conduce a la ruina, hoy o mañana”.
La tragedia se eleva entonces por encima del hecho histórico para presentarnos algo más profundo: el movimiento cósmico que está por encima de la situación y los triunfos. Criterio de difícil aceptación para quien padece la ceguera del poder. Esta ceguera es el castigo de los poderosos atrapados por la Hybris, la soberbia, el desafío del ‘nunca seré castigado porque estoy por encima de las leyes’, soy todopoderoso.
Y es aquí donde encuentro el sentido para esta nota: la hora actual está invadida por dirigentes enfermos de Hybris, y la enfermedad es contagiosa, es casi una epidemia que nos afecta, la sociedad es petulante y se solaza en la ignorancia. Y no se vislumbra un regreso al equilibrio, meta final de la tragedia. Vivimos en el caos y nos creemos indestructibles, como nuestros líderes.
Lo vemos en Putin que lleva casi tres años de agresión contra Ucrania sin que pueda lograr sus objetivos a pesar de su superioridad en hombres y armamento. Lo vemos en el conflicto de Medio Oriente en donde la soberbia pagana reina entre los contendientes, sin que les importen las víctimas. Lo vemos ahora con el regreso de Trump al poder que amenaza de expulsión a un millón de personas, en un tono faraónico en el que no se vislumbra ni un matiz de humanismo. Hybris pura.
Me da la impresión de que el ‘Make America great again’ es la sentencia del final del imperio, y no lo digo con esa satisfacción propia de los anticapitalistas, lo digo con el temor de que esa caída nos lleve a la destrucción total. Recuerdo el adagio árabe: “Cuando el mal amenaza, amenaza a todos por igual”, es decir estamos en el mismo navío, nuestro planeta, y la Hybris de los gobernantes la pagaremos todos, como si fuéramos los nuevos persas.
Paris, enero de 2025