Y no es coña

Reunión tumultuosa ecuménica

Escribo desde Donostia, con la Concha soleada que contemplo desde la habitación, y sucede después de haber asistid ayer domingo a dos espectáculos y habiendo saludado a decenas de compañeros, amigos y conocidos de muchos puntos del mapamundi, por lo que tuve la sensación de estar en una reunión globalista, sabiendo que sumábamos en las plateas de los teatros quizás miles de años dedicadas a la creación, la información y la gestión de las artes escénicas. Esto es dFERIA y año tras año va tomando mayor relevancia e importancia y me parece espléndida la decisión de abrirse a Europa, lo que nos proporciona otro tipo de espectáculos y otras formas de producción. Daremos parte de todo ello.

Porque la semana anterior tuve varias experiencias que quisiera relatar de manera somera. Una grata constatación al ver el ambicioso montaje que Juan Carlos Pérez de la Fuente ha hecho en el Fernán Gómez de “La señorita de Trevélez” de Carlos Arniches. Ha trabajado para convertirla la obra en un gran espectáculo multidisciplinar. Con una escenografía muy funcional de Ana Garay que logra utilizar de manera total el amplio escenario de este teatro, con un vestuario importante y, sobre todo, con un acierto en el reparto, lo que ayuda a un dinamismo fantástico y unas interpretaciones que transmiten una energía colectiva e individual magnífica y siempre ajustada a las intenciones de la dirección y al fortalecimiento de los rasgos más peculiares de cada personaje.

Para resumir, se trata de un ejemplo de lo que en muchas ocasiones y de manera más teórica he ido manifestando en estas homilías, sobre cómo acercarse a los textos de otras épocas, ese punto de vista que sugiero es importante y en este caso ha servido la intervención estructural y formal, para darle otra dimensión, para hacerla contemporánea. Y esto me parece muy importante resaltar en estos momentos de una cierta intrascendencia general.
Los cuarenta años de Cuarta Pared se están celebrando con varios actos, pero en lo mollar, es decir en sus producciones estamos asistiendo a un “Tríptico de la Vida” de la que ya hemos visto dos entregas, con dos equipos creativos e interpretativos diferentes, lo que es una opción que multiplica las posibilidades. Si la primera, “Todas las casas”, me pareció algo inmadura y débil estructuralmente, la segunda, “Murmullo”, aporta signos y cuestiones escénicas, interpretativas, dramatúrgicas que apuntan maneras. Son equipos jóvenes, en todos los casos estamos ante futuros, y encontramos muchos valores, muchas intuiciones positivas, corren riesgos, tratan los asuntos de siempre, el amor, la muerte, desde otro lugar y eso debe llegar más fácilmente a públicos jóvenes que entiendan estos lenguajes y estas formas de acercarse a esos sentimientos y pensamientos de otra manera más acorde con estos tiempos. O eso me parece.

Por dejar un recuerdo superficial a otras obras vistas, reconozco que me está empezando a superar una tendencia a la uniformidad estética e interpretativa, a un modelo de obras que no huelen, ni sudan, ni causan dolor. Sea cuál sea la obra elegida, uno asiste a una puesta en escena correcta, unas interpretaciones correctas, y en esa corrección se pierde, a mi entender, cualquier posibilidad de emocionar más allá de lo superficial. Me siento y creo estar viendo una serie televisiva de sobremesa. Y eso es parte de una tendencia de producción y distribución. Es el mercado quien manda. Y son obras de dos, tres personajes, siempre con alguien que salga mucho en la tele y con públicos entregados. Una realidad.


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