La compañía Magrinyana estrena la obra ‘Las islas del tiempo’
El próximo 4 de septiembre, la compañía Magrinyana estrena en el teatro Cuarta Pared de Madrid la obra titulada «Las islas del tiempo», con texto y dirección de Antonio Fernández Lera, movimiento de Elena Córdoba, espacio escénico de Rodrigo García y luces de Carlos Marquerie. El reparto lo componen cinco intérpretes: Miguel Ángel Altet, Raquel Sánchez, Marisa Amor, Sara Martín Sanz y Ana López Erdozain. Texto de Presentación de la obra por Antonio Fernández Lera
«Cuando escribo estas líneas, han pasado a ser noticia las exhumaciones de las fosas anónimas donde dormían los restos de los desaparecidos de la guerra civil española y del franquismo. Meses después de haber escrito esta obra, Las islas del tiempo, pude ver imágenes y testimonios de madres e hijas que habían sido brutalmente, quirúrgicamente separadas unas de otras en la inmediata posguerra de la victoria franquista y que ahora, cuarenta o cincuenta años después, reivindicaban sus memorias. Aquellas imágenes vinieron a confirmarme algo que más de una vez había pensado y que de algún modo está presente, creo, en el tono de esta obra: «Estas cosas podrían haber pasado también aquí (allí), entonces (ahora)». Tuvimos una dictadura pionera también en este tipo de sutilezas infames. España fue también en este siniestro aspecto la mater inspiradora del cóndor sangriento de las dictaduras latinoamericanas, con su espesa malla de protecciones y su silencio espeso como el cemento. Tal vez hayan pasado y sigan pasando cosas así, crímenes como aquellos, gritos ahogados en la mentira y el olvido, sangre lavada con lejía, manos de asesinos asépticamente desinfectadas.
Recuerdo a menudo una obra de Harold Pinter que yo siempre había situado en las fosas y en las mazmorras de los años setenta en América Latina, One for the road (La penúltima). Luego supe que su autor quería referirse al Kurdistán turco. Con ingenuidad perogrullesca, llegué a la conclusión de que la infamia es lastimosamente universal. Por eso al escribir Las islas del tiempo -fabulación a partir de una reseña periodística sobre la historia del reencuentro con su nieta del poeta Juan Gelman, uno de los imprescindibles de la poesía escrita en castellano, pero además uno de los muchos abuelos de desaparecidos- quise y no quise que los lugares fueran claros (nombrados), quise y no quise que los paisajes de fondo fueran explícitos, quise y no quise que las islas estuvieran desiertas.
Las islas del tiempo narra o desvela el encuentro de una joven con sus abuelos. La joven -dice la sinopsis- es la hija secuestrada de una pareja desaparecida en alguna de las florecientes dictaduras del siglo XX. La dejan nacer, matan a su madre y dieciocho años después tiene lugar el encuentro crudo y sin demasiadas estridencias con el padre de su padre (o de su madre, creo que no se dice). La tragedia que viene del pasado se cuela en el presente. Los que han sobrevivido, quienes no iban a morir, discuten de las cosas del pasado y de las inmediateces de un presente del que son protagonistas. Y ahí se trunca la sinopsis. Baste decir que sí, que Las islas del tiempo son claramente un relato, espero que muy transparente.
Aludo aquí a la España de la guerra civil y de la dictadura franquista porque de nuevo se ha materializado el verdadero hilo de continuidad entre la dictadura de Franco y las de Pinochet o Videla. Tenían los mismos vicios. También porque, si bien es cierto que la sensibilidad que se respira en el texto, en esta fabulación, está muy probablemente condicionada por la proximidad espiritual o vivencial de las experiencias de Chile y Argentina, no es menos cierto que no se opta en Las islas del tiempo por definir un lugar determinado para esta historia, porque los acentos y las voces pueden venir de cualquier lugar y estar en cualquier lugar, de igual modo que la pérdida y el encuentro pueden surgir en cualquier parte.
De todo esto apenas no se habla -pues hay cosas que apenas es preciso decir- en esas islas del tiempo construidas con ladrillos de presente y deseo de futuro, renuncia explícita de lo explícito, poemas, carne, deseo, dolor, vino, café, voces y un grabado de Goya que nos recuerda: Yo lo vi. Todos lo hemos visto.»