Estreno de ‘La paz del crepúsculo’ de Itziar Pascual en Santurtzi
Hoy se estrenará en el Serantes Kultur Aretoa dentro del Festival Internacional de Teatro de Santrutzi, ‘La paz del crepúsculo’ de Itziar Pascual, dramaturga y periodista, obra que recibió el Premio Serantes 2002 de textos teatrales y que se presentan en coproducción entre el Festival y Produccions Teatrais Talía bajo la dirección de Cándido Pazó. La historia que se cuenta en La paz del crepúsculo es un cóctel de ingredientes. Por un lado, está la anécdota, documentada históricamente, de cientos de jóvenes españoles hijos de socialistas, comunistas y anarquistas que paradójicamente se integraron en la División Azul y lucharon en la II Guerra Mundial en el frente ruso con la esperanza de modificar la situación de condena de un familiar próximo que bien podía ser el propio padre o por conseguir llevarse algo de comer a la boca, como es el caso del actor, recientemente fallecido, Luis Ciges. “Cuando tuve noticia de ello me pareció de una perversidad tremenda el hecho de que un joven, de familia roja, tuviese que luchar contra lo que en aquellos tiempos era el territorio ideal de la izquierda, más aún cuando en cualquier momento podía estar disparando contra una población civil entre la que podían encontrarse niños españoles exiliados en la Unión Sovietica. A mi entender, había un alto nivel de conflicto entre la ideología, las ideas, la pertenencia a una familia y la guerra como telón de fondo”. Por otra parte, está la circunstancia vivida por Clark Gable a la muerte de su mujer, ya que la depresión le hizo dejar de lado su carrera de actor para meterse en un avión y lanzar bombas en una guerra.
De las preguntas y de la perplejidad que pudieron sentir personas como estas se crean los personajes de La paz del crepúsculo: Dombodán, “un varón de sonrisa amarga y encanecida” tal y como lo presenta el texto, el cual se ha embarcado en una guerra que no le corresponde para salvar a un padre con quien, de hecho, no comparte ni los mismos valores y La Sombra de Clark Gable, un espectro de evidente parecido con el actor.
En La paz del crepúsculo existen tres frentes temáticos que en palabras de la autora constituyen la base de la obra, “y que son la guerra y el lugar en que le puede colocar a uno, los límites entre lo visible y lo invisible y, por último, la importancia que tiene para poder sobrevivir el creer en las historias”, explica esta dramaturga que se confiesa interesada teatralmente en personajes etéreos como el espectro de Hamlet “porque si el teatro queda reducido a la expresión de lo visible, prácticamente lo limitamos a una composición de lo cotidiano” y firme defensora del derecho a imaginar, “que considero que debería constar como tal en la convención de Ginebra ya que hay lugares en el mundo en que se viene conculcando sin remedio”.
Con todo este material y las ganas de hablar de la guerra desde un marco que vaya más allá de lo puntual, la compañía gallega Talía ha preparado un montaje que parte de un texto que el director Cándido Pazó determina como “en claro favor de los actores”. Coincidiendo con la intención de Pascual, Pazó se ha apoyado en “los elementos de luz y esperanza que están fomentados por la línea humorística de un texto básicamente amargo, para buscar ese contrasabor y esa música especial que refleja el texto de Itziar”, para lo que durante todo el proceso de montaje han conversado mucho con ella, si bien Pazó reconoce que hay elementos que no se los ha comunicado a la autora a priori, ya que considera que es necesario que el director, aunque se enfrente a un texto cerrado como este, guarde ciertas cartas en la mano. “El brillo de unos zapatos, y hablo de ellos porque tienen relevancia en la obra, es tan importante como los zapatos en sí mismos”, explica en referencia a un momento en el proceso en el que el planteamiento escénico inicial cambió radicalmente.
En un principio la propuesta escenográfica situaba a Dombodán, el pobre hombre español, solo y perdido en un espacio inmenso como la estepa rusa al amparo de una trinchera “que bien podrían ser las ruinas de una fábrica, de lo que fue, de lo que se destruyo, de lo que acaba y ya no podrá ser, con un fondo de inmenso horizonte como esa esperanza, esa libertad, esa paz del crepúsculo que después de todo, sigue haciendo que la vida avance”. Sin embargo, todo cambió debido a un detalle, banal a primeras luces, y que Pazó reconoce que podía resolverse fácilmente si no hubiese despertado dudas en el equipo, que es un momento de la obra en que uno de los personajes tiene que fumar un puro mientras vigila a otro con un máuser “lo que lo hacía muy complicado porque el fusil requiere las dos manos”.
La consecuencia de dicha duda fue un cambio de rumbo hacia un planteamiento más metafórico, “la creación de un universo que habría de surgir de la fiebre de un personaje y como si todo lo presente en el escenario saliera directamente de su cabeza, en un viaje al interior del personaje”. Así, han optado por la utilización de una lona blanca, sucia, que recuerda a “la sábana sudada que se arruga en torno al cuerpo cuando uno está febril. Pero a su vez, esta inmensa tela blanca es la nieve pisada que se abre a un fondo que es todo horizonte”.
En cuanto a la música, el director se muestra “satisfechísimo” ya que han colaborado en su creación con el clarinetista Fernando Abreu y el guitarrista Pablo Carrera, quienes trabajan en el punto de intersección de lo que es ruido y lo que es música, y han creado para la obra un universo sonoro “que es la guerra, la estepa, la derrota y en la que tengo una gran fe porque los actores encuentren en ella un aliado”. Debido a que tiene como coproductor al Festival de Santurtzi y se estrena allí, La paz del crepúsculo verá primero su versión en español para, en un viaje a la inversa de lo habitual en los trabajos de las compañías gallegas, acometer posteriormente al espectáculo en gallego con traducción del propio Pazó. La labor dramatúrgica de Itziar Pascual comenzó pronto, a principios de los noventa, tras realizar talleres con Fermín Cabal y Omar Grasso entre otros, para posteriormente licenciarse en dramaturgia por la RESAD, de la que actualmente es profesora. Es autora de obras como Las voces de Penélope (Accésit del Premio Marqués de Bradomín 1997), Blue Mountain o Miauless.