Críticas de espectáculos

El uno y el otro/ Javier Romo

Doble espejo
Obra: El uno y el Otro
Autor: Javier Romo
Intérpretes: Adolfo Fernández, Rafael Martín
Escenografía: José Ibarrola
Iluminación Tom Donnellan
Dirección: Mikel Gómez de Segura
Producción: Traspasos Kultur S.L.
Antzoki Zaharra – Donostia – 15-11-01
La anécdota de la que parte la trama promete: el encuentro entre el actor famoso y su doblador al español. Vidas paralelas, confusiones, simbiosis, enfrentamiento, lucha, un juego escénico que promete. Y la verdad es que tiene un arranque, y un planteamiento que interesa, muy intenso, en donde se van disponiendo las claves narrativas, donde se busca el encaje, en donde se logra que los dos personajes se muestren en toda su capacidad expositiva y donde se señalan algunas de las reglas del juego duro, extraño, inquietante por donde se va metiendo la historia, que al final, parece diluirse, perderse en sicologismos casi esquizoides, pequeñas desviaciones casi perversas, rupturas de la linealidad interesantes, pero poco efectivas, pero que acaba en una vuelta al principio, como si todo lo vivido fuera una pesadilla, una alucinación de alguno de los dos, que forman ese ente, esa unidad de ficción, esa mentira del celuloide en donde vemos a un actor y escuchamos otra voz, pero que a la vez, esa voz es identificativa del actor, un auténtico juego de espejos hasta el infinito, que aquí Javier Romo logra llevar a un terreno de buena factura dialoguista, en donde la estructura dramática se muestra sólida, los recursos apropiados y el desarrollo lógico, hasta ese momento en donde tirando del hilo se llega a otros puntos que no acaban de aportar casi nada a la tensión, y sí sirve para meter asuntos curiosos, como es la existencia de unos terroristas que producen pagamos de luz y otras perlas cultivadas que simplemente parecen adecuarse a una situación actual en donde la sicosis catastrofista está muy alimentada.
Lo importante de este trabajo es que el texto se deja decir, fluye, que la situación dentro de la extravagancia es verosímil, y que los dos actores logran realmente ese pulso, ese enfrentamiento en el escenario, un lucha legítima intentando demás remarcar el movimiento uno, y la voz el otro, con intensidades en su entrega realmente prodigiosas, con momentos en donde importa poco lo que se está tratando porque lo que atrapa es el trabajo actoral, el duelo en las tablas, y que se produce en un espacio escénico práctico, cómodo, una iluminación sencilla y útil y en donde la dirección se limita a ordenar los tiempos, graduar las acciones y limpiar los espacios. Es, en este sentido, un trabajo convencional, pero de gran intensidad, en donde se trata de encontrar la luz a través de este doble espejo en que ambos ven y son observados.
Carlos GIL


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