Ulises y la Máquina de Perdices (Trabajo Final del Taller de Crítica Teatral del Experimenta 4 Teatro)
Ulises y la máquina de perdices – una máquina poco aceitada
Espectáculo: “Ulises y la Máquina de Perdices”.
Director: José Morán
Actor: Christoph Baumann
Autor: Peky Andino
Escenografía: Marcelo Aguirre
Voz de Atenea: María Beatriz Vergara.
El sábado, 8 de diciembre el elenco ecuatoriano-alemán Odisea presentó el monodrama “Ulises y la máquina de perdices”, protagonizado por Christoph Baumann. Se trata de una obra del escritor ecuatoriano Peky Andino que transpone la odisea de Homero a un contexto contemporáneo caracterizado por el consumo exagerado en un mundo hipercapitalista.
Ulises espera junto con el resto del público a que empiece una obra teatral. Mientras espera, les cuenta a los espectadores su historia, intentando a la vez conectarse a través de los medios de comunicación más sofisticados y actuales con su hijo Telémaco y su esposa Penélope, para poder volver a casa. Estos intentos fracasan por diferentes razones. Al final Ulises queda absolutamente desolado e incomunicado, balbuceando los nombres de los productos de consumo que han contagiado no sólo su lenguaje sino también al mundo al que desea regresar. Lo que en estos renglones suena como tragedia y que tiene un mensaje sórdido y crítico ante el mundo que nos rodea, en realidad se esboza con una gran carga de comicidad, pero una comicidad que en la representación que presenciamos desgraciadamente no pudo pasar del original comienzo de la obra. La maquinaria, tanto dramatúrgica como escénica resultó estar poco aceitada. Los diferentes desajustes de la puesta (la luz y, sobre todo, el sonido) tuvieron sus fatales consecuencias en el trabajo actoral. En un principio, Cristoph Baumann se movía muy relajado y lograba conectar con el público. Esta complicidad se quebró en el momento en que la banda sonora – de esencial importancia en la puesta, por los diferentes sonidos y voces que debía emitir el teléfono al que Ulises acudía de a rato – se desvinculó de lo que ocurría en el escenario.
A partir de este momento se veía un actor nervioso, tenso y frenado, y un público que se distanciaba más y más de la obra. Fue un problema crucial ya que en esta pieza el actor tiene una gran responsabilidad: Su trabajo tiene que encubrir cierta falta de calidad del texto dramático. Peky Andino resolvió transponer la Odisea al mundo grotescamente mercantilizado recurriendo siempre y casi exclusivamente a los nombres de productos de conocidas empresas multinacionales. Este recurso no carece de cierta gracia, sobre todo al principio de la obra, pero cansa al transcurrir el tiempo. La resolución negativa de la puesta fue más dolorosa aún, teniendo en cuenta la imponente presencia del actor que por sus facultades y su apariencia posee de un potencial de comicidad formidable.
En resumen, una obra en la que sobraba talento y faltaba destreza, sorpresa y otros lubrificantes.