La Ley de la selva/Hika Teatroa
Triángulo rectángulo
Obra: La Ley de la selva
Autora: Elvira Lindo
Intérpretes: Lierni Fresnedo, Mikel Laskurain
Escenografía y atrezzo: Joseba Aierbe
Vestuario: Nati Ortiz de Zarate
Iluminación: Xabier Lozano
Dirección: Jordi Mesalles
Producción: Hika Teatroa
Teatro Principal – Gasteiz – 16-01-02
Podríamos sentir pena por la mala suerte de la mujer protagonista de esta comedia ya que encuentra a dos hombres que son unos auténticos imbéciles, unos prototipos de la idocia machista, petulantes, malos amantes, atribulados y fantasiosos, aburridos y rutinarios. Claro, Ella, busca algo más, pero se conforma, o se siente absolutamente reina de una pequeña selva doméstica en donde no le faltan casi nada, pues sus depredadores se domestican con excesiva facilidad, o al menos, y aquí sí hay un desajuste escénico, en esta versión, el peso desigual de la pareja de actores la hace feminista de todas toda, porque es la actriz la que controla, domina, ilumina, da ritmo, textura, matiz a lo planteado. Es un triángulo en donde la hipotenusa vale bastante más que los dos catetos.
Sucede también que lo planteado, por muy de Elvira Lindo que sea, se queda en una amable anécdota, no se sabe si es el texto o la propuesta de dirección, nos deja todo en un estado simbólico, sin apenas lograr esa figura esperpéntica que en algunos momentos se apunta, lo que limita la capacidad de este trabajo para interesar, para herir al espectador, acaso despertarle alguna reflexión. Todo se lleva por un territorio que linda lo banal y lo que tiene, en muchos tramos, una enjundia conceptual, se convierte, por la manera de plasmarse en escena, en un juguete costumbrista más o menos solventado con una cierta facilidad y que, en cuanto a la espacialidad y la estética, roza los mínimos exigibles.
Queda dicho que Lierni Fresnedo brilla, da continuidad al historia, marca el tiempo, la fuerza, pero que su compañero, también por la propia construcción, no acaba de seguirle en la travesía selvática escénica . Aquí se unen la idea y la concreción, para hacer más grande la desigualdad. El espacio escénico es sencillo y recurrente, excesivamente obvio, la iluminación marca los ámbitos y el conjunto se convierte en un raro trabajo a medio camino e casi todo, donde no se nota la gran caligrafía escénica que se le supone a su director, Jordi Mesalles, que no aparece en casi ningún momento, acaso como diseñador de la banda sonora, lo que parece muy poca implicación.
Carlos GIL