Críticas de espectáculos

El Público es el cerebro y el Escenario el corazón

Es falso que se pueda escribir una obra eterna. Es falso que existan obras eternas. Todo es susceptible de mejorar. Todavía no se ha podido demostrar si en verdad existió Shakespeare. Y es que no existe el autor. Quizás se dé en la narrativa, pero nunca en el teatro. Toda obra está sujeta a modificación constante, y no sólo la de los clásicos, como opinan algunos (algunos opinan que a los clásicos no se les puede tocar) si no a los llamados autores contemporaneos, los de nuestros días, los que viven.
Nunca se pueden dar dos representaciones iguales, porque el hecho teatral está en continua evolución, como así está el público. Este es el verdadero centro nervioso del espectáculo. El que te exige, te ordena y te planifica. El público es el verdadero autor de la obra.
Esto se demuestra porque cuando una pieza lleva representándose con éxito varios años y vuelves al libro original, apenas si queda alguna frase y el título y, a veces, éste ya ha sido cambiado. ¿Quién hizo, entonces, la obra?
El púbico es el cerebro y el escenario el corazón. Si te dejas llevar por las emociones conducirás tu empresa al fracaso.
Éste fenómeno se ha demostrado con «El cuerno y la coliflor», otras obras mías y también ajenas. Estrené una obra en España de un compañero, llamada originalmente «Tres víctimas», que tuvo uno de los mayores éxitos taquilleros de los últimos tiempos. Tanto el autor como el productor nos hicimos ricos. Cuando revisé el guión original, sólo quedaban los nombres de tres de los personajes, porque ahora la obra ya tenía seis, y por supuesto, el título, había desaparecido.
También el primer actor es el público.
Cuando un actor envanecido, dice que es él, el primer actor, hágale siempre ésta pregunta:
-¿Cuántas butacas vende usted?
De inmediato se demostrará que el primer acctor es el público.
Hoy el teatro está caduco, porque los autores son incapaces de renovarse y ponerse a la altura de los escritores de cine, y la televisión. Incluso la novela y la poesía han evolucionado más. Sería maravilloso poder degustar a Alejandro Casona -es un ejemplo-, García Lorca, Benavente, o los hermanos Álvarez Quintero. A todos ellos los he puesto yo. Sin embargo el público prefiere más una obra de Pablo Villamar. No solamente en España, si no en el extranjero, ya que he sido uno de los pocos autores españoles que se han internacionalizado, pero no poniendo sus obras, si no su dirección, su interpretación, su Compañía, sino también su alma y su cuerpo ¿Cuantos autores han podido permanecer en el extranjero diez años seguidos haciendo teatro? Sería interesante saberlo. Ello se debe a que muchos autores no evolucionaron lo suficiente, o escribieron para unos tiempos, que han quedado absoletos, y que no les dice nada al espectador de hoy en día.
Muchos afirman que el teatro es el reflejo de la vida. Si esto es cierto, la mayor parte de los autores padecen de amnesia al reflejar la vida de hace cincuenta años.
El público de hoy en día está ávido de emociones, de platos fuertes, de novedades. De ilusiones también. O, al menos, de distracción como terapia. ¿Se lo ofrecen esto los autores teatrales? Resueltamente no.
El autor y el productor deben rectificar con urgencia sus proyectos o de otra forma perderán la clientela que les queda.
El teatro nunca desaparecerá. Ya es sabido. Pero ¿es lícito tenerlo como pieza de museo, al que se acude, obligatoriamente por el colegio o el turista en visita a un país nuevo y adquiere unas postales como souvenir?
Grotowski habla del teatro de la pobreza. Grotowski es un cretino. El teatro siempre ha sido para la clase media o la alta burguesía. Para la aristocracia también. El teatro dejó de ser popular hace mucho tiempo. Desde que se industrializó el fútbol,la televisión en colores y los cantantes homosexuales. Por eso, todos los intentos que se han hecho de un teatro para el pueblo han fracasado. De todas forman, los gobiernos de cada país deben mantener el teatro popular. Es sano. Es su obligación. Y las empresas privadas el suyo.
Es como esos que hablan peyorativamente del teatro comercial. Si el teatro no es comercial, no sirve, porque el teatro es un producto que tiene que venderse, como sucede al libro y al óleo. Si éstos dejan de ser comerciales, actores, novelistas, músicos, pintores, etc. se morirían de hambre, con lo que el llamado arte, terminaría también, o quedaría reducido a los ya citados museos y bibliotecas, donde yacen, cubiertos de polvo, cuál arpa de Bécquer, o pinacotecas acaparadas por el Estado porque la pintura es DINERO. La que se guarda en los museos, claro.
También están confudidos los que dicen que el teatro es cultura o proporciona cultura. Nadie, después de asistir a una representación, por importante que ésta sea, sale más culto del teatro. Es más, los acomodadores, tramoyistas, teloneros, etc. que te dicen con orgullo llevar treinta o cuarenta años trbajando en el teatro,están diciendo bien a las claras que el teatro no les cultivó.
Tampoco el actor es un artista como falsamente se le considera. Si es que la palabra artista significa algo. Para ello hay que viajar al Renacimiento, en Padua, y «ver» la «comedia del arte italiano», la primera vez que se empleó la palabra arte -de artesano- y que estaba compuesta por barberos, carpinteros, latoneros, en una palabra, gentes de oficio. ¿Un violinista es un artista? Que contesten los músicos.
¿Por qué interesaba tanto el teatro en el llamado siglo de oro español o en «El globo» de Shakespeare? ¿Iba la gente culta a verlos? En absoluto. Iba el pueblo llano porque les interesaba como fiesta o diversión. Si entonces hubiera existido el fútbol no habrían surgido los grandes autores que en el mundo han sido. ¿Por qué en España. Blasco Ibañez, por citar un sólo caso, lanzaba trescientos, cuatrocientos o quinientos mil ejemplares de una novela, y hoy la mejor novela española no resiste los setenta ochenta o cien mil ejemplares, después de haber obtenidos prestigiosos premios, promociones increíbles, publicidad…? Y hoy sin un analbafeto en España, estudiando desde los tres años, la gente ha dejado de leer. Hay que rendirse a la evidencia. Los tiempos son otros y no tienes más remedio que vivir en tu tiempo, querido amigo.
Volviendo al teatro no es un tema de cultura, si no de sensibilidad. Un fenómeno sociológico donde cada vez, y pese a todo, va más público aún sin publicidad wn loa medios ni interés alguno por los políticos a les que le tiene sin cuidado este sector Sólo los políticos o los mediocres pueden seguir insistiendo en mezclar la cultura con el teatro. El teatro, como tal debe caminar por libre y dando calidad porque el público es cada vez más inteligente. Pero esa calidad del libro, de la interpretación, dirección, decorado, no nos dan derecho a aburrirles o fastidiarlos y, en suma, a estafarlos, llevándoles la contraria y haciéndoles ver aquello que ya no estan dispuestos a oir ni a ver ni a leer jamás.
Si hoy la gente quiere un teatro testimonial por ejemplo ¿por qué oponernos a algo perfectamente lícito? Es como si la gente gustara de la democracia y la oprimiéramos con la dictadura. O esto o nada. Se engañan los productores que llenan sus teatros a base de pases de favor. Ese no es el público. El público auténtico se escapará a Miami, Nueva York, Londres, o a cualquier parte de Europa, adónde le llegue el presupuesto para ver el teatro que les guste y no el que se les imponga.
Creo que debe alzarse de una vez la bandera del teatro. Y eso los tenemos que hacer nosotros, los autores, los directores, los actores y sobre todo los productores. Y el que no sirva que se retire, que tampoco es una desgracia dedicarse a otra profesión. Pero al que Dios le haya dado talento para ello, que se le deje trabajar en paz. Los envidiosos, los plagiarios, pese a que gocen de una impunidad -impunidad aparente- no tienen nada que hacer. Alguna vez lo reconocerán con amargura. El teatro no es un arte, tampoco proporciona cultura, pero hay que elevar a los profesionales de ese medio, ponerles una estatua a todos, porque bien se la merecen, o pedirle a los Alcaldes de cada país, de cada pueblo, que borren los nombres de sus calles y pongan las de aquellos seres humanos que hoy se dedican al teatro, una de las profesiones más depauperadas en el mundo y, sobre todo, en España.
PABLO VILLAMAR. (En una noche de «delirium tremens»)


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