Mujeres al rojo vivo/Agerre Teatroa
Rojo tenue
Obra: Mujeres al rojo vivo
Autora: Edurne Rodríguez
Intérpretes: Kris Elizmendi, Tania de la Cruz, Julia Hernández
Escenografía: Nona Umbert
Iluminación: Ángel Collado
Dirección: Maite Agirre
Producción: Agerre Teatroa
Errenteria Hiria Kulturgunea – 29-09-02
La sensibilidad femenina atraviesa esta propuesta en la que tres mujeres que bien podrían ser las tres caras de la mujer, de una misma mujer, o de una mujer genérica que aquí se nos presenta en un territorio emocional minada por las relaciones, los sufrimientos, los anhelos, las esperanzas y la frustraciones. Mujeres que hablan de sí mismas de sus pequeños mundos que contienen el gran mundo, o el gran mundo es una sucesión de pequeños mundos. Mundos que se expresan en ocasiones con excesiva naturalidad, que parecen intentar alcanzar un vuelo poético pero que acaba siempre rompiendo en el malecón del naturalismo, hasta de un cierto aire costumbrista, pese al esfuerzo de sintetizar las sensaciones a base de colores, o con el sonido del agua que se convierte en un leiv motiv, en un mensaje solapado, que en ocasiones parece tener más significado que las propias escenas, sus planteamientos y sus desarrollos, donde falta una definición superior para que la fragmentación no se convierta en una tarea de búsqueda de sentidos y de enlaces por parte del espectador.
El texto se nos aparece tenue, como apuntes que hubieran precisado de un trabajo dramatúrgico de mucha más entidad para que después se plasmase en una puesta en escena que apostara por ese texto y no como parece en este caso que el texto se va quedando como hilo conductor, mientras se apuesta por recalcar otros elementos escénicos que acaban significando más, contradictoriamente, que lo expresado por las actrices que realizan un trabajo actoral que no acaba de encontrar sus logros incuestionables moviéndose en un terreno poco resolutivo. El espacio escénico y la iluminación crean un ambiente que en ocasiones choca con el tono interpretativo, por lo que el retrato de esas mujeres se difumina en exceso.
Carlos GIL