Críticas de espectáculos

El alcalde de Zalamea

EL ALCALDE DE ZALAMEA
Autor: Pedro Calderón de la Barca
Versión: Enrique Llovet
Director: Gustavo Pérez Puig
Intérpretes: José Sancho, Ramón Langa, Agustín González, Abigail Tomey y Ana Mª Vidal entre otros.
Teatro Español (Madrid)
El Octavo pecado capital: La Prepotencia
Seguramente, no hallaremos la unanimidad de criterio, cuando de montajes clásicos se trata. Pluralizamos porque el director del que nos ocupa así lo quiso, al señalar que “los de allí”, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, le pisaron la idea. ¿Qué idea?- se preguntarán- La de llevar a los escenarios madrileños “El alcalde de Zalamea” de Pedro Calderón de la Barca.
Veladas indirectas marcaron la presentación de esta obra; alusiones a experimentos anacrónicos, incongruencias técnicas… Prácticas que, según Pérez Puig, han de hacerse con gaseosa.
Tiene razón Don Gustavo. El montaje que, actualmente, vemos en el Teatro Español, no ha escatimado esfuerzos “económicos”. Vestuario impecable, escenografía ostentosa, “deficiente” iluminación (¿es que tras la mañana y antes del anochecer, no se viven atardeceres maravillosos?) y un nombre con mayúsculas de nuestro teatro que honra la figura calderoniana en este escaparate de falso oropel, Agustín González.
Enrique Llovet, adaptador del texto original, ha manifestado que estamos ante la primera obra de teatro donde las ideas son más importantes que los sentimientos. Toda una revolución!
Pero el mundo del Alcalde de Zalamea “está lleno de claridad, dignidad humana, ternura, comprensión y honor. Honor que no es aquí una bárbara ley que imponga al hombre una conducta inhumana, sino virtud del alma cuya raíz es la dignidad personal”.
Parece ser que los señores Llovet y Pérez Puig han olvidado las palabras de Don Francisco Ruiz Ramón, que ha analizado y descubierto a un Pedro Crespo que nada en común tiene con el que cada tarde aparece en el Teatro Español.
José Sancho, en cada escena, le roba el alma a la justicia, viste la dignidad de una prepotencia escandalosa, diluye la comprensión en una absoluta indiferencia y la ausencia de ternura, en la deficiente interpretación de este “gran actor”, se hace mayúscula en una de las escenas más intensas y hermosas de nuestro teatro: “Pedro Crespo corre en la noche detrás de su hija para auxiliarla. Es atado a un árbol y oye los gritos de angustia y desesperación de Isabel.”
José Sancho como Pedro Crespo… los oye como quien oye llover.
¿Quién ha enseñado a declamar a Ramón Langa? “La voz de Bruce Willis” pasa de puntillas por la persona de Don Alvaro de Ataide, anclándose en unos versos que no sabe decir y que destroza.
Agustín González es la clase, la maestría, el TEATRO con mayúsculas, ¡la salvación! de un montaje inmerso en la fastuosidad a falta de buena interpretación.
Sin duda, el señor Pérez Puig ha buscado y encontrado grandes nombres de la interpretación. Se ha atrevido con un clásico, “como los de allí” y no es el primero, lo sabemos. Pero Don Gustavo, ha pecado de prepotencia. Una buena, convincente, humana y veraz interpretación borra cualquier anacronismo… tal vez en su experimento, ha confundido al actor con gaseosa.


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