Made in Argentina
MADE IN ARGENTINA Autora: Nelly Fernández Tiscornia Dirección: Manuel González Gil Intérpretes: Hugo Arana, Víctor Laplace, Ana María Picchio y Soledad Silveyra EL DESARRAIGO TIENE UN SABOR AGRIDULCE No sé si esto sólo puede ocurrir en Argentina, pero la “historia de la infamia”, nos atenaza a todos, en mayor o menor medida; se mire a un lado o se mire a otro, se oculte el amor ilimitado en brazos de un odio melancólico y sentimental o se muestre, enorgullecida, la conciencia popular, cuyas raíces respiran saludables, en el árbol genealógico de la amorosa distancia, de la desobediente memoria que conserva, intactos, los colores del SUR… A pesar del nebuloso paso del tiempo y de la vida… La grandeza de esta obra de teatro, se halla en el providencial encuentro de cuatro actores; cuatro formas de sentir, de recordar, de “volver al sur”; en una sensacional dirección, (no es la primera obra teatral que una servidora disfruta de la mano de Manuel González Gil) que marca de un modo perfecto, las pausas, el enfoque directo al corazón dañado del personaje (el argentino llora, como llora el tango)… Tal vez esos tangos, esos fragmentos, esas letras, ese bandoneón, son genuinamente “Made in Argentina” y constituyen la bandera que, posteriormente, enarbolará, enérgica, Yolanda (Soledad Silveyra), en un alegato sin réplica que dejará mudos el odio, el rencor, el resentimiento de Mabel (Ana María Picchio)… Porque sólo se llega a odiar lo que, sin límites, se amó una vez. La clave de esta obra de teatro se encuentra en la fuerza que conserva tras su estreno en 1984; porque nos habla de sentimientos, porque va más allá del hecho puntual… O más bien, porque no es un hecho puntual lo que aquí se cuenta, se vive y se siente. No es un hecho aislado, el regreso de un matrimonio condenado al exilio, a su tierra natal, a su hogar, a su ayer, a sus calles, a sus olores… AL SUR. No es un hecho aislado el desarraigo, el desencuentro… El hachazo que supone para un corazón, saberse perdido entre dos olores que no es capaz de distinguir como propios, innatos, como suyos… No es un hecho puntual no reconocerse y descubrir que un día “fue” a través del recuerdo ajeno… No es un hecho puntual enterrar el ayer más cálido, enterrarse a sí mismo para sobrevivir. Lo que hace diferente esta obra de teatro es la enseñanza, la comprensión a la que nos invita a quienes, afortunados, nunca nos vimos “echados”, “exiliados”, “extranjeros” en nuestro propio hogar por los que una vez nos quisieron, por los que ayer creíamos amigos y hermanos. Esa comprensión surge, como una luz, en el momento en el que Mabel (Picchio) deja de fingir y se confiesa a Yolanda (Silveyra), diciéndole que sus vecinos “yanquees” se ríen de ellos, de su país, de los incompetentes que osan dirigir el destino de su tierra. Mabel, argentina, que adora y a un tiempo odia su origen, se avergüenza y ve, a través, de los ojos de sus vecinos, de los que observamos desde el exterior el devenir de un país en el que nacen Maradonas, Borges y otras especies maravillosas… Menos un político y un presidente que no sea un estafador, nuestro posible menosprecio… Que es el suyo, el que nada a escondidas, el que se asoma furtivo entre las cicatrices sangrantes de su fracaso. Si Mabel es el sentir ambiguo que oscila entre el resentimiento y el amor incondicional, su marido, Osvaldo (Víctor Laplace) es el tango, el bandoneón, lloroso y tierno… Aquel que se busca incansable, el que despierta niño e inocente en el momento en el que sus ojos se encuentran con su ayer. No ha pasado el tiempo… Aunque su vida, sus años sí pasaron, a la fuerza y violentamente, entre el miedo y la injusticia, entre traiciones y desengaños. Si Yolanda es la conciencia popular, las raíces, el fruto y la palabra fiel y leal de las generaciones, cuya esencia y latido se escuchan en el silencio respetuoso y cálido de una sonrisa, de una canción o de una mirada, “El Negro” (Hugo Arana) es la supervivencia crítica, el alma de un pueblo que lucha por sobrevivir, que quiere hacerlo en su casa, en su tierra, con su gente, en su barrio… Y que tarde o temprano habrá de partir, con un equipaje cargado de recuerdos a un lugar extraño… Donde las sombras de las risas sordas y atronadoras le harán sentirse pequeño, extranjero… De ningún lugar. La grandeza de “Made in Argentina”, se halla en el providencial encuentro del corazón y el arte, de la palabra y el sentimiento, del buen hacer y la verdad. No me cansaré de escribir, no me cansaré de decir, de reseñar, de insistir en la verdad que cada día encuentro, que cada día me asombra y me llena, que cada día descubro y reconozco en el teatro argentino. ¡Cuánto nos queda por aprender… Cuánto nos queda por sentir!