El Ocaso de los Dioses/Teatro Real
La culminación del eterno retorno
Obra: El ocaso de los dioses
Tercera Jornada en un prólogo y tres actos del Festival Escénico “El anillo del Nibelungo”./
Libreto y Música: Richard Wagner (1813-1883)/
Director Musical: Peter Schneider
Director Escénico: Willy Decker
Escenografía: Wolfgang Gussmann
Intérpretes: Alfons Eberz, Hans-Joachim Ketelsen, Eric Halfvarson, Luana DeVol, Elizabeth Whitehouse y Hartmut Welker entre otros.
Teatro Real-Madrid
La conclusión de la obra lírico-dramática más ambiciosa de la historia hasta hoy, fue estrenada en 1876, en el Festpielhaus de Bayreuth.
Con su puesta en escena, el Teatro Real logra llevar a efecto un proyecto que nacía en la persona del maestro García Navarro, si bien, tristemente, él no pudo verlo realizado.
“El Ocaso de los Dioses” posee una partitura extensa; impregnada de pasajes maravillosos y evocadores. De hecho, recoge las imágenes de las anteriores jornadas. Así, Wagner, nos trae al presente el mundo perfectamente organizado de los Dioses; la feminidad decidida y valiente de la Walkiria o el rincón gris y áspero de los ambiciosos descendientes de Alberich.
La Tercera Jornada de este drama lírico, primera en su composición, se abre con un prólogo en el que las tres hijas de Erda tejen el hilo del pasado, presente y futuro; descifrándonos el terrible y temido ocaso de los dioses. Momento en el que el orden establecido y el devenir justo de los nuevos tiempos, estará marcado por la avaricia y malas artes de los Gibichungos.
Tras la fuerza protectora del fuego, se hallan Siegfried (Alfons Eberz) y Brünnhilde (Luana DeVol). La luz y el color invaden el oscuro escenario del Teatro Real. Es ésta, la primera muestra de la dualidad marcada en la escenografía concebida por Willy Decker. El héroe deberá caminar a través de un mundo en el que ya no hay Dioses. Los Gibichungos representan a una sociedad humana agresiva. Una civilización y una era que empieza a decaer. Los Dioses pasan a ser un medio para conseguir algo. Esa civilización ha sido reflejada por Decker de un modo aséptico, frío. Envuelto en una tonalidad gris; en grandes espacios, atrapados en una escenografía matemáticamente calculada y átona. El color, la fuerza, la energía la personifican Brünnhilde y Siegfried. Si bien, éste último, perderá su identidad, al ser objeto de las malas artes de Hagen (Eric Halfvarson). Así, su energía inicial quedará envuelta en un abrazo asfixiantemente gris. En cambio, la Walkiria; la mujer heroica por excelencia, apasionada y valiente, no sólo no pierde su identidad, sino que la recupera renovada y joven. Ella que por amor entrega su sabiduría divina. Ella que por amor, sufre la humillación, el engaño. Ella que por amor rechaza los consejos de su hermana… Volverá a ser la hija predilecta del Dios Wotan, en el justo instante en el que su decisión haga retornar el orden a un mundo quebradizo y agonizante. El Oro del Rin volverá a las manos de las Ninfas, mientras el fuego purificador acogerá, generoso, los restos de un orbe que, nuevamente, será justo, quedando al amparo de las hijas de Erda, Las Tres Nornas.
Willy Decker, como director artístico, ha sido polémico. Una visión conceptual, una visión que va más allá de lo que la apariencia puede mostrarnos, siempre es discutida. Pero, es de valorar y mucho, la invitación que nos hace a la reflexión, a la deducción, mientras nos sugiere un universo, a partir de las notas de una partitura difícil y extensa.
Es por ello, que la labor de los intérpretes ha de ser aún más reconocida. No sólo han de “luchar” vocalmente con una orquesta sonora y reforzada (De ahí, los comentarios de la “crisis” en las voces wagnerianas). No sólo han de “lidiar” con una partitura extensa (“El ocaso de los Dioses” es la jornada más prolongada de esta tetralogía) También los intérpretes han de actuar, han de impregnar de dramatismo sus roles. Los cantantes han de ser actores, en definitiva. Si algo caracteriza a los personajes del compositor alemán es su fuerza. Wagner plasmaba en sus obras toda una ideología, doctrina que abanderan unos personajes perfectamente construidos y dibujados. Si un director escénico ha de servir a la partitura, si la música es siempre lo primero; cuando hablamos de Wagner esta teoría pierde su pureza; pues si importante es la música, también lo es la intensidad dramática que subyace entre sus notas y que toma forma en los roles que dan vida al mundo de Dioses y Elfos de los Nibelungos.
El actual reparto, encabezado por el tenor alemán Alfons Eberz, satisface totalmente las expectativas del seguidor wagneriano; si bien, hemos de reseñar al bajo Hartmut Welker (Alberich), quien en una fugaz aparición, pone de manifiesto su fuerza interpretativa, su profesionalidad y capacidad para, en un tiempo tan reducido, (En esta jornada), concentrar la identidad global de un mundo que gira en torno a lo que él representa. (Recordemos que en “El oro del Rin” es él quien roba el anillo) Y, cómo no, destacar a Luana DeVol (Brünnhilde), La Walkiria. Richard Wagner, plasma en ella la mujer del futuro. Una mujer nueva. Desafiante de la ley divina. Buscadora incansable de una libertad interior sobre la que los dioses no tienen poder alguno. Una mujer que alcanza la sabiduría gracias al amor. La soprano estadounidense, a lo largo de su interpretación, asume la valentía, la decisión, las múltiples facetas de un personaje que va “in crescendo”, hasta llegar al momento clave, en el que pasa a ser la verdadera heroína de esta leyenda. Siegfried, será víctima de su inconsciencia y de su juventud, mientras, Brünnhilde devolverá el orden a un mundo marcado por la arbitrariedad del ser humano.
El punto más frágil, vuelve a situarse en el foso. Peter Schneider no es capaz de asumir en sí la magia de un orbe repleto de dioses, elfos y héroes… Un orbe que emerge de las notas musicales que, en ciertos momentos, agonizan en la falta de la energía necesaria para sostener las larguísimas partituras del compositor alemán.
Con el estreno de “El ocaso de los Dioses”, el Teatro Real culmina un gran proyecto, lleno de riesgos, de opiniones encontradas y, cómo no, de calidad.