Críticas de espectáculos

Noche de Reyes sin Shakespeare. CDN.

NOCHE DE REYES SIN SHAKESPEARE…

Autor: Adolfo Marsillach..
Dirección: Mercedes Lezcano..
Intérpretes: Héctor Colomé, Paco Racionero, Carolina Lapausa, Arturo Querejeta y Esther Montoro…
Teatro María Guerrero…

EL REGRESO DEL AUTOR…

Descubrí el teatro hace dos años y tres meses. Uno nunca puede saber, ni valorar si un determinado momento o instante es equivocado, prematuro o si se presenta ante nosotros a destiempo. Pero… Algo me dice, me reitera que el teatro llegó a mis ojos, a mi destino, un poquito tarde. El tiempo camina en nuestra contra. No podemos detenerlo. No podemos atrasarlo… Nos abre puertas, nos indica nuevos senderos, cuando considera que estamos preparados… Tal vez, si hubiera tenido la oportunidad de admirar al “actor”, no habría sabido aprovecharla. Tal vez, si hubiese tenido el privilegio de adorar al “director”, todo habría sido distinto y la necedad me habría cegado.
No tuve esa oportunidad, llegué tarde… Aún así, el “autor” se sentó junto a mí y me deslumbró.
En un principio, de esa “real noche”, llegó a mis manos el último cuadro; momento en el que Alberto Santamaría, recuerda que una vez escribió una carta a los Reyes Magos, en la que les pedía un teléfono que volviese a sonar, en la que les rogaba que no le abandonase la ilusión… Instante en el que la dulzura se viste de “adiós”: Alberto cierra los ojos y al volver a abrirlos, descubre que Lucía no está. Quizá, lo que me conmovió de ese último cuadro fue la ternura que se escondía tras las palabras. Aquello que no estaba escrito. Adolfo Marsillach sostenía que el teatro es más que un género literario. El teatro lleva en sí la puesta en escena. Mientras leía las palabras de Alberto, la declaración de amor de Lucía. Mientras la melancolía me habitaba…Veía los rostros de esas dos personas. Veía a Adolfo Marsillach sobre un escenario… Mi escenario… Y supe que el teatro había perdido al Maestro.
El Centro Dramático Nacional, en su 25 aniversario, ha querido recuperar al “autor”. Mercedes Lezcano ha dirigido (sin seguir demasiado las acotaciones de Adolfo) esta puesta en escena. Sin pretender responder a las preguntas que Marsillach se hacía en su vuelta a los escenarios, tras quince años de ausencia… El homenaje al teatro está presente, desde el telón que cubre la realidad de Alberto, hasta la escenografía, que recrea no sólo la casa del veterano actor, sino una vida, áspera, llena de desengaños, llena de ilusiones que nunca se conjugaron en presente… Una vida gris… ¿Se deja alguna vez de ser actor; cuando has pasado la mayor parte de tu vida en la piel de uno, dos, tres… Personajes… Cómo distingues tu propia piel; Se deja alguna vez de imaginar la posibilidad de una realidad maravillosa, como una inmensa noche de reyes… Como la de Shakespeare, pero sin Shakespeare?
Es claro el paralelismo entre el personaje de Alberto Santamaría y el propio Adolfo Marsillach. Es clara la lucha incansable de quien porta el arma de la generosidad incondicional, contra una sociedad que prejuzga, respira y vive por otros intereses materialistas y crematísticos… Pero tal vez, sea más bello el paralelismo entre Lucía (la ilusión, la juventud, la inocencia, lo que dejó de ser un día Alberto) y lo que, a duras penas, logra ser hoy. La esperanza, la remota posibilidad de contemplarse, la improbable oportunidad de volver atrás, de rectificar, de nacer nuevamente… De volver a escuchar la voz de alguien querido, a quien el olvido ha borrado de la memoria más fiel… La que habita en las emociones… Esta puesta en escena es, ante todo, un ejercicio emocional. Quizá porque es el amor el que ha movido a estos intérpretes y seguramente, porque es el amor lo que ha movido a Mercedes Lezcano a estrenar la última obra de teatro que escribió Adolfo Marsillach.
“Noche de Reyes sin Shakespeare” es una obra de silencios, de claroscuros. Es una obra de actores. En un espacio escénico sencillo y a la vez simbólico; minimalista y elocuente; los actores han de moverse y “hablar” con sus movimientos… Con su lentitud, con su indecisión, con su dificultad, con su cansancio… Han de mantener una complicidad absoluta con la penumbra casi constante que viste de una triste nostalgia los últimos días de Alberto (Héctor Colomé…¡Qué maravilloso actor!) Aún me sorprende “la verdad” que, de vez en cuando, recibimos desde un escenario. Aún, y espero escribir “siempre”, me sorprende la emoción que, desde la mirada fija y situada en el ayer, me puede regalar la memoria… Aunque esa memoria no sea mía. Adolfo Marsillach no pudo protagonizar este “su” poema dramático. Donde la intensidad se halla en lo que no se dice, en los pasos cansados y torpes de Alberto-Colomé, en las lágrimas de quien no se encuentra y se descubre vacío, en la incomprensión de quien nos observa, prejuzga y condena de antemano, en la injustificada y absurda incomunicación, en la soledad, en el olvido irrespetuoso… En la humillación de un pasado que nos mira por encima del hombro, sin piedad…
Ése es el valor de una puesta en escena en la que se cumple una promesa (Una realidad, cuando su porqué es el amor). Éste es el valor del teatro. El valor de una verdad “sin técnicas”. Una verdad que nos hace crecer, que nos enriquece y que nos impide renunciar a la magia de los sueños… A la magia que, a veces, permitimos escapar… En lo que dejamos de ser sin darnos cuenta…
Gracias Mercedes. Gracias Adolfo… Por las estrellas que aún nos quedan por descubrir.


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