SEMIRAMIDE. Melodramma trágico en dos actos..
Música: Gioachino Rossini (1792-1868)..
Libreto: Gaetano Rossi, basado en la tragedia “Sémiramis” de Voltaire.. Director escénico: Dieter Kaegi..
Director musical: Alberto Zedda..
Intérpretes: Ángeles Blancas, Daniela Barcellona, Antonio Siragusa, María José Suárez y Felipe Bou, entre otros..
EL ENORME LEGADO MUSICAL DE ROSSINI, EN UNA SOBRIA Y ELEGANTE CONCEPCIÓN..
La última ópera que Rossini concibiera para un teatro italiano, estrenada en La Fenice de Venecia el 3 de febrero de 1823, ha llegado al Teatro Real, envuelta en un marco elegante, esquemático, sobrio y conciso. El reino babilónico, la posible exhuberancia de unos hipotéticos jardines, se han convertido en una mesa redonda, en torno a la que, unos dioses, de aspecto aséptico, deliberan el futuro de una monarquía marcada por la traición, la intriga y el parricidio.
El soberbio templo de Baal, pasará a ser, una especie de “Consejo de seguridad”, en el que los representantes de numerosos países, aunarán sus voluntades en honor a una reina… Semiramide. El poder, su implacable voz, el servilismo que, a su concepto, demuestra la debilidad del ser humano, se hace patente y, no sé si patético, en una puesta en escena inteligente, innovadora y vanguardista. “Los Dioses”; consejeros, regidores de la orquesta que afina o desafina la sinfonía del destino mundial y global, han sido dibujados por Dieter Kaegi, director escénico, partiendo de un concepto indefinido. Blancos, amorfos. Se mueven sobre el escenario como almas en pena… A la espera del alimento de la traición, de la ambición y la avaricia.
Los representantes de los países que forman parte del imperio babilónico, buscan su sitio en esa mesa redonda… Son marionetas, movidas por la mano de la reina o del Dios… Buscan, tal vez, su libertad, lejos de las fronteras, de la red asfixiante y pegajosa de la dependencia económica y vital…
Todo ello ha sido reflejado, como apuntábamos, a la perfección por Kaegi; en un espacio que sirve a una partitura musical magnífica. Quizá, la más bella, la mejor definida y estructurada de Giaochino Rossini. Desde su obertura, grandiosa, dueña de una melodía y dimensión instrumental admirable, hasta la escritura vocal, “Semiramide” conforma un todo perfecto en la trayectoria de su autor; mal caracterizado, tal vez, por su obra jovial, intranscendente e hilarante. “Semiramide” constituye el broche de oro en la etapa italiana del Rey belcantista del Siglo XIX. A partir de ese momento, será Francia, París, concretamente, el escenario de sus estrenos.
Rossini, antecedente inmediato de las obras de Bellini o Donizzeti y apoyo del primer Verdi, deja, con esta obra, muy alto el listón a superar.
Los roles femeninos de Semiramide y Arsace, son dos de los más brillantes y también inclementes del belcantismo Rossiniano. En la puesta en escena que, actualmente, podemos ver en el Teatro Real, su interpretación ha corrido a cargo de Ángeles Blancas y Daniela Barcellona, respectivamente. Ambas intérpretes, solventan de forma admirable tan complicada escritura. Dejándonos dúos y arias de una belleza y virtuosismo vocal insuperables.
No podemos obviar, sin embargo, los “solos” de Idreno (Antonio Siragusa) o de su pareja, Azema (María José Suárez). Es, “Semiramide”, una ópera de extensa duración, propicia para el disfrute musical, para admirar los prodigios vocales escritos por un enorme autor e interpretados por extraordinarios cantantes, arropados, a su vez, por un foso sabiamente dirigido, a cargo de, Alberto Zedda, conocedor absoluto de Rossini. Éste, disfruta y saborea cada compás, cada línea melódica, contagiando el entusiasmo a una orquesta que encuentro, absolutamente acertada. Homenaje antológico a Rossini, en un mes de abril, en el que el Teatro Real acoge, generoso, el Bel Canto. La línea melódica que, preocupándose de la forma… Nos llega hasta lo más profundo… “El arte por el arte”… No es un simple juego de palabras, ¿verdad?
