Críticas de espectáculos

Homenaje a los malditos/La Zaranda

Mascarada con pellizco
Obra: Homenaje a los Malditos
Autor: Eusebio Calonge
Intérpretes: Francisco Sánchez Jiménez, Gaspar López Campuzano, Enrique Bustos Rivera, Fernando Hernández González, Ana López Segovia, Ana Oliva Pérez, María Duarte
Dirección: Paco de la Zaranda
Producción: La Zaranda
Café de la Danse -París- 27-11-04 – 13 Festival Don Quijote

Un estreno con aires de pre-estreno, con las incertidumbres, los nervios, las incomodidades de todo estreno, pero arropado en una sala parisina, al lado de La Bastille, muy cómoda para el espectador, pero, al parecer, muy exigente para un estreno en donde algunos mecanismos todavía no están puestos suficientemente a prueba y en donde los tiempos, los espacios, tienen un valor añadido. Son, pues, lo que a continuación sigue, unas primeras impresiones sacadas de una actuación que deja a las claras todas sus claves, pero que deberá ir ajustándose tras las sucesivas actuaciones. A nuestro entender estamos ante un trabajo de madurez, en este camino del grupo jerezano en donde el texto, las palabras, escritas por Eusebio Calonge parecen del mismo material que las imágenes y los movimientos de los personajes que proporciona el equipo dirigido por Paco de La Zaranda, y en esta ocasión con un elenco largo, ya que están los habituales pero cuenta nada menos que con tres actrices en el reparto.
Este detalle de la incorporación de más actrices, da pistas sobre una decisión de hacer un teatro menos críptico, abarcando un mundo más completo, donde no solamente es el dolor y el olor macho el que destila la propuesta, sino algo más identificable, pero manteniendo el tono poético, ese halo de misterio que impregna la iluminación, con un trasunto de fondo, el homenaje como espectáculo político, y no como sentimiento de reconocimiento. Se homenajea, para ser las autoridades o los ponentes los protagonistas del homenaje, y no para echar luz sobre el homenajeado. Un juego de intereses, que aquí se expresa con personajes casi costumbristas, junto a otros mucho más elaborados, y que tiene en la escena de las máscaras su punto de concreción estética, cuando todos los demonios de la memoria se activan y el escenario se vuelve un caudal de mensajes, movimientos, sonidos, músicas, que aprisionan el tiempo y lo dejan fuera de la historia, como al propio homenajeado, una calavera.
La Zaranda es un milagro del teatro contemporáneo. Los años van dando unas capas de profundidad a un lenguaje en el que los sentidos primarios se impulsan desde una palabra cargada de poética escénica. Son textos que se pueden leer (Hiru ha publicado varias obras anteriores), pero que al escucharse parecen salidas de los objetos, y los personajes se expresan con un nivel sintáctico que escapa a un conjugación ortodoxa, pero que se entienden como textualidad teatral, como el teatro mismo, al igual que las músicas, o las máscaras, o las expresiones físicas. Un teatro de la memoria y diría que del sarcasmo, en donde lo más obvio se torna enigmático y todos los misterios acaban siendo belleza escénica. En París sucedió, y esto vale mucho más que cien misas.

Carlos GIL


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