Críticas de espectáculos

La Tempestad/Ur teatro.

Un eterno tiempo de mareas
Obra: La tempestad
Autor: William Shakespeare
Versión y dirección: Helena Pimenta
Escenografía y Vestuario: José Tomé
Intérpretes: Ramón Barea, Alex Angulo, José Tomé, Jorge Basanta, Jesús Berenguer, Jacobo Dicenta, Vicente Díez, Mikel Losada, Concha Milla, Pietro Olivera y Fernando Ustarroz
Teatro Albéniz – Madrid
“Hasta una próxima tempestad” parece decirnos Próspero (Ramón Barea). El rey de la isla imaginaria y sentimental, en la que respiran libres, los resentimientos, los rencores y los fracasos del “auténtico” Duque de Milán.
El metafórico universo shakesperiano nos invita a caminar a través de las entrañas del personaje más sincero de la obra del autor inglés.
El fin de Próspero, quizá lo que busca sin saberlo, es la libertad. Un sentimiento omnipresente en los labios de Ariel, de Calibán o del mismo Gonzalo, uno de los náufragos, una de las víctimas del dolor de nuestro protagonista; uno de los destinatarios de “La Tempestad” que provocará el encuentro. “La Tempestad” de la que nacerá el germen del perdón y de la libertad.
Mucho tiempo habrá de transcurrir para que Próspero reconozca que el ser humano está hecho de la misma materia de los sueños. Mucho tiempo y muchas tempestades habrán de sacudir los cielos de nuestra isla, antes de que Próspero admita una verdad más allá de las afirmaciones plasmadas en las páginas de sus libros. Mucho tiempo y muchas lágrimas habrán de ser lloradas para que Próspero reconozca que la única tempestad que puede ahogarnos parte de nosotros mismos y de nuestra actitud, reacia a aceptar el rostro de una vida quizá no muy agraciada, pero deseosa de ser vivida.
“La Tempestad” se incluye en la última etapa de la obra de William Shakespeare. Es una obra madura. Su testamento escénico. En ella, encontramos elementos que nos trasladan a otros momentos teatrales; a Dinamarca; al reino de Lear o al mundo apasionado y atormentado de Otelo.
Helena Pimenta vuelve a introducirse en un ambiente que conoce y admira. Lo hace de un modo sincero y abierto.
La arquitectura teatral queda al descubierto. No hay efectos especiales ostentosos, no son necesarios. La magia de Próspero se refugia en las manos generosas de un público que con suma facilidad arriba a las orillas de una isla que, tal vez, sea suya.
Próspero mueve los hilos de lo que sucede en ese lugar, al que llegan los usurpadores. Su hermano, el rey de Nápoles, su heredero… Próspero tiene a su disposición los fenómenos de una naturaleza que no es otra que la naturaleza de sus sentimientos. Él, que se siente dueño, es la primera víctima. Es él, el primer esclavo que somete a sus espíritus. Es él, el primer ser humano que recuerda haber olvidado el amor, en el amor de Su hija y Fernando.
Será entonces cuando las sombras del perdón y de la libertad amainen el temporal shakesperiano.
Próspero recuerda que la virtud es más grande que la venganza y ante los náufragos pide y otorga indulgencias.
Él es libre… Pero nos deja la sombra de una duda: ¿Son libres Antonio (su hermano, José Tomé) y Sebastián (Jacobo Dicenta)?
Ramón Barea (Próspero) interpreta en este montaje su primer Shakespeare y le otorga a su personaje una humanidad afable, inmensa y enteramente veraz.
Junto al actor y director vasco, regresa al teatro el también bilbaíno, Alex Angulo, en el rol de Esteban que, al lado de Vicente Díez (Trínculo), conforma un dúo humorístico inmejorable, en una puesta en escena ágil, dinámica y muy bien montada.
Helena Pimenta vuelve a leer a los clásicos y lo hace de un modo limpio, sabiendo trasladar, mover la acción sin, con ello, violentar un texto que es oxigenado por una labor interpretativa sincera y tremendamente auténtica.
“Hasta una próxima tempestad” parece decirnos Próspero. Tal vez los usurpadores se deshagan de su persona… La verdad libre, es tan molesta… Pero las tempestades no tienen tiempo, son eternas… Para ellas no hay un más acá. Para ellas no hay un más allá… Para ellas sólo existe el eterno presente.


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